23. El miedo siempre es mayor que el peligro

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Cogió la taza de chocolate caliente entre sus manos y se movió para sentarse en el sofá del que prácticamente no se había movido desde que hacía cinco días Wyatt cortara su relación con ella. El dolor de esa pérdida no había desaparecido, ni siquiera había disminuido un poco, ella casi aseguraría que desde que empezó a pensar con un poco más de claridad dolía más. Se arrepentía de no haberle contado lo de su acosador, pero de verdad había pensado que era cosa pasada, algo que no tenía importancia, ella ni siquiera se había acordado de ese detalle de su pasado. Sin embargo, ese fallo casi había herido a Tony y entendía perfectamente que Wyatt la hubiera alejado, por eso ella no había hecho el amago de llamarlo, de volver a pedirle perdón, porque no lo merecía y tendría que aprender a vivir sabiendo que lo había perdido.

Beth había pasado por su casa prácticamente todos los días, tratando que saliera para algo más que no fuera trabajar, pero no había tenido mucho éxito por el momento. Audrey no tenía ganas de salir, sabía que debía empezar a hacerlo, pero también pensaba que se merecía un tiempo de reclusión en sí misma y en su dolor antes de pasar a la fase de aceptación.

Acabó la taza de chocolate, su único alimento consistente esos días, y la dejó en la mesilla para acurrucarse bajo la manta y cerrar los ojos concentrándose en la música que sonaba suavemente en el equipo. La música, su siempre aliada, su mejor compañera en ese momento conseguía que sus pensamientos le dieran un respiro y dejara de culparse durante algunos minutos.

Su mente dejó de prestar atención a su entorno, a su propio dolor, y se centró en las notas que sonaban en toda la casa, no escuchó nada más, ni siquiera el sonido de la puerta al abrirse o los pasos acercándose a ella hasta que éstos sonaron demasiado cerca. Abrió los ojos repentinamente y un grito ahogado salió de sus labios cuando vio la figura de un hombre frente a ella que reconoció perfectamente como la de su acosador.

—Shh, mi amor —dijo el hombre con fervor—, soy yo. Ahora podemos estar juntos, sin que nada se interponga.

Audrey se incorporó despacio conteniendo el miedo creciente.

—No deberías estar aquí.

—El destino me ha traído hasta ti, Audrey. Sé que me amas tanto como yo, no hay razón para que sigas negándolo —dijo estirando los brazos hacia ella.

Ella se movió alejándose de él y negó con la cabeza.

—Te equivocas, yo no te quiero, Daimon, tienes que irte de mi casa —dijo tragando duro.

Sabía que ese hombre no iba a dañarla, no era lo que quería hacer, pero eso no conseguía aplacar su temor, había entrado en su casa sin tener que forzar la cerradura, con ella dentro, y acababa de mandar un paquete con cristales a su no... ex-novio.

—¡Sí me amas! —exclamó con nerviosismo—. Ese usurpador se fue, ya no tienes que fingir, estamos hechos el uno para el otro. Yo haría todo por ti, Audrey.

—¡Le mandaste una caja con cristales! —gritó ella poniéndose en pie—. Por favor, vete de aquí o llamaré a la policía, no quiero verte, no te amo.

—Sí, lo haces, el tarot lo dijo, y lo hice, vencí al traidor, lucharé con todo lo que se interponga en nuestro destino. Deja de resistirte, Audrey, somos los enamorados —explicó siguiéndola rápidamente.

Ella negó con la cabeza dando con el teclado.

—El destino no existe —murmuró buscando a tientas su teléfono y marcó el número de la policía—. Estoy llamando a la policía, si no te marchas ahora vendrán a por ti —advirtió apretando el teléfono.

—No vas a separarnos —dijo dando otro paso hacia ella y estirando la mano para quitarle el teléfono.

Audrey sintió que el miedo la vencía y echó a correr hacia la puerta de salida con un grito de ayuda esperando que algún vecino la escuchara sin soltar el teléfono donde los asistentes de 111 ya habían contestado. Él la siguió casi al instante, la interceptó y con rabia tiró de ella consiguiendo que cayera. Ella gritó de dolor cuando su mano derecha, con la que sujetaba el teléfono, dio en el borde de la mesa y sintió que algunos de sus dedos crujían de un modo preocupante, pero no tuvo tiempo de pensar más en ello, Daimon se colocó sobre ella de un modo amenazante, o al menos ella creyó que lo era y gritó revolviéndose, pataleando para soltarse. Él cogió sus manos por las muñecas con fuerza, haciendo que dejara de golpearlo y Audrey tembló con lágrimas en los ojos.

—Por favor... déjame... por favor...

—Va-le, pero para, nos estás haciendo daño, yo no quiero que te hagas daño, no quiero que te hagas daño, yo no quiero que te hagas daño... —repitió en mantra el acosador, aflojando su agarre cuando ella perdió fuerza en su empeño debido al pánico.

El sonido de la puerta al ser aporreada los sobresaltó a ambos y antes de que se dieran cuenta estaban siendo separados por dos policías que sujetaron al hombre.

—¡Queda usted detenido por allanamiento y agresión! —gritó uno de los policías mientras otro compañero ayudaba a Audrey que se sujetaba la mano derecha contra el pecho.

—Yo no quería que se hiciera daño, yo la amo... estamos destinados —repetía Daimon mientras lo sacaban esposado del apartamento.

Ella respondió a las preguntas de los policías ausentemente, en estado de shock y dejó que la guiaran al exterior para que los servicios médicos la llevaran al hospital.

Continuará...

Caramelo de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora