17. Otros mundos

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Audrey no recordaba haber estado nunca tan nerviosa para una cita, no podía estar quieta ni mucho menos esperar sentada en el banco al lado del restaurante en el que iba a comer con Wyatt. Pero siendo justos, nunca había tenido que afrontar con ningún novio una conversación como la que estaba a punto de tener con Wyatt. Tenía miedo, o para ser más específicos, estaba aterrada. La noche anterior apenas había conseguido dormir un par de horas y sólo se había librado de parecer un mapache por su milagroso corrector de ojeras, ante todo no quería perder a su amigo, pero si al final le había mentido... dolería demasiado tener que alejarse de él. Quizá por eso cuando lo vio aparecer después de girar la esquina que daba al restaurante no se contuvo y fue apresuradamente a abrazarlo, porque si cabía la posibilidad de perderlo al menos podía abrazarlo una vez más con el beneficio de la duda.

Wyatt rio por su pronto y dio una vuelta sobre sí mismo sosteniéndola.

—Sigues con la costumbre de lanzarte —bromeó y besó su mejilla a espera de que lo soltara un poco para besar sus labios, pero no tenía prisa, se sentía bien ese abrazo de reencuentro, aunque sólo hubieran pasado tres días desde su última cita.

Audrey levantó la mirada sin soltarlo ni un milímetro.

—Es que me gusta cuando me sujetas —contestó con una pequeña sonrisa.

Él le devolvió esa pequeña sonrisa y dejó un dulce beso en sus labios.

—Y te pasa algo, pareces una friki en una clase llena de víboras populares —dijo al ver sus grandes ojos marrones con ese sentimiento que no había vuelto a ver desde el instituto.

Ella bajó la mirada, pero asintió sin querer ocultar su miedo a perderlo.

—Tengo que hablar contigo de algo importante.

Por los ojos de Wyatt también pasó el miedo, el miedo al abandono que siempre lo perseguía y alcanzaba, pero lo ocultó como solía hacer.

—¿Algún plan loco que firmar con sangre? —bromeó.

—Tal vez eso sea después —contestó cogiendo su mano fuertemente y lo instó a entrar al restaurante. Los guiaron hasta una mesa apartada del resto y ambos pidieron la bebida y comida mientras Audrey pensaba cómo empezar, aunque realmente ya sabía cómo debía hacerlo—. Te vi ayer en el parque —dijo mirando los cubiertos—. Estaba paseando con Beth y te vi jugando con tu hijo, Wyatt —aclaró levantando la mirada esperando que no mostrara mucho su dolor—. Yo no me lo creía, pero es igual que tú, se parece mucho a su padre, menos sus ojos, supongo que sus ojos serán de su madre. ¿Quién es ella, Wyatt? ¿Estás con ella y por eso no me contaste lo del niño, o tenías miedo de que me fuera si lo hacías?

La confesión de Audrey había hecho que soltara los cubiertos como si de repente fuera un gran esfuerzo sostenerlos, sus preguntas lo golpearon donde más dolía, especialmente la última por ser cierta. Wyatt apoyó los codos en la mesa y la frente en sus manos, tomándose un momento, no debería haber sido así.

—Sí, Audrey, justo ahora estás un poco más lejos que hace dos días —replicó levantando la mirada—. Y no estoy jugando contigo, joder —se defendió de esa acusación con cierto cabreo, que acabó con su posición de defensa, volviendo a erguirse en la silla. Tomó una profunda respiración para calmarse—. Quería decírtelo la segunda vez que nos vimos, pero ya entonces dejaste claro que podíamos seguir en esta dirección y... no quise que se jodiera sin siquiera intentarlo, porque eso es justo lo que siempre pasa, ¿sabes? —se sinceró. Con ella siempre acababa diciendo más de lo que debería para una novia, el pasado hacía que en la mayoría de los casos pesara más su amistad.

Ella sintió remordimientos por haber pensado así de él, pero en parte estaba en su derecho de dudar, igual que él había dudado de ella a la hora de contarle lo del niño, aun así estiró un brazo y entrelazó su mano con una de él.

Caramelo de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora