XVI

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[H]

Horacio estaba hecho un osito de goma masticado, pisado y escupido. Tenía el cuello adolorido, estaba somnoliento y sentía totalmente que su trasero se había evaporado durante el trayecto en el avión.

El pobre había olvidado lo que era viajar durante 5 horas seguidas en un asiento pequeño, sobre todo con una señora que ocupaba un asiento entero y la mitad de el de él. Durante todo el viaje se la paso encogido en su lugar, mirando hacia la ventana mientras escuchaba los lloriqueos de un bebé y soportando a un niño chiflado que no paraba de patear su asiento.
Muy probablemente si el rubio le hubiera acompañado le habría gritado al niño para que se detuviera, y si la madre se quejaba o exclamaba por algo, pues se liaba a puñetazos con la señora.

Por suerte, eso no sucedió. Aunque Horacio realmente tenía ganas de estrangular a ese pequeño hijo del espíritu santo...

Ahora el de cresta estaba caminando mientras arrastraba su alma y sus cosas como podía. Según lo que él recordaba, el hotel estaba a unos cuantos minutos del aeropuerto, y de hecho ya casi estaba llegando. Se podía ver a lo lejos las reluciente puertas de cristal, la luz cálida dentro y a los recepcionistas trabajando alegremente.

Por alguna razón, aquello le traía nostalgia a Horacio. El había trabajado como recepcionista una vez justo en ese hotel, era por eso que Horacio conocía al mejor amigo del dueño (además de que aquel tipo también se había acostado con Gustabo), pero renunció un par de meses después para ir a vivir junto a su hermano. Resultó ser que ninguno de los dos podía vivir sin él otro.

Como la palabra lo decía, aquellos eran hermanos.
Los más puros y unidos que jamás hayan existido.

Horacio cruza la puerta con debilidad, casi cayendo al piso en cuanto toca el suelo del hotel. Camina hacia la barra de la recepción y se deja caer en ella.

—Se-señor —Hablo una linda y preciosa señorita con ojos verdes y un cabello largo y rojizo.

—Horacio Pérez —Respondió, levantando la cabeza y bostezando —, búsquelo en esa cosa... —Señala al computador

La chica asiente algo nerviosa y después de unos segundos el registro inicia. Horacio se encarga de darle los papeles y el dinero al precio amigo que el sujeto le había prometido, por suerte todo salió bien y el de cresta salió hacia el elevador con una llave digital con el número de la habitación que le pertenecía.

"Piso 9, habitación 18" le había dicho la chica.

Horacio presionó el botón nueve y luego de unos minutos llegó hasta su destino. Su habitación era la última en el pasillo y tenía en la parte superior de la puerta el número 18.

Cuando Horacio entra, todo luce reluciente. Pero no importa una mierda porque él solo necesita un lugar donde acostar el culo y dormir. Y efectivamente lo encontró tras unos segundos.

Las camas de los hoteles eran tan suaves.... más suaves que la de el hogar Horacio...

[...]

El teléfono de Horacio hace que este se despierte con un enorme susto y luego caiga al piso.
La luz del sol no estaba en la habitación debido a las cortinas blancas evitaban que entrara. Horacio se levantó del suelo y tomó su teléfono.

Gustabo lo estaba llamado... el de cresta contesta el teléfono.

—¿Qué pasa...? —Le pregunta Horacio con voz ronca al contrario.

—Te dije que me llamaras en cuanto llegaras —Le reclama enfadado.

Horacio bosteza y talla sus ojos.

Café Mentolado || VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora