XLVI

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[...]

Volkov estaba sentado sobre el sillón, con los pies arrimados hacia él y con una suave manta sobre sus piernas. Tenía un libro viejo, poco interesante y que había encontrado en la cima de una vieja estantería en la habitación de Horacio, le estaba sirviendo como entretenimiento y eso era bueno, porque de cierta forma necesitaba distraerse del silencio en la habitación.

Aunque... no lo encontraba exactamente necesario, como tal.

No era como si fuera incómodo. Horacio estaba junto a él, en el otro extremo del sofá tonteando con su teléfono, estaba semirecostado y no hacía mucho para hacer un alboroto en realidad, lo cual era bastante extraño cuando ambos se encontraban solos...

Estaba bien.

O bueno, tal vez la frase correcta es "había deseado que estuviera bien desde ya hace un tiempo", pues esto de alguna forma se veía como una realidad alterna en la que parecía imposible que ambos pudiesen vivir.

Ambos, sentados el uno junto al otro.

Tranquilos y bastante cómodos con el contrario, aún cuando no era necesario que hicieran o dijeran nada para llamar la atención.

Viviendo juntos.

Como una pareja de clase media. En un departamento pequeño donde vivirían probablemente hasta sus treintas (o hasta que el ruso consiguiera un trabajo que le aportara suficiente para comprar una casa pequeña, al norte de la ciudad). Con una pequeña gata, porque Volkov es alérgico a los perros. Y con un auto pequeño de cuatro puertas, aunque ninguno de los dos supiera conducir.

Sonrió.

Al principio lo hizo de manera mediocre y triste, pues sabía que era una tremenda estupidez imaginar algo tan meloso y fantaseoso como eso, pero luego, sonrió de verdad....

Tal vez... podrían hacer todo eso lejos. Como en otro país y en otro continente.

A miles de kilómetros de distancia de su horrible familia; de aquellas personas que buscaban el pago de un préstamo que salió fallido; de Conway, por su puesto; y de todos los problemas que parecían estar alterando los hilos de la relación de esa pareja...

Los boletos ya estaban por tener una fecha de salida, pero incluso los minutos más largos pasaban como segundos ante un reloj indefinido como el de Volkov.

Había estado leyendo. Pero su cerebro se había olvidado de procesar las palabras de la manera correcta. Ahora la página de su libro lucía como un mar de palabras juntas y sin sentido.

Horacio suelta una risa descuidada, llamando así la atención del albino.

-Ostia... -Dice con una sonrisa en el rostro, después levanta la mirada para toparse con los atentos ojos del ruso.

Horacio se desliza hasta él y cuando ya está lo suficientemente cerca se deja caer sobre el costado del contrario, acurrucándose junto a él. Volkov sonríe de inmediato y pasa su brazo detrás de la espalda del contrario, para así ponerla sobre su hombro y abrazarlo.

-Le han dado un pastel de chocolate con laxantes dentro -Continúa, riéndose casi a carcajadas del pobre hombre en la pantalla de su teléfono.

Volkov lo acompañó y rió levemente junto a él, y aunque no estaba muy acostumbrado a eso de reírse del sufrimiento de otra gente, por un momento, únicamente por la sonrisa de Horacio, era justificable...

La mano de Volkov se acerca al rostro del contrario hasta que sus despistados dedos ya están acariciando la piel del de cresta.

Horacio voltea para mirar los ojos de Volkov correctamente.

Café Mentolado || VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora