#17: Anuncios

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Su instructor gritaba cosas que no podían interesarle menos. Volteó a ver al resto, uno de los chicos habituales faltaba, como venía siendo desde hace tiempo, y al fondo dos de los cinco presentes se reían de lo que decían entre ellos. Miró al cobrizo, que hablaba con el signo del león, y tuvo que contener su impulso de ir con ellos para unirse a su conversación. No era como que tuviera problemas con el otro signo de fuego, pero tampoco eran los mejores amigos.

Miró hacia el otro lado, al pelirrojo que se mantenía alejado del resto. Era la primera vez en mucho tiempo que lo veía así. De hecho, no recordaba haberlo visto con los ojos rojos e hinchados nunca. Debería acercarse a él, pero Tauro podía llegar a ser bastante impredecible y no quería terminar en la oficina de la señora Katsaros tan temprano en la mañana.

Por lo general, no hacía nada en las prácticas rutinarias. No era como que su habilidad se lo permitiera, de cualquier manera. Al principio, cuando era más pequeño, los instructores intentaron ponerlo a dormir durante las horas de ejercicio, pero así no funcionaba. Ni siquiera él sabe cómo funciona su habilidad. Y eso que lleva toda su vida con ella. Sería un A de no ser porque sus sueños afectan su salud, justo el mismo criterio que aplicaron para calificar al toro como un B.

Los A tenían suerte, aunque ellos no lo pensaran así: Habilidades leves, que no ponían en riesgo a nada ni a nadie. Los A eran los más estables, aquellos que no sufrían, casi nunca, algún tipo de consecuencia a que un par de científicos con complejo de dios hicieran con sus cuerpos lo que quisieran. Algunos hasta podrían ser talentos, de no ser porque estaban igual de condenados.

Los C eran el otro extremo, y nadie se atrevería a decir lo contrario. Su generación sólo tenía dos, sin contar a Ofiuco, pero era difícil contar a alguien que rara vez estaba; la sexta generación se volvió la más «débil», o eso podían escuchar murmurar a los pasantes por los pasillos. Quizás era lo mejor, que la Directiva los considerara los más «débiles» por algo tan absurdo como era la cantidad de C que tenían.

Los C eran los que llegaron cuando la suerte se acabó. De pequeños, esos dos miembros eran los que se llevaban los aplausos de todos, pero los cumplidos siempre venían con un gran peso y nadie les advirtió sobre eso. Poderes fuertes, pero inestables. Podían hacer cosas que el resto no, pero no podían realizar acciones cotidianas sin causar daño. Imposibilitantes. Esa era la palabra.

Y, justo a mitad de camino, los B se levantaban como la mayoría de la generación. Eran seis. Ni tan «débiles» como los A, ni tan fuertes como los C. Tibios. Nada de qué preocuparse la mayor parte del tiempo. Aunque eso era mentira para algunos. La Directiva era tan egoísta, sin embargo, que se sentía con el derecho de afectar sus vidas y decir que «No presentaban inconvenientes mayores» sólo porque ellos no los podían ver.

Pero cualquiera que estuviera del lado equivocado de este retorcido experimento sabía la verdad sobre los B, porque Leo no podía alterarse para nada, aunque fuera algo positivo, sin desaparecer; o porque Géminis y Acuario necesitaban alejarse de la gente para pensar, pero no tenían a dónde ir; o Libra, que justo ahora estaba amarrado en su cama. El mismo Sagitario sufría de ataques de pánico antes de dormir, cada noche, sin falta, ante la perspectiva de que esa noche su habilidad decidiera mostrarle algo que no quería ver.

Sagitario, justo como el resto de los que nacieron malditos, llegó a la conclusión de que todo eso de las letras no eran más que mentiras que se contaba la Directiva para no sentir que le habían arruinado la vida a una generación entera. «Hey, todos van a morir sin ver el mundo exterior y, mientras vivan, van a tener varios inconvenientes por nuestro deseo egoísta, pero al menos no todos lo van a sentir con la misma intensidad». Vaya mierda.

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