#08: Salón C61

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Enfrente de él estaba sentado el rubio rojizo, comiendo de manera despreocupada con los ojos blancos sin ver a ningún lugar, sin decir palabra, también. Era raro verlo solo, pero esa mañana las cosas eran bastante extrañas de por sí. Miró a la nada, esperando que el desayuno más aburrido y lúgubre en su vida acabara y pudiera irse a vagar por ahí. Miró a la segunda mesa, aquella a la que también le faltaban miembros, y cuando se encontró con los ojos grises del signo de agua desvió la mirada de una manera que no podría ser considerada discreta por nadie.

El signo del toro se dio cuenta de que su mejor amigo era acosado por algún miembro de la segunda mesa, pero no se sentía con la energía suficiente para decir o hacer cualquier otra cosa que no fuera picar su comida con el tenedor y engullirla. Ni siquiera tenía hambre, y eso ya era decir mucho. No se equivocaba si decía que nadie de los presentes en el comedor había dormido la noche anterior, ya fuera por la habilidad de alguno de los suyos o por la propia ansiedad que todo lo que estaba pasando les causaba. Si no enloquecían, podrían montarle un altar a algún dios piadoso.

— ¿Dónde está Géminis?— Interrogó por enésima vez la voz del cangrejo. Tauro, su mejor amigo, soltó un bufido que lo hizo sentir mal consigo mismo, ¿Cuántas veces había preguntado lo mismo ya? Lo vio lanzarle una mirada asesina con sus azules ojos mientras giraba la cabeza que tenía apoyada sobre su mano. Él también se sentía demasiado cansado para que apenas fuera el desayuno, lo suficiente para preferir soportar las quejas del toro en lugar de buscar una respuesta en la libreta que colgaba de su mano. Miró a Capricornio, que muy descansado no se veía, pero Géminis no estaba ahí para ayudarlo a comunicarse, así que ahí tampoco obtuvo respuestas. El chico sentado frente a su mejor amigo era su última carta— ¿Leo?

El león espabiló al escuchar su nombre. Al parecer, estaban en una mala racha donde, si no les llovía, les granizaba. La noche anterior, justo después de la cena, se encontró con un Libra al que habían sedado para que pudiera vivir y, a esta pobre alma en pena se le sumaba el castigo de que se había quedado dormido abrazando al escorpión. Ninguno de ellos se atrevió a despertarlo, no querían que tuviera otro ataque, así que lo dejaron estar y nadie dijo una palabra más sobre el asunto. El problema vino después, cuando unos sollozos nocturnos lo despertaron: Venían de la cama de arriba, por lo que pertenecían al signo de la doncella. Afortunadamente, no era Libra. Desafortunadamente, era Virgo.

Controlar a su mejor amigo no era difícil, pero si era cansado. Más si lo hacían en silencio por miedo a despertar a esa bomba de tiempo a la que llamaban Libra. Y si a eso le sumaba lo espeluznante que era despertar por el llanto de tu mejor amigo sólo para encontrarte a uno de los miembros por excelencia del club de los bichos raros con la mirada fija en la esquina del cuarto mientras hablaba con algún fantasma... Bueno, la mejor noche de su vida no había sido.

— Géminis está con Libra— Respondió, por enésima vez, a la pregunta del cangrejo. Lo quería y todo, pero algunas veces su habilidad era por demás molesta. Siempre lo era. Porque cuando no estaba olvidando todo, lo recordaba todo. Leo no sabía a qué lado irle. El chico de cejas pobladas comenzó a hablar de nuevo, por lo que el león blanqueó los ojos antes de interrumpirlo y decir, con la voz más monótona posible— Y Libra está en su cuarto. Lo liberaron ayer en la práctica.

— ¿No puedes anotarlo?— Interrogó, hastiado, su mejor amigo. Cáncer lo fulminó con la mirada antes de meterse un pedazo de pan a la boca— Ya preguntaste eso mil ocho mil veces.

— Y tú ya le dijiste lo mismo mil ocho mil veces— Le espetó Leo. Al parecer esos dos no podían vivir sin estar discutiendo. Algo bueno sacaba Leo de eso: descubrió que, cuando estaba tan cansado como para morir, su habilidad no se activaba. Cáncer blanqueó los ojos, tomando su cuaderno sólo para darse cuenta de que ya lo había anotado antes, justo debajo de un nombre:

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