!#01: Sala de Bebés

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Las otras dos mesas, donde la cuarta y la quinta generación comen, son un mar de conversaciones y risas infantiles que van y viene. Mi mesa, sin embargo, es todo menos festiva. Nadie está triste o enojado, pero no solemos hablar mucho. Y yo se lo atribuyo a los asientos asignados que nos dieron cuando la quinta generación llegó al comedor, hace tres años, porque antes de eso cada uno se sentaba con sus amigos y todo era un poco diferente. Ahora nos tenemos que sentar en orden, según lo indican los números que tenemos. Yo, al ser el primero, tengo a mi derecha a Escorpión y enfrente al número siete de mi generación, a Halcón. Y ninguno de ellos es cercano a mí, por decirlo de alguna manera.

Escorpión no es cercano a nadie.

— ¿Verdad, Fritz?— Me pregunta Venado, sin importarle si habla sobre Escorpión. Yo lo miro confundido: No puedo escuchar su conversación con Búho cuando ambos son expertos susurrando, aunque estemos a una silla de distancia— ¿Te digo en nuestra hora de recreación?— Asiento con una sonrisa mientras sigo moviendo mi compota blanca en el plato.

Las conversaciones siguen mientras yo me concentro en pasarme la comida sin sentir tanto asco. No es mala, pero no me gusta. Y, cuando está lloviendo afuera y el clima es más frío, deja de ser una comida caliente para volverse una especie de pegamento difícil de ingerir. El truco es comerla mientras aun esté tibia, lo más rápido que puedas, sin pensar mucho en las consecuencias. Antes, cuando la segunda generación estaba por aquí, solían darnos mejor comida, tan siquiera tenía forma y colores, pero después de que ellos se fueran, las cosas cambiaron. Casi no lo recuerdo, nosotros acabábamos de integrarnos con los «niños grandes», no teníamos más de tres años cuando la comida cambió. La alcanzamos a probar, sin embargo, y las galletas eran lo mejor.

Estuvimos solos por un poco de tiempo, hasta que la cuarta generación tuvo la edad suficiente para integrarse con nosotros, pero ellos ya no llegaron a tiempo para probar algo que no fuera la papilla blanca que nos dan. A veces, sin embargo, nos suelen dar alguna bebida o una pieza de pan para acompañar. Y esos son los mejores días. Quizá si no lo hicieran me acostumbraría a la papilla, pero lo hacen y yo no me voy a negar a un poco de comida real, como la que vemos en las películas. Me pregunto si los de la quinta generación consideran que la compota sabe bien.

— ¿En qué piensas?— Me pregunta un castaño muy claro. Tortuga siempre es el primero en acabar su comida, siempre es el primero en irse. Lo miro directo a sus grandes ojos verdes, luego volteo a mi comida, para regresar mi vista a él y sonrío— Ya sabes el truco— Me recuerda y yo asiento. Pone su mano en mi hombro a modo de apoyo y me sonríe. Luego se va.

Uno a uno, todos terminan yéndose del comedor. Primero los menores, claro está, porque todos los pequeñines adoran a Tortuga, y a varios los regresan los cuidadores cuando notan que dejaron más de la mitad de su ración en la bandeja por salir corriendo a jugar. Ni siquiera están tan pequeños para comportarse así, y creo que eso es lo que llega a molestar a los cuidadores.

— ¿Por qué siempre eres el último en acabar?— Me pregunta el de ojos rasgados al tiempo que se levanta de la mesa, acompañado por Venado. Me encojo de hombros a modo de respuesta, la verdad es que no tengo ni idea de por qué lo hago, sólo pasa. Ambos blanquean los ojos— Te esperamos en el C09, no te tardes demasiado. ¿Va? Hoy es día de manualidades— Y el moreno suelta un bufido ante el anuncio. Búho y yo reímos un poco.

La peor parte de la generación se la llevó Venado con una habilidad que no le permite tocar cosas sin hacerlas explotar. Literalmente. Esa es su habilidad, explotar cosas al contacto. Así que el día de manualidades en el C09 no es su día preferido, más porque no puede hacer nada más que sentarse en una esquina y ver cómo el resto se divierte o se frustra en su intento de hacer algo. En lo personal, es de mis días favoritos, no porque pueda reírme de la desgracia de uno de mis mejores amigos, sino porque debemos estar todos callados prestando mucha atención a las indicaciones de quien nos está explicando el proceso. Y, cuando todos se ven obligados a guardar silencio, no me siento como una total paria.

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