#10: Trozo de pan

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Era media tarde y no tenían nada mejor que hacer que tirarse en sus camas para matar el tiempo libre entre la comida y la cena. Con quince años, Tauro sentía que ya había hecho todo lo que estaba a su alcance en ese complejo al que lo habían recluido nada más nacer. Ya vio todas las películas, ya leyó todos los libros, ya recorrió todos los pasillos. Y, sin una aventura más por vivir ni la curiosidad que poseía cuando niño, la vida se convertía en una serie de días encadenados, cada uno igual al anterior, en los que su único objetivo era llegar al siguiente porque todos los demás lo hacían. Lo que lo movía era la pura inercia.

Terminó por salir de su alcoba al enloquecer por los ronquidos de su compañero, optando por poner distancia entre ellos en lugar de despertarlo y arriesgarse a terminar con el cuello roto y una pierna donde se suponía debería estar su brazo.

Vagó un momento por los pasillos de siempre, escuchando sin querer las conversaciones que se daban en la relativa privacidad de las alcobas y, como no era uno de esos a los que les gusta enterarse de cosas que no son de su incumbencia, olvidó todas las palabras que alguna vez escuchó casi al instante. No sabía a dónde se dirigía, quizá no iba a ninguna parte, pero caminar siempre lo terminaba por calmar un poco.

Terminó en el comedor, aunque al no ser hora de comer estaba vacío y no tenía nada que ofrecerle más allá de la jarra de agua que siempre debía estar disponible para ellos, sentándose en la misma mesa de siempre, en su lugar asignado, mientras esperaba que el tiempo pasara. Tan siquiera en ese lugar no lo enloquecían los molestos ronquidos del carnero. Dejó caer su cara en la mesa metálica, espabilando un poco por lo fría que estaba, pero cerrando los ojos al final. En el silencio del comedor vacío, los pasos de dos personas lo hicieron saltar.

— ¡Estoy cansado!— Dijo la primera voz, una voz por demás familiar— ¿No podemos hacerlo mañana? ¿No podemos descansar un día?

— ¡No podemos!— Respondió la segunda— ¿No lo entiendes? No tenemos tiempo.

En su mente, Tauro pedía que ambos chicos se fueran con su drama a otra parte. En las últimas semanas había tenido suficiente drama para tres vidas. ¿No podían darle un segundo a solas? El complejo era bastante grande, tenía suficientes habitaciones y un miembro de esa extraña e inesperada pareja se las sabía todas de memoria. Pero no, como los ronquidos de Aries, parecían perseguirlo sólo a él, con el único propósito de exasperarlo. Escuchó la voz del primero en hablar soltar un bufido y una maldición antes de que los pasos se acercaran más a su posición.

— ¡Cáncer!— Lo llamó el segundo.

— Sólo quiero agua, Escorpio— Se rindió el otro, cansado, pero sabiendo que las palabras del pelinegro estaban llenas de razón.

— ¿Akshay?— Lo llamó el toro, utilizando su nombre, como último recurso. El moreno se sobresaltó, dejando caer un poco del agua que se estaba sirviendo al no esperarse a nadie en ese lugar a esas horas. Le sonrió en respuesta, sin embargo, porque no quería preocupar a Tauro— ¿Podemos hablar?— Pidió en susurro, más por cansancio que por otra cosa. Si Escorpio los escuchaba a o no le daba igual. De un tiempo para acá, su mejor amigo se la había pasado con el pelinegro y casi que toda la generación daba por formada otra pareja.

— Ahora no, Adler— Fue lo que respondió el cangrejito, con una sonrisa que en verdad decía que lo sentía, mientras sus cafés ojos se desviaban hacia el pálido chico que lo esperaba en la puerta— ¿Más tarde?— El pelirrojo asintió, sin saber qué más hacer, sin alzar la cabeza del lugar donde la tenía, mientras veía a su mejor amigo alejarse con el signo del escorpión por la puerta.

— ¡Escorpi!— Perfecto, esa voz era lo último que le faltaba a Tauro para completar el bingo de molestias cuando quería estar calmado. La voz infantil alargó la «i» final hasta el infinito.

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