Capítulo 14: Ardor.

6.8K 203 16
                                    

Él acaricia mis nalgas preparándolas para ser torturadas, me estremezco ante su tacto, aún sigo mojada por el agua de la piscina, doblada en la banca del jardín y totalmente expuesta ante los dos hombres que me dominan.

—Serán 20, Erika, yo los contaré por ti.

—Sí señor.

Fernando impactó su palma contra mi trasero, agradecía que no utilizara algún instrumento para realizar el castigo, aunque sus nalgadas eran  dolorosas también se volvían muy placenteras, pues el calor de su piel chocaba con el mío y el espacio que dejaba entre cada golpe lograba aumentar mi excitación, provocando que emitiera gemidos de dolor y placer acompañados de una chorreante humedad que se concentraba en mí.

—Es perfecta tu piel roja —Fernando introdujo dos dedos para comprobar el estado en el que me encontraba. —Veo que extrañabas mis castigos.

—Gracias señor 

Armando me sujetó del cabello arqueando mi espalda y mordiendo el lóbulo de mi oreja.

—No creo que Fernando se conforme con 20 azotes ¿cierto?

—Es verdad Armando, aún no termina el castigo.

La posición en la que me mantenía mi amo, le daba a Fernando completo acceso de mis senos, él se alejó a buscar algo de su mochila y regreso con unas pequeñas pinzas para pezones, las colocó en su lugar y se aseguró de que estas ejercieran la presión deseada.

—¿Cuántos orgasmos seguidos serás capaz de soportar Erika?

Armando me soltó de su agarre y Fernando me recostó en el pasto boca arriba con las piernas flexionadas y abiertas, después me volvió a colocar la misma venda que segundos antes había retirado de mi interior.

—Espero que esta vez se quede en su lugar.—No pude responder pues Fernando besó mis labios de una ruda y deliciosa manera.

Nuevamente me encontraba sola en el jardín, estuve así por casi media hora, o al menos eso me pareció pues nunca he sido buena calculando el tiempo sin ayuda de un reloj, escuche pisadas acercándose  y mi cuerpo se tensó cuando sentí que derramaban una viscosa sustancia en mí, unas gruesas manos esparcían el gel por todas las zonas posibles, no sabía qué me estaban aplicando, la sensación era muy agradable pues se sentía refrescante por lo que creí que se trataba de algo con mentol pero con el paso de los minutos la frescura se convirtió en ardor, me sentía muy caliente y comenzaba a inquietarme, me giré en el pasto tratando de apagar el calor.

—No Erika, no te di permiso de moverte. 

Fernando me reacomodó en la posición original y Armando se arrodilló cerca de mi sexo, trataba de adivinar todo lo que hacían pues la venda me impedía verlos, sin embargo el silencio de la noche me permitió escuchar a mis amos.

—No puedes moverte pero tienes permiso para gritar todo lo que gustes.

Sentí como un frío y grueso objeto de metal me penetraba de manera rápida y constante mientras que el otro hombre repartía azotes en mi abdomen con lo que parecía ser un látigo de tiras de cuero, cada golpe se intensificaba debido al ardor que la sustancia me generó, sentía que mi cuerpo se quemaba, no podía concentrarme en una sola sensación, por una parte  mi cuerpo ardía y por otra estaba sintiendo delicioso placer que causaba el consolador ayudado de los rápidos movimientos de mi Amo, la velocidad de los golpes aumentó y ya no podía resistirlo más, quería que pararan de torturarme pero no sabía si debía utilizar mis palabras de seguridad, yo nunca tuve la necesidad de hacerlo con ninguno de los dos y temía que pensaran que me había vuelto débil.

—Por favor, ya no puedo más —Ellos ignoraron mis suplicas puesto que sin las palabras adecuadas ellos no debían parar, esto para evitar confusiones.

Ninguno de los dos finalizaba sus respectivas torturas, así que impulsivamente tomé una decisión, pateé a el hombre que se encontraba enfrente de mí con el consolador, me quité la venda de los ojos mientras me levantaba y corrí hacía la piscina arrojándome al agua, en ese momento no me importó el no saber nadar, solo quería aliviar el ardor de mi piel, el cual era cada más fuerte volviéndose insoportable para mí.

Me arrepentí a los segundos de haber tomado esa decisión, comencé a patalear y el agua entraba en mi nariz y boca, si Fernando o Armando lograban sacarme de aquí, me esperaría sin duda el peor castigo que me han dado.

Sin dudar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora