CAPÍTULO XXXVI

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Cuando Dael logró salir del bosque y llegar a la aldea todos los allí presentes la observaban, algunas miradas de asombro, curiosidad y muy pocas de ellas de alegría, para nadie era un secreto que salir totalmente ileso de su encuentro con el destino e incluso llegar con vida era un milagro; la ropa que llevaba indicaba que su travesía había sido muy difícil, sobre todo el hecho que estas estuvieran manchadas de sangre y con algunos agujeros; su mirada estaba fija y adormilada, pero nunca dudaba en sus pasos.

Pronto se vio rodeada de Mara y sus acompañantes, no había rastro alguno de emoción en sus rostros. Nadie se interpuso en su camino, Dael seguía caminando, decidida a descansar y antes de iniciar cualquier actividad que logrará poner en riesgo su vida ¿qué tenía que hacer para empezar a vivir sin preocupaciones? Deseaba con todo su corazón ser una joven cualquiera, era preferible una vida monótona y libre, que estar dependiendo innumerables veces de los demás.

—Solo quiero descansar y que nadie me moleste -habló Dael mientras caminaba y se dirigía a la que una vez fue el hogar de sus padres y que de seguro sería el de ella.

Mientras Dael dormía logró tener un sueño tranquilo, unos muy esquivos para ella. La oscuridad del lugar permitía una total intimidad y soledad, nadie la molestó o se acercó al lugar, aunque las personas no dejaban de hablar sobre lo que había pasado, después de tantos años la heredera de las Montañas Blancas había llegado y sin duda esperaban que ella luchará junto a ellos contra la oscuridad que se acercaba a pasos agigantados.

Antes de levantarse Dael pensó en todo lo que había ocurrido en tan poco tiempo y si alguien escuchara todo lo que había vivido podría pensar que es alguna invención o los recuerdos de un sueño fantástico. Pero aquello último se alejaba de su realidad algo amarga. No se habría levantado a no ser por un gran apetito que la estaba molestando desde el inicio del alba. Se incorporó lentamente y notó que ya no sentía algún dolor y que nada era un sueño, su ropa aún seguía sucia y rota. Miró en el interior de la gran tienda y miró algunos cofres que parecían viejos y empolvados, pero no se atrevía a abrirlo o acercarse a ellos, sabía que no le pertenecían aún si eran o fueron de sus padres.

Padres…

Salió del sitio que empezaba a considerar seguro para encontrarse con la misma escena del día anterior, personas caminando por el lugar, solo que esta vez ignoraban su presencia y seguían su camino, posiblemente la estaban aceptando como una de ellas. Miró a Mara, quien se acercaba junto con Ahuka. A lo lejos parecían muy similares, el color de su cabello, su piel clara y su mirada de determinación apuntaban que podían ser familiares, pero sus alturas se diferenciaban notablemente y algunos rasgos en sus rostros. Dael recordó al padre de Mara y Ahuka no se parecía en nada a él.

—Qué bueno verte despierta y con buen semblante, debemos reunirnos con nuestros padres y tú debes comer un poco, de seguro estás hambrienta.

Siguió a Mara hasta llegar a una gran piedra, ésta era plana en su superficie pero no del todo perfecta. Sobre ésta habían algunos platos rústicos y viejos, hechos de madera, no habían cubiertos al parecer nadie los utilizaba, aunque realmente creía que no todos conocían estos objetos. Dael se sentó en el suelo y disgusto la comida que allí se encontraba servida: algunas aves pequeñas y frutos que se encontraban secos, al parecer la carne era de ciervo, del cuero que cubría sus chozas y prendas.

Era una de las pocas veces en las cuales se sentía realmente hambrienta y en muy poco tiempo se había devorado todo lo que le habían ofrecido. Reconoció que se encontró un poco sola, en el castillo se acompañaba con sus hermanos y la reina y en casi todos las ocasiones con el rey, hasta hacía poco tiempo.

—¿Sabes qué quieren comunicarme tus padres?

—Son temas de los cuales no tengo acceso, mi padre me comunicó lo que hace poco te dije, te corresponde a ti saber de ello.

La Muerte de la Guerrera Blanca [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora