CAPÍTULO XXXI

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Como si su sueño se hiciera realidad, frente a Dael se levantaban algunos campamentos hechos a base de piel de grandes animales, posiblemente un búfalo o fieras salvajes, todo cubierto por la nieve. 

—Pensé que tu gente estaba más oculta. 

—Eres la segunda persona que entra a este pueblo, de seguro has escuchado como hombres y mujeres han desaparecido en estas tierras, es el mismo bosque el que decide quien entra, solo las persona dignas lo pueden cruzar. 

Aquellas palabras llamaron la atención de Dael, el bosque tenía la voluntad de desaparecer o permitir el camino de los habitantes del reino e inclusive de desconocidos, estaba segura que de allí se originaba la magia; se preguntó si es estar allí significaba que ella era digna de entrar en los secretos que oculta la nieve. 

—Antes de entrar por completo en nuestro pueblo debes reunirte con nuestros padres. 

Mara guió a Dael a un gran gran cueva en lo alto de una colina, su distancia al campamento principal era considerable pero lo que realmente dificultalba el paso era las pequeñas rocas filosas del suelo así como los gruesos cristales de hielo. El frío se infiltraba por entre su calzado haciéndola temblar de frío, mientras se acercaban algo en ella llamó fuertemente su atención, parecía como si pequeñas luces danzaran frente a ella, se movían de manera constante evitando chocar entre sí. 

—Hace muchos años que no se veian, son Andaas o pequeñas hadas de la nieve, su brillo ahora es más fuerte y su movimiento más bello, se encuentran aquí solo por ti, al parecer llevaban años esperándote. 

—Andaas… 

Sus recuerdos llegaban a su mente de manera fugaz, se vio así misma corriendo por las praderas cuando era una niña, solía estar acompañada por su madre y su hermano junto con algunas mujeres del servicio, era una tarde tranquila, iban a compartir un bocadillo juntos, lejos de el bullicio del castillo. Se escapó de la mirada atenta de la Reina Maritza y se encondio detras de un gran árbol y las vio, pensó que se trataba de algunos moscos o insectos, pero al acercarse más a ellas descubrió su verdadero aspecto, delgadas y de diversos colores, se podría decir que eran diminutas mujeres de cuerpos alargados, sus ojos totalmente oscuros y ovalados carecían de pestañas al ver su boca, un pequeño punto, empezó a reír, y al hacerlo las pequeñas mujeres danzantes también reían y su sonido era similar a los silbidos de las aves.  

—Llegamos. 

La voz de Mara la alejó de sus viejos recuerdos llevándola a su presente, se encontraban en la entrada de una gran cueva iluminada por dos grandes antorchas, la luz que ofrecía el fuego parecía no agotarse, se movía conforme el viento influía en ella y brillaba con tanta fuerza aún cuando el sol se posaba en el centro del cielo; al adentrarse logró escuchar voces algunas más claras que otras, pero su idioma le era desconocido. 

—Al parecer ya se encuentran reunidos. 

Dael miro a Mara con inquietud, tenía curiosidad acerca del lugar en el cual se encontraban, no sabía exactamente a quienes vería o que decir, sentía que caminaba guiada por su instinto, como si conociera el sitio y no necesitará alguna ayuda para orientarse dentro de la curva. Pronto se escuchó en fluir del agua y frente a ella se encontraban una mujer de avanzada edad sentada frente a tres hombres, cada uno tenía una característica especial, uno parecía ya muy viejo con un atuendo blanco, igual que la mujer; el más joven carecía de vestimenta ya que sólo llevaba un pantalón largo adornado con plumas y pequeñas piedras; por último, el otro hombre llevaba en sus manos un bastón y en su punta se podía observar una piedra de gran brillo, y logró ver en su mirada familiaridad, como si ya lo hubiera visto. 

—Siéntate frente a ella. 

Dael hizo lo que le pidió, al sentarse frente a la anciana formó un círculo junto con los otros hombres y Mara quien se ubicó a su derecha. La mujer miraba a Dael mientras pronunciaba algunas palabras, tomó sus manos y las acuno en las suyas, uno de los hombres tomó un delgado listón y lo amarró juntando aún más las manos, Dael estaba algo incomoda, sentía que su cuerpo no respondía a sus pensamientos hasta que decidió desistir. 

La Muerte de la Guerrera Blanca [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora