CAPÍTULO XXII

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Los hombres que querían dar caza al rey y acabar con todo el reino para moldearlo a sus ideas, se encontraban frente a ella, pero Dael ya no tenía miedo.

Algunos niños corrían por el lugar, descalzos, con sus ropas algo grandes y en algunos casos remendadas.

¿Cómo permitían que los pequeños se involucraran en aquella situación tan miserable y ruin?

Algunos jóvenes de posiblemente su edad se encontraban preparando sus armas, afilando las espaldas o puliendo unos cuantos escudos, algo rústicos pero de seguro muy útiles. Mientras los miraba recordó que aquellos hombres tenían en su poder a Frederick y a Mara, los busco con la mirada, pero no pudo dar con ellos.

—Tus amigos no se encuentran aquí, pero si quieres te llevaré con ellos.

Dael se sentía algo desconcertada ¿por qué aquel hombre la trataba con amabilidad? Había visto a uno de los hombres que había golpeado a Frederick y recordó que en su mirada había gozo y deleite al hacerlo, pero nadie lo detuvo. Se sentía culpable de aquello, pero sabía que no del todo era su culpa.

De nuevo sintió que tiraban de ella, y de nuevo aquel hombre que no se había separado de ella, la estaba llevando a algún sitio, no opuso resistencia sólo se dejó llevar, quería ver con sus propios ojos que Frederick se encontraba bien.

—Al parecer me conoces y yo no se siquiera como te llamas, creo que debo saber aquello ya que me llevas con si fuera un estúpido muñeco.

Lo único que Dael obtuvo fue silencio, no hubo respuesta alguna y antes de que volviese a hablar se encontró de nuevo en el suelo, pero sintió que esta vez no era la única que se encontraba allí. Un cuerpo se encontraba frente a ella, al acercarse logró ver que respiraba, algo que realmente le agrado, pero al detallar todo su cuerpo visis pies de encontraban en muy mal estado, al parecer llevaba sangrando mucho tiempo, algo de sangre seca se encontraba tanto en los pies como en el suelo, pensó que alguien había sido muy considerado para quitarle los zapatos y permitir que las heridas recibieran algo de aire. Se acercó al rostro dormido y lo tocó levemente, aquellos ojos cerrados trataron de abrirse, pero Dael finalmente acarició los párpados cansados.

—Tienes que dormir Frederick -hablaba en un susurro y así aquel joven logró dormir de nuevo- tienes que descansar.

Cuando Dael se puso de pie encaró a su captor, se sentía realmente enojada.

—¿Qué le hicieron?

Trató de hablar fuerte, pero no lo suficiente para no molestar a Frederick. Aquel hombre sonreía descaradamente mientras alternaba su mirada entre Dael y el desgraciado tirado en el suelo como un moribundo animal.

—Viajó junto a mis hombres pero no soporto muy bien el camino.

Dael se acercó de nuevo a Frederick y tomó sus manos aún atadas, provocando un leve quejido. Trató de liberarlo pero lo único que hacía era empeorar la gravedad de sus heridas, la única solución era cortar las cuerdas pero no tenía nada para ayudarle.

De la nada una pequeña daga fue tirada a su lado, sorprendida miró a una mujer, no la había visto antes, pero no duda en pensar que aquella mujer estaba de parte del hombre que la llevó hasta allí. Tomó la daga y procedió a cortar el lazo, las heridas estaban en carne viva, se sentía inútil ya que no podía hacer nada para curarlo. No sabía cómo, pero la recién llegada se había acercado a Frederick con un pequeño cuenco, que hasta ese momento había ignorado, se alejó un poco y vio como aplicaban algún tipo de crema en las heridas, un fuerte olor herbal se desprendió de la mezcla extraña mientras era aplicada; Dael observó a quien se dedicaba a aplicar aquel ungüento, ella tenía unas facciones marcadas, un rostro pálido y casi cadavérico, podía ver algunas cicatrices cerca de la boca, eran algo pequeñas que casi pasaban inadvertidas. Creía que lo único bello en aquella mujer eran sus vivaces ojos verdes que no dejaban de observar a un cansado y malherido Frederick.

La Muerte de la Guerrera Blanca [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora