CAPITULO 1

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18 de Diciembre de 2020, 14:28, Instituto Saint Claire, Manhattan

Para algunos, el último día de clase del primer trimestre, era el mejor día del año, pero para mí, era el día que me quedé huérfano. Aunque hacía ya casi tres años del accidente de coche en el que murieron mis padres, yo aún no lo había superado. Mi nombre es Charles y tengo dieciséis años. Acabábamos de salir de un McDonald's después de haberles enseñado las notas. Había sacado en todo sobresalientes y me habían llevado allí para celebrarlo. En un cruce, al ponerse el semáforo en verde, un camión nos golpeó y el coche volcó. Lo siguiente que supe al despertar es que estaba en el hospital. 

Mi tía Megan estaba a los pies de la cama, llorando. Cuando me vio abrir los ojos, me abrazó con tanta fuerza que tuve que decirle que me estaba mancando. Me dijo que había estado en coma tres meses y que había sobrevivido de milagro. Cuando le pregunte por mis padres ella no supo cómo decírmelo, así que fue la tonta de mi prima Alexa la que me dijo de una manera fría que habían muerto por mi culpa, por haber ido a celebrar que era un cerebrito. Mi tía le pego una colleja delante de la enfermera y el médico, que entraban en ese momento por la puerta. Detrás de ellos entró otra mujer a la que no había visto en mi vida, ni siquiera en el colegio. Mi tía me dijo que era la mujer que me había sacado del coche y me había salvado la vida, pues cuando me saco no tenía pulso y tuvo que reanimarme hasta que llegaron los sanitarios. 

Desde ese día, me había ido a vivir con mis abuelos, que tenían una casa en el centro, una de las pocas que quedaban en la isla. Al conductor del camión le cayeron veinte años de prisión, pues iba drogado y borracho cuando chocó contra nuestro coche, y además de eso, también había muerto otra mujer que estaba paseando a su perro por el otro lado de la calle. El perro, que había sobrevivido, pues el camión no lo había ni rozado, se había quedado sin hogar y lo estaban cuidando en la casa de la mujer que me había salvado la vida. Le pedí permiso a mis abuelos, que vinieron en cuanto se enteraron de que había despertado, que si me lo podía quedar, pues según me habían contado mi tía y Sarah; que así se llamaba la mujer que me había salvado la vida; cuando vinieron los sanitarios el perro se subió a la ambulancia y no se separó de mí en ningún momento. Lo habían traído varias veces desde que ocurrió todo y, según me había contado Sarah, me había cogido cariño. Después de una semana tras despertarme, me dieron el alta y empecé a ir a clase otra vez. Me empecé a distanciar de los amigos, hasta tal punto que muchos de ellos dejaron de hablarme, pero mis mejores amigos, Josh y Sally, que, además de ser mis amigos eran hermanos, nunca me dejaron. 

Y ahora tocaba otra vez el día de fin de clases. La sirena estaba a punto de sonar y sentí que me tiraban del gorro de la sudadera. Era Josh.

-¿Les has preguntado a tus abuelos si nos dejan pasar en tu casa las navidades?- me dijo.

-Sí, y puedes.

-Genial

Ese año, los padres de Josh se iban a ir a Escocia a ver a la bisabuela de Josh, pues estaba muy enferma y no le quedaba mucho tiempo. Así que les habían preguntado si podían pasar las navidades en mi casa. Les habían dado permiso. Se lo dijo a su hermana, que estaba sentada a su lado. Eran mellizos, por si no lo había dicho antes, y, a pesar de ello, apenas se parecían. Josh era más alto que ella y tenía el pelo de un color castaño que casi era negro y ojos verdes, mientras que ella tenía el pelo de color rojizo rubio y los ojos azules. Ella había heredado los rasgos de su madre, y él, los de su padre. 

La sirena sonó y la mayoría de los chicos de clase se levantó a toda prisa y salió corriendo del Instituto. Yo me levante caminando y salí con Josh y Sally, que siempre me esperaban en la puerta del aula para salir juntos. Al salir por la puerta del IES, mi abuelo Lucius me estabas esperando con  mi perro Roke; que así se llamaba. Le había dejado el nombre que le había puesto su anterior dueña, por respeto hacia ella y porque el nombre me gustaba. Era un precioso dálmata con los ojos color café. 

Lo llamé y mi abuelo lo soltó para que fuera a saludarme. Me empezó a dar lametadas mientras meneaba la cola y también saludo a Josh y a Sally. Nos metimos en el coche de mi abuelo, un Cadillac Fleetwood 60 de 1955 en color azul. Lo tenía tan cuidado, que parecía que acabara de salir del concesionario. Llegaron a casa y la abuela Serena nos estaba esperando en la entrada de la casa. Era una casa de dos plantas bastante antigua que habían comprado hacía casi cincuenta años tras casarse. Estaba rodeada de una valla blanca y estaba rodeada de flores. Salimos del coche y fuimos directos a saludar a mi abuela mientras el abuelo guardaba el coche en el garaje.

-¿Cómo os ha ido con las notas?-preguntó mi abuela Serena.

-Yo he aprobado todas con bienes y notables-le dije a mi abuela. Desde el accidente apenas me centraba al intentar estudiar y siempre me acordaba de lo que había pasado la última vez que había sacado sobresalientes en todo, lo que hacía que me costara aprobar todas las asignaturas.

-Yo he sacado un sobresaliente y el resto notables-dijo Sally.

-Yo deje matemáticas y sociales, lo demás bienes-dijo Josh.

La abuela Serena nos introdujo a la casa y al instante percibimos el olor de lo que nos había preparado para comer. Los tres sonreímos y nos miramos entusiasmados. Entramos en el comedor y vimos la mesa preparada con cinco platos. En el centro había una pota con fabada asturiana y una bandeja con patatas y varios cachopos de ternera rellenos de jamón serrano y queso, rebozado en harina, huevo y pan rallado. Los cachopos eran la especialidad de la abuela, pues antes de vivir en EEUU, había nacido en Italia y había vivido desde los cinco años en Logroño, un pueblo de Asturias en España. Allí había aprendido a hacer cachopos caseros con una vecina muy maja que les enseño el idioma y la gastronomía de allí. Y allí vivió hasta que conoció al abuelo Lucius y se marcharon tras casarse a EEUU. Nos sentamos en la mesa y esperamos hasta que el abuelo Lucius entro y sentó para empezar a comer. Durante la hora de la comida apenas hablamos y lo agradecía, pues sabían que era un día difícil para mí. Después de comer les pedí permiso a mis abuelos para ir a jugar con Josh y Sally a la Play y nos dieron permiso.

-Dios, lo que daría porque mis padres cocinaran tan bien como tu abuela, Charles- dijo Josh.

Venía al menos una vez a la semana a comer a mi casa con su hermana y sus padres a comer con nosotros, pues mi abuela tenía un restaurante de gastronomía asturiana en la calle de al lado y habían ido tantos famosos a comer en él, que habían ido a comer en el varias veces Robert De Niro, Rihanna, Salma Hayek e incluso Stephen King fue cinco veces en los últimos dos años a disfrutar del famoso filete de ternera de mi abuela.

-Lo que daría por conocer a Taylor Lautner-dijo Sally, que le gustaba tanto ese actor que hasta estaba segura que algún día podría conocerlo si iba al restaurante de mi abuela.

-Si ha ido Robert Pattinson a comer al restaurante, seguro que un día de estos viene él a comer.- le dije yo.

Nos pusimos a jugar a Call of Duty Cold War en multijugador durante al menos tres horas hasta que la abuela nos llamó para la merienda. Nos había preparado una tarta de manzana y nos tomamos un pedazo cada uno. Después de eso estuvimos el resto de la tarde hablando entre nosotros hasta la hora de la cena y después vimos Resident Evil en la televisión, pues estaban con el especial apocalipsis zombie en la Fox. Y cuando acabó, nos fuimos a dormir. Eran las 00:36 de la noche.

Nothing EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora