Elle vio marchar a Alice, en silencio. Pensativa, marchó a colocar sus cosas en la cocina, y luego en el baño. Cuando acabó, se metió en la bañera.
Todo su cuerpo agradeció aquel agua caliente cubriéndolo. Mirando las burbujas, de nuevo el hilo de Alice le vino a la mente.
Estaba completo, perfecto, impoluto. No tenía absolutamente ningún problema, ninguna traba, y no acababa lejos de allí, podía percibirlo. Y, aún así, había elegido dedicarse a Clover. La quería, por encima de todas las cosas, por encima incluso de su verdadera felicidad. ¿Acaso no representaba eso la forma más pura y absoluta de amor? Suspiró.
Pasó un buen rato en el agua, hasta que tomó una decisión. Salió de la bañera, se secó y vistió, recogió su cabello en un moño trenzado, se enfundó unos vaqueros, una camiseta celeste y su abrigo, cogió su bolso, móvil, cartera y llaves, y salió de casa, avisando a Milly de que había olvidado comprar algo en el super.
Una vez fuera de casa, ya con la puerta cerrada, se aseguró de que nadie mirase, colocó su mano hacia delante, cerró los ojos, y centró sus pensamientos en Alice. Un sólo hilo se alzó, enredándose en su muñeca, como tirando de ella. Se apresuró a seguirlo.
Apenas caminó durante una hora, hasta llegar a un antiguo edificio de viviendas. Subió cuatro pisos, hasta llegar a una robusta puerta de madera. Llamó al timbre, mientras su mente trabajaba a toda velocidad en una excusa.
Un hombre de unos treinta y cinco años abrió la puerta. Elle miró discretamente a su mano derecha, y ahí estaba: el hilo de Alice.
-¿Qué necesitas? -preguntó el hombre, frunciendo el ceño. No parecía arisco, simplemente, serio.
-Me llamo Danny, y acabo de llegar al bloque. Me han dicho que convenía presentarse a los vecinos, pero no sé si era broma o no. Nadie me ha dicho nada en cuatro pisos.
El hombre abrió los ojos como platos, antes de echarse a reír descontroladamente en su cara.
-Pobre chiquilla, te han tomado el pelo. -rió, negando. - Menudos cabrones tengo por vecinos, mentir así a una pobre muchacha. -trató de recuperarse, negando, antes de tenderle la mano.- Soy Sam, Sam Doyle. Probablemente, el único vecino no cabrón de tu nuevo edificio.
Elle esbozó una sonrisa; había conseguido lo que buscaba. Tomó su mano, y, automáticamente, se desmayó en brazos del hombre.
En aquel mundo al que se transportaba al usar sus poderes, Elle caminaba, con total seguridad, en busca de una idea, una pista, que hiciese a ese tal Sam llegar hasta Alice.
No era que no estuviese teniendo en cuenta el deseo de Alice de permanecer siempre junto a Clover, era, simplemente, que quería que al menos, en algún momento de su vida, se conociesen.
Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que Sam, y la Clover de varios años atrás, la que aún padecía trastorno de personalidad múltiple, ya se conocían. Parecía, de hecho, que hubo algo entre ellos. Pero la Clover que estaba viendo, además de hablar, no actuaba como la Clover que había conocido, sino más como...una mezcla entre Alice y Helena. Por supuesto, había muchas ocasiones en que era, simplemente, Clover. Pero una cosa era segura: Sam sabía algo, pues en todo momento, en todos sus aspectos, la trató y quiso igual.
Siguió caminando hasta un recuerdo concreto: el de Sam, despidiéndose de una joven y llorosa Clover, suplicándole que no llorase más, que le partía el corazón dejarla, dejarlas, se corrigió. Pero que, de mantenerse a su lado, podrían acabar con ellas.
Lo sabía. Sam sabía de la existencia de las otras tres Clover. Y le había dado igual.
En aquel corazón, Clover y las chicas ocupaban un lugar especial para aquel hombre. De verdad le habían importado, pese a todo. Vio cartas, mails, en las que se preocupaba por ella, escribiéndole bajos diferentes nombres y desde distintas direcciones.
Y vio el momento en que decidió seguirles de nuevo la pista. Cuando, en una carta que recibió en Nueva York, supo lo que había ocurrido con Clover, y su situación. No había respondido a aquella carta. Había ido a coger el primer vuelo destino a Francia.
Su tiempo ahí dentro se acababa. Buscó alguna pista, alguna forma de hacerle ir a casa de Clover, pero sentía como empezaba a volver en sí, escuchaba la voz de Sam llamándola.
Lentamente, abrió los ojos.
-Qué susto, hostia. -declaró Sam, mientras le tendía un vaso de agua, que Elle se apresuró a beber.
Le miró fijamente, y el hombre le devolvió una mirada curiosa, extrañada, alerta.
-Clover te necesita, Sam.
Y Sam Doyle palideció por completo
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Cuentos de la Tejedora de Destinos
RandomCuenta una antigua leyenda que todos estamos unidos a nuestra persona destinada a través de un hilo rojo. Es una leyenda que se repite, a lo largo del tiempo y las civilizaciones, pero de la cual nadie sabe su origen. Aunque Elle siempre creyó en el...