Capítulo 8 - Carlos

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Respirar hondo y abrir bien los pulmones dejando que el dulce aroma del campo entrara por mi nariz. Eso era lo que nunca iba a poder hacer a partir de ahora.

La carga de que mis padres me hubieran abandonado, y el estar en una silla de ruedas, me estaba matando.

La gente me miraba con tristeza, mientras yo bajaba aquella calle hacia mi nueva casa.

¡No! Si hay algo que odio, eso es ser el centro de atención.

Tras 5 minutos apartando mi mirada de la gente y aguantando las lágrimas que amenazaban con salir a bocajarro de mis ojos, llegué a mi destino.

Ante mi tenía una gran casa.

Lo primero en lo que me fijé, fue en las grandes columnas de la portada. Columnas de mármol a un estilo clásico y refinado, demostrando que la gente que habitaba dentro, era ordenada. No pude evitar seguir observando aquella mansión que ahora iba a ser mi casa. Encima de las columnas se alzaba una gran fachada color verde en cuyo centro había una ventana con cristales rojos. Me fijé en la ventana, intentando ver que había dentro de aquella habitación. Y de pronto, un niño apareció al otro lado del cristal y me saludó. Parecía ser que ahora iba a ser hermano mayor. ¡Oh no!

El techo era de color azul. Y claramente la mansión contrastaba completamente con las casas de alrededor.

Ante mi aparecieron dos personas. Un hombre y una mujer. Me quedé de piedra. Era la pareja mas rara que había visto en mi vida. Ella sonriente, aparentemente simpática, pelo negro y ondulado sin ser demasiado largo, ojos marrones, ni una sola arruga y sonrisa perfecta. Oggg... esas son las peores. Era tan perfectamente normal que me estaba poniendo nervioso. Él, aparentemente mayor que ella, gordo, sonrisa forzada, ojos color... no se podría decir ningún color porque era una gran mezcla, estaba mucho mas desgastado que ella, y tenía pelo rubio y largo. La sonrisa de él me hacía pensar que tampoco él quería que se prolongara mucho la situación. Menuda combinación. Me miraban como si comieran por los ojos, fueran caníbales, y llevarán dos años sin comer. Y encima con los brazos abiertos. ¡Oh! ¿Qué esperaban? ¿Que fuera corriendo a darles un abrazo?

Si, definitivamente creo que estos padres estaban peor que los de antes.

-¡Bienvenido a casa Carlitos!

¿Carlitos? Si, sin dura era un bueeen comienzo.

+Eh si, hola, gracias. Pero mi madre me llamó Carlos, no Carlitos. Espero que no te moleste.- El comienzo iba mejorando.

-No pasa nada, ya nos iremos conociendo.- Me dijo ella con aquella sonrisa que ya me estaba sacando de quicio.

-Pasa, ya verás lo que te va a gustar el interior.

Miré a las escaleras que había para entrar a la casa, y luego la miré a ella. ¿No se daba cuenta?

+Ehhh, Señora Dawson. No puedo subir las escaleras.

-Ah, claro es verdad. Cariño, ayúdame a subirlo.-Peter se fue hacia dentro dejando a ella con el marrón y a mi fuera de la casa. Si, este era el mejor padre del mundo.

-Bueno me parece que tendré que hacerlo yo sola.

La pobre mujer, que ahora me estaba dando pena, empujó la silla con sumo cuidado hasta que por fin subimos los tres escalones de la entrada. La miré.

+Gracias.

-De nada, es lo menos que puedo hacer por mi nuevo hijo. Y ahora dime. ¿Qué es lo que te gusta hacer?

+Me gustan hacer muchas cosas, pero ahora necesito descansar. ¿Me podrías decir dónde está mi cuarto?

-Vale, si, claro. Ven, es por aquí.

Pasé a la entrada de la casa. La moqueta era de color azul, y estaba siendo marcada por las ruedas de mi silla. Me sentí mal. Avancé por aquel pasillo lleno de fotos, recuerdos y momentos, seguramente muy bonitos. Me quedé mirando un gran retrato de un hombre.

Era un militar. El retrato era en blanco y negro. El hombre lucía orgullosamente sus numerosas medallas.

-¿Carlos? ¿Me estás siguiendo?

Me había olvidado completamente de seguirla, me quedé embobado viendo el retrato.

+Si, ya voy.-Mentí, no sabía por que sala había ido.

-¿Te gusta el retrato? Este es mi padre. Murió hace un tiempo. Era militar.

No quise preguntar los detalles.

+Mi abuelo también lo fue. Murió en la guerra, quemado vivo por un bando enemigo.

La seguí hasta que llegamos a un ascensor. La casa era impresionante.

Subimos a la segunda planta. Sólo había 2 puertas. Una llevaba a un baño capacitado para gente en silla de ruedas, y la otra a mi habitación.

Pasé. Era gigantesca. Un paraíso lleno de estanterías esperando ser llenadas, flores y una cama fantástica. La lámpara era de un avión militar y al fondo estaba aquella ventana de cristales rojos. Pronto me sentí como en casa. ¡Era magnífico!

Se notó que me gustaba porque ella dijo.

-Me alegro de que te guste, y ahora te dejaré a solas.

+Un momento, Diana. Antes en la ventana vi a un niño. ¿Quién era?

-Ummm, se te habría figurado, en esta casa no hay más niños que tú.

Ella cerró la puerta y se fue. Yo antes había visto a un niño, estaba seguro. Además me había saludado.

Ya había anochecido. Había explorado hasta el último rincón de la habitación. Me encantaba.

Quería acostarme, así que me propulsé con los brazos y caí de plancha en la cama. Poco a poco me fui incorporando hasta que quedé perfectamente cómodo. Tenía bajo mis huesos un colchón de última generación,  y lo mejor, era térmico.

Metí la mano debajo de la almohada, como me gusta hacer, y allí encontré algo que no había visto antes. Un libro. Un libro viejo.

Lo saqué y leí la portada. Diario de Mathew. Igual que mi abuelo.

Crónicas de la LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora