Capítulo 9- Carlos

115 10 6
                                    

Mi corazón se quedó congelado al leer el título. ¿Cómo era posible que ese libro estuviera allí?

Miré a todas partes, alguien lo había puesto allí aposta. Alguien que conocía perfectamente la postura en la que me suelo acostar. Tal vez alguien que me espiara. Mi mente me decía que sería un libro cualquiera y que solamente el título había coincidido con mi abuelo por casualidad. Pero mi corazón, ahora palpitante y acelerado en mi pecho, me decía que era una señal... ¿Pero una señal de qué?

Un momento de confusión me golpeó por culpa de lo que me decía mi mente y lo que me dictaba mi corazón.

Tras unos segundos de incertidumbre no pude más. Abrí la tapa. La primera página estaba en blanco como me temía. Pasé de página y empecé a leer.

Diario de Mathew:

Ayer lo vi, lo sentí, lo noté. Iba andando, iba disimulando ser uno de ellos, cuando percibí la mirada de aquel hombre... no era como el resto, se parecía más a mi. Mostraba desesperanza y soledad y nuestra mirada duró más de dos segundos cosa que a parte de ser una imprudencia por mi parte, me mostró que no era como el resto, ellos no fijaban la vista en ningún sitio. Creo que no estoy sólo, creo que somos más de los que pensaba. Tendré que tomar el riesgo de seguirlo y verificar que no es como el resto. Si mis sospechas son falsas... este será el fin de mi diario.

La soledad me está matando y temo volverme como ellos. Ya nadie habla. Mis cuerdas vocales se están atrofiando de no ser usadas. Tengo miedo, a la vez que esperanza. Por eso tengo que seguir lo que me dicta mi corazón. Porque la razón ya no tiene lugar. No tiene sentido...

Temo no volver a ser nunca yo mismo. A no recuperar mi vida. Ya son 57 días bajo el yugo de la maldición. ¿Cuándo alguien nos dará una señal? No se que está pasando, ni se si quiero saberlo. Pero de lo que si estoy seguro es de que quiero que termine ya. Ayer vi como los guardias linchaban a uno que cayó desmallado. Lo más extraño fue, que no murió. Yo mismo vi sus heridas de muerte. Intentando no ser reconocido por nadie, intentando no ser un blanco. Algo gordo está pasando aquí. La muerte parece no llegar, y la tortura acecha por todas partes. Ojalá y mi nueva misión salga bien.

Que Dermeus te guíe.

No podía creer lo que acababa de leer. Que royo era este de personas poseídas o yo que sé qué. Tenía pinta de ser una broma de mal gusto. Una broma dolorosa y abrumadora. Pero eso sí. Me propuse encontrar a aquel desgraciado que hubiera hecho esto. A un perseguidor mío. Apagué la luz y cerré los ojos. En mi mente pasaron las imágenes de aquel niño saludándome desde el cristal. ¿De qué me sonaba su cara?

No se pero me prometí meterle una buena paliza cuando lo viera. Y con ese pensamiento me quedé dormido.

El sueño de aquella noche, fue extraño. Estaba en un cuarto oscuro. No había luz, no había ruido. Era escalofriante. Parecía posible el silencio absoluto. No me podía mover. Estaba sentado en el suelo. Mis ojos no alcanzaban a ver nada. Ni si quiera un mínimo reflejo de algo. Oía mi corazón latir. Quise gritar, pero de mi garganta no salió ningún sonido. Quise llorar, pero de mis ojos no cayó ninguna lágrima. Estaba solo, perdido en algún lugar del universo. Olvidado por el mundo y tal vez estuviera en la misma muerte, que tanto tardaba en llegarme. La soledad, el silencio sepulcral... a lo mejor estaba en mi tumba, enterrado. Me había muerto. Pronto oí una risita. Una risa diabólica que me hizo estremecerme. El pulso se me aceleró. Aquella risita rebotaba dentro de mi cabeza de un lado para otro, estaba aterrado. Se oían pasos, también sonaba algo igual a cuando alguien está afilando un cuchillo. Entonces aquel chico apareció delante de mi, con una sonrisa diabólica y horrenda. Empecé a gritar como nunca había gritado. Me desperté. Me dolía la garganta. También habría gritado soñando. Pensé que podía haber despertado a alguien. Entonces oí un ruido en mi habitación. Me giré, y lo vi. ¡Aquel chico también estaba en mi habitación! Mirándome. Observándome. Me puse a gritar de terror y quise correr, pero estaba en silla de ruedas. El chico soltaba aquella risita diabólica mientras se ponía a correr hacia todas partes.

Crónicas de la LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora