Capitulo 10- Daniel

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Era el lugar perfecto, todo estaba preparado. Abrí el pergamino, la lava se agitaba por mis venas solo por el nerviosismo ante la idea de poder perder el momento. Cerré el pergamino y me puse la túnica, si, aquella tétrica y cutre túnica marrón. 

El sol brillaba fuerte fuera, demasiado, tal vez. Algo no iba bien en el reino de los cielos, desde la desaparición del colgante transportador de Oastum las cosas no habían vuelto a ser iguales. La tensión seguía aumentando, y el pueblo estaba agitado y temeroso. Me escondí el pergamino bajo la manga y salí a la calle con la capucha puesta, no quería ser reconocido por nadie. Tomé un ritmo rápido, pero no demasiado, llamar la atención no sería prudente. Me gustaba más la tierra, las ciudades de Oastum eran tan... ¿Medievales? Sin duda, la tierra era mejor. Encima nos utilizaban de esclavos, todo seguía una rutina que no podía ser adulterada. Hacer algo que no fuera lo indicado, significaba la muerte. Los vendedores estaban cada vez mas alterados. Guardaban su enfado, pues el último altercado trajo más de una muerte que hizo callar las bocas. Una sola protesta hizo que una familia quedara sola y desprotegida, dos niños y una mujer... Para ser el reino de los cielos las cosas no iban demasiado bien, pero eso era lo que a mí más me gustaba. El caos. Pero obviamente no aplicado a mí, si no a mis súbditos, a mis enemigos. Cuando Fruskor empezara su plan contra Oastum, preferiría no estar allí. Seguí mi camino por las calles de Oastum, avancé y giré a la derecha en la mansión de los López. Una mansión gigantesca que ni por casualidad pegaba con lo que le rodeaba, miseria. A medida que iba avanzando, dejé los caminos de piedra para encontrarme rodeado de arena del desierto. Al fin estaba solo, y nadie me había descubierto. Aun así corrí, corrí lejos donde no se me pudiera ver. El lugar al que quería ir estaba lejos, probablemente a más de tres horas en avión. Y todo el camino era de desierto. Pero como siempre, llevaba un truco bajo la manga. Mis poderes. Si, aunque parezca mentira, al ser hijo de Fruskor, heredo parte de su poder, y no os imagináis lo útiles que pueden llegar a ser... Rápidamente le ordené a mi cuerpo que dejara su forma natural, para convertirse en lava y fundirme con el subsuelo de Oastum, un truco muy efectivo. Avanzando a una velocidad bestial llegué a mi destino en menos de 2 minutos. A ver qué científico loco sería capaz de mejorar aquello. Volví a formarme sobre la superficie de Oastum, estaba justo donde quería estar. El lugar más bonito y silencioso de Oastum, un Oasis. Pero no un Oasis cualquiera, no era fácil de localizar, y la entrada estaba restringida para las personas normales por una barrera mágica.

Pasé y fui bajo la palmera que más sombra daba. Allí a sus pies tenía un hoyo bien cubierto por hojas gigantescas de palmera y las raíces de esta, en el cual guardaba mis cosas más preciadas. Este hoyo no era un hoyo cualquiera, fue construido durante la Gran Guerra por una serie de magos, que intentaron ocultar su existencia. La sala gigantesca que salía de aquel diminuto hoyo estaba hechizada, cualquier cosa que imaginabas aparecía allí. Era una sala morada y blanca muy lúgubre. La única manera de entrar y salir era que tuvieras poder sobre las ramas, o que ellas te eligieran para entrar. Yo era del primer caso, estaban obligadas a obedecerme. Si no lo hacían sabían muy bien la manera en que podía destruirlas.

Allí, en aquel Oasis hechizado, se encontraba la puerta del Hatodes, la de las leyendas. Cuando Fruskor creó su imperio en las profundidades, una puerta apareció en Oastum, es la principal razón por la que los magos escondieron aquel Oasis. Esa puerta podría provocar muchísimos daños al mezclar dos mundos. Si, esa era la función de la puerta. Conectaba Oastum con el reino de Fruskor (el infierno) pasando por la tierra. Era una puerta para las almas de los difuntos, para que bajaran directamente hacia el infierno, o en el mejor de los casos, empezar una nueva vida en la tierra. Esto solo había ocurrido en dos casos, y las dos veces salió mal. Mi ventaja como hijo de Fruskor era que yo podía cruzar esa puerta para ir a la tierra. Alcé mi brazo, y las ramas me obedecieron dejándome entrar. Pasé a aquel tétrico lugar y avancé hasta otra puerta de ramas. Las de otro árbol en la tierra, que me llevaría justo a donde quería. Atravesé la puerta y respiré el dulce aroma del bosque. El río de al lado había crecido notablemente su caudal. Estaba a punto de desbordarse. Tenía que darme prisa, si perdía más tiempo, perdería la ocasión.

Bajé a la ciudad lo más camuflado posible, necesitaba una ropa más adecuada. Fui hasta la tienda más cercana y pasé. El propietario me vigilaba de reojo mientras escogía la ropa que iba a robar. Me quité la túnica y empecé a ponerme la ropa que había elegido. Siempre era fácil elegir, toda la ropa me gustaba así que cogía la primera que pillaba. Cuando me disponía a irme de la tienda el propietario me llamó la atención.

-¡Disculpe! La ropa es solo para probársela, antes de llevársela puesta tiene que pagar.

El pobre no sabía que estaba firmando su sentencia de muerte. Decidí darle otra oportunidad, y salir por la puerta como si no le hubiera escuchado. Fue justo cuando pulsó el botón que dio la alarma a la policía. Sin pensármelo dos veces, me giré, le mire a la cara para infundirle miedo y le dije:

+ Tú lo has querido.

Acto inmediato chasqueé los dedos y él cayó muerto, sin vida al suelo. Su cerebro estaba siendo calcinado por la lava. Cuando llegó la policía solo encontró un charquito de lava. Ni rastro del propietario.

Seguí camino al océano en el que desembocaba el río sin inmutarme por lo que acababa de pasar, así era yo. Pronto habría letreros por todo el país que rezarían: ''Individuo altamente peligroso, si lo ven llamen a las fuerzas armadas'' Y por su puesto todo este texto junto a una foto mía.

Simples mortales... siempre lo solucionaban todo de la misma manera, fuerzas armadas, cartelitos, llamadas... Se iban a enterar toda la escoria de la tierra de quién era yo. Como si pudieran hacer algo contra mí... Si, la tierra me gustaba, pero sus habitantes... me desquiciaban hasta lo más hondo.

No podía perder el momento, era la ocasión perfecta. Si todos se habían encargado de que la invocación estuviera preparada, no podía fallar yo. Avancé rápidamente por un sendero abandonado, hasta que llegué a un acantilado. Se podía respirar la dulce brisa del mar y veía perfectamente las tres torres magistrales. Allí en medio del mar. No había manera de bajar hasta allí y el tiempo se me agotaba. Casi mediodía. No me quedó otra que usar mis poderes. Creé unas escaleras de lava que partieron el acantilado en dos, y bajé hasta la orilla de la playa. Me giré hacia las escaleras, extendí mis manos, y todo volvió a ser como antes. Ahora tenía otro problema. Llegar hasta las torres. Una idea loca en mi cabeza salió disparada, y me limité a llevarla a cabo. Concentré el calor de mi cuerpo y la lava en la zona de mis pies. Cuando empecé a avanzar sobre el mar, el agua que entraba en contacto conmigo se evaporaba, dejándome así pasar sin ningún problema hasta aquel lugar. Cuando llegué a las torres me situé en el centro. Se notaba una fuerza especial allí. Pobres humanos, mantener esto como maravilla del mundo sin saber si quiera que esto no era de su mundo. El sol ya se había situado en el lugar exacto en el que le necesitaba. Me dispuse a empezar la invocación. Saqué el pergamino y recité. Las torres pronto empezaron a reaccionar, cada una haciendo brillar aquellos extraños símbolos grabados sobre la roca. Conforme seguía recitando, mis pies dejaron de tocar el suelo. Este hechizo era tan poderoso, que me estaba haciendo levitarme. La roca sagrada empezó a desprender luz, empezando por la de la izquierda, cuyo destello era morado, color del caos y la desesperanza; la del centro rojo intenso, color del infierno. Y la de la derecha negro, color de la muerte. La tierra empezó a temblar, y el cielo se volvió oscuro. Las torres estallaron en mil pedazos, y de cada una salió una figura alada y con garras. Sería el momento de la verdad, si no me devoraban, habríamos ganado la primera batalla.

Crónicas de la LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora