Obsesión [Alexandros] {JdM}

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– ¡Giorgos!

El corpulento hombre trajeado se agachó y abrió los brazos, consciente de que el niño le saltaría encima. No se equivocaba: el pequeño casi le hace perder el equilibrio por su ímpetu. Lo levantó y se lo subió a los hombros, haciéndolo reír.

– ¿Qué tal el cole?

– Aburrido. ¿Por qué he de ir?

Se quitó la corbata del uniforme escolar y se la dio a un segundo guardaespaldas que se había acercado.

– Vamos, pequeño, ya verás como todo te es útil al final... –intentó animarlo

– Giorgos. –el tercer guardaespaldas le lanzó una mirada cargada de advertencia

– Cierto. –éste volvió a coger al niño y lo dejó en el suelo– Abajo, Alex.

– Yo quiero estar alto... –miró a los tres adultos que lo rodeaban, con los ojos grises brillando de súplica y amenazando con romper a llorar

– Alexandros, tu padre nos paga para protegerte. –Giorgos se agachó a la altura del niño para explicárselo– Si vas más alto que nosotros, en lugar de protegerte, te ponemos en peligro...

– ¡Yo no quiero protección! –De repente, abrió mucho los ojos y se apartó, dolido. Finalmente, las lágrimas resbalaron por sus mejillas– E-entonces... s-sólo estáis conmigo porque papá... ¡sólo soy dinero!

Se dio la vuelta y salió corriendo.

Los tres guardaespaldas se miraron un momento antes de correr detrás de él. Por suerte, la ventaja del tamaño jugó en su favor y lo alcanzaron rápido.

– ¡No os necesito! ¡Os despido! –gritó, al verse acorralado

– Alex, me has entendido mal... te tenemos cariño, pero si no hacemos lo que tu padre nos dice, nos despedirá y no podremos estar juntos.

– Yo quiero estar contigo...

El niño abrazó al guardaespaldas y se echó a llorar, pero se dejó consolar.

– Vamos al coche, chicos.

– Tienes mano con los críos, Giorgos.

– Oh, calla, Dimitros...

– Que sí, hombre. No te preocupes tanto, serás buen padre...

– ¿Padre? –el niño levantó la cabeza, confuso

– Sí, Alex. Mi mujer y yo vamos a ser papás. Cuando venga la cigüeña...

– Giorgos, sé cómo se hacen los niños y no tiene nada que ver con una cigüeña.

– Sólo tienes ocho años...

– Tenías razón, a veces el cole es útil.

– Cuando nazca el bebé estaremos unos días sin vernos, tendré que cuidar de él y de mi mujer, pero Dimitros y Sotiris cuidarán bien de ti, y yo volveré pronto.

– Déjame en el suelo. Puedo andar solo.

Eso fue lo último que le oyeron decir hasta llegar a la mansión. En el coche no dijo ni una palabra, a pesar de los intentos de los tres adultos, y estuvo todo el trayecto mirando por la ventana.

En el vestíbulo los esperaba la madre del niño, que lo abrazó con fuerza y le dio un beso, pero Alex se zafó rápidamente de sus brazos y cogió la mano de Giorgos.

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