Pérdida [Darío, Nikí, Fanos] {JdM}

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La puerta del piso se abrió de golpe y Darío, el joven enfermero, cruzó el pasillo como una exhalación. Cuando Stephanos se asomó desde la cocina para darle la bienvenida y preguntarle qué quería cenar, fue para oír el portazo con el que se encerró en su habitación.

El universitario parpadeó, atónito. En el tiempo que llevaba viviendo allí, Darío siempre había tenido un saludo y una sonrisa amable para ellos, por duro que hubiese sido su día. Incluso cuando tenía el turno de noche, solía sentarse a desayunar con ellos y les deseaba un buen día en la universidad antes de irse a dormir.

― Tranquilo, Fanos, yo me ocupo de mi hermano...

Nikí, la hermana menor de Darío, había abierto la puerta de su habitación al oír el portazo. Era una chica rubia, con el pelo largo y ojos azules, al igual que su hermano. Llevaba un jersey de lana gris varias tallas más grande y unos vaqueros. Stephanos asintió y volvió a la cocina, después de todo, él era un mero inquilino: aunque tenían confianza, no podía compararse con la que tenían los dos hermanos.

Nikí llamó a la puerta, pero cuando fue a abrirla se dio cuenta de que Darío la había cerrado por dentro. Como no él respondió, pegó la oreja a la madera y oyó sus sollozos ahogados.

― Darío, ¿qué pasa? ―preguntó, preocupada

― Déjame.

― No me da la gana. ―replicó ella― Abre o echo la puerta abajo. ―la única respuesta fueron más sollozos― Darío, déjame abrazarte...

Tras una breve pausa, oyó el crujido que hizo la cama cuando su hermano se levantó, pero en cuanto abrió la puerta, se echó de nuevo, abrazando la almohada. Nikí se sentó a su lado y le acarició la espalda, conciliadora.

― ¿Qué ha pasado?

― ¡Me ha despedido! ―hundió la cara en la almohada para ahogar los sollozos― Pero lo peor es que no confía en mí... me cree capaz de utilizarlo... y yo le...

Su hermana no llegó a entender lo último.

― ¿Quién no confía en ti? Si eres una de las personas más dignas de confianza que conozco...

― ¡Alex! ―se apresuró a corregirse al darse cuenta― El director Afrodakis.

― ¿Por qué dices que no confía en ti? Cuando te contrató estaba encantado contigo...

Darío escondió una mueca en la almohada. Todavía estaba en prácticas cuando Alexandros empezó a coquetear con él, pero al principio pensaba que no iba en serio. Sin embargo, cuando le pidió que dejase de hacerlo y le confesó su homosexualidad...

Se estremeció al recordar sus besos y esa pasión que le era tan difícil contener.

― Le han hecho creer que robo medicamentos del almacén, por eso me ha despedido. ―murmuró

― ¿Por la palabra de un par de envidiosos? ¡Eso es un despido improcedente, Darío! ¡Puedes denunciarlo!

El chico sacudió la cabeza.

― No, Nikí. Ha dicho que tiene pruebas... y, ¿te has oído? ¿Denunciar a Alexandros Afrodakis? ¡Es una de las personas más ricas de toda Grecia! Si no le gustan los abogados de aquí, hará venir a uno de los mejores de Estados Unidos. Además... ―volvió a hundir la cara en la almohada― No sé si quiero volver a verlo.

Volvió a sollozar, desolado, al recordar la mirada dura y fría del hombre que hasta esa misma tarde había sido su jefe y amante. Incluso en medio de la rabia, le había parecido ver dolor en esos ojos grises al alejarse de él.

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