Lágrimas y sangre [Zaebos y Dariel] {?}

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[Esto es otra prueba-ensayo (y quizá el nacimiento de otra pareja BL con un personaje mío y otro de Lickh)]

Zaebos es mío, Dariel de Lickh. Los hemos creado hace muy poco (Dariel ha nacido hoy a mediodía, Zaebos ayer sobre la misma hora), para un foro de rol creado por @HayleyDoyle. Según como vaya la cosa y qué opine Lickh, quizá tengan historia propia más adelante. Los describo brevemente, para poner en antecedentes:

Zaebos es un mestizo entre demonio y sirena. Nacido en realidad como medio ángel, pero cometió un error cuando era adolescente que le hizo caer, por lo que su parte angelical se volvió demoníaca. Además de eso, un grupo de ángeles lo atrapó antes de que acabase la transformación, lo consideraron traidor y lo castigaron arrancándole las alas y los ojos. Lleva  en las muñecas unas marcas que parecen tatuajes tribales, recuerdo de cuando lo encadenaron para hacerlo. Vaga de un lado a otro, intentando corregir su falta e intentando volver a ser un ángel.

Dariel es un semiángel, criado en el mundo humano. De forma parecida a Zaebos, tiene una vida nómada, pero en su caso es por gusto. Han coincidido alguna vez y cree que el castigo que recibió Zaebos fue excesivo, por lo que, a pesar de que en teoría debería sentir rivalidad hacia él, lo que siente por el semidemonio es piedad.

La escena se nos ha ocurrido entre los dos, como casi siempre cuando es con personajes de rol, aunque la redacción sea mía.


Todos alzaron la mirada un momento cuando la puerta de la fonda se abrió. El que acababa de entrar era un joven rubio, que vestía por completo de blanco. Un desconocido: no era ni del pueblo ni de los alrededores, y ahí acabó el interés que había despertado.

Sólo había un hombre que no había desviado la mirada de su comida, pero el joven reconocería ese pelo blanco y ese grueso manto rojo en cualquier parte y se dirigió hacia él.

― No pensaba que nos encontraríamos aquí, Dariel. ―el rubio se detuvo al oírle― Es curioso que nuestros caminos siempre acaben por cruzarse.

― ¿Cómo sabes que soy yo, Zaebos? Hace años desde la otra vez...

― Tu esencia. ―le cogió un brazo y lo acercó suavemente para hablarle al oído― No puedo ver, Dariel, pero no conozco a ningún otro semiángel que se acercase a mí con buen talante. ―lo soltó y se apartó― Siéntate, come conmigo.

Dariel fue a rechazar el ofrecimiento, pero acabó cediendo. A pesar de que el albino era un semidemonio, un ángel caído, y un traidor para muchos, él sentía un extraño vínculo con él. Veía crueldad en el desmedido castigo que recibió por una tontería: la pérdida de las alas y los ojos, así como la imposibilidad de cumplir los instintos de su parte de sirena, herencia de su madre.

― Deja de apiadarte de mí.

― No es exactamente piedad. ―el rubio levantó una mano y la puso sobre la tela roja que mantenía ocultos los ojos de su interlocutor― Me siento culpable por este castigo desmedido...

― ¿Culpable por qué? Eras un niño de teta, si es que habías nacido.

― Pero fue mi sangre...

Zaebos dejó la cuchara en el plato. Sabía que no se refería a su sangre biológica, sino a la angelical.

― Era también la mía. Y el castigo fue el justo, Dariel.

― ¿Cómo puedes hablar así? ¿Cuánto tiempo llevas pagando por ello, Zaebos, y cuánto más intentarás enmendarlo?

― Sé que tienes una edad que los humanos no pueden soñar con alcanzar, pero, aún así, hablas con la inocencia y la ternura de la juventud. ―volvió a coger la cuchara y se la puso al otro en la boca antes de que replicase, acertando a pesar de su ceguera― Come.

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