A galope hasta el final

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Kaala no estaba del todo equivocada al creer que los carruajes se movían por arte de magia más que por el tiro de los caballos, a pesar de que su montura iba ligera, sin silla, alforjas o demás equipo, le tomó un cuarto de jornada alcanzar a la comitiva.

Cabalgaba a un lado del camino, procurando no ser vista, sin embargo cada vez que se acercaba el carruaje parecía alejarse más. Como si una especie de hechizo lo impulsara lejos, fuera de su alcance.

Su caballo estaba cubierto de sudor, con los ollares dilatados y las orejas pegadas al cráneo, cuando Kaala al fin llegó a su altura.

El día se convertía en noche y el viento refrescaba, los carruajes habían parado y los hombres preparaban una hoguera a orillas del bosque.

Kaala se sentó detrás de una roca, habiendo atado a su caballo y esperó.

Por primera vez notó lo trágico de su situación. Varada a mitad de la nada, a merced de unos bandidos, lejos de su hogar y probablemente huérfana, sin comida ni agua, sin abrigo y como única pertenencia un caballo joven y unas cuantas monedas.

Abrazó sus rodillas y suspiró profundamente, conteniendo las ganas de echar a llorar y regresar inmediatamente a casa. En la oscuridad su caballo pastaba y el sonido regular que producía la hierba al crujir era su única compañía. Pensó en el hombre de esa mañana y en que, si así era la libertad, no la quería.

Al fin la noche cayó y los únicos hombres atentos eran los de guardia, el resto estaba placenteramente dormido en sus tiendas de tela.

El momento había llegado para Kaala, se escabulló entre las sombras, procurando no hacer ruido. Las luces de los guardias eran una ventaja para ella si se mantenía al margen, cegando a los hombres e impidiéndoles ver más allá de la luz. 
La tienda más grande era su objetivo, si se deshacía de el líder consideraría cumplida su venganza, pero primero debía hacerse de un arma.

El alarmante crujido de la tierra bajo sus pies provocaba que su corazón latiera tan fuerte que creía poder escucharlo, agachada se escondió tras una tienda, esperando a ver lejos al guardia para seguir avanzando.

Giró a la derecha y luego caminó por un pasillo oscuro, hasta vislumbrar la tienda más grande. Frente a la puerta se encontraban dos guardias platicando animadamente en susurros.

La chica buscó a su alrededor alguna manera de hacer ruido en otro lado para distraer a los hombres. Pero no vio nada que pudiera ayudarla sin delatar su posición primero.

En ese momento un estruendo en la parte este del campamento hizo callar a todos, sin embargo los guardias no abandonaron su puesto, sacaron las armas y observaron con atención.

Entonces un grito de auxilio los hizo salir corriendo, mientras una carpa volaba por los aires en llamas.

Kaala sabía que no tendría una mejor oportunidad, se descubrió y entró a la gran tienda.

El interior del lugar estaba iluminado por la tenue luz de una vela, la chica tomó el primer objeto que tuvo a mano, una pesada espada dorada que desenfundó con un sonoro tintineo.

El hombre en la cama se levantó de golpe, poniéndose de pie aún en pijama. Llevaba una camisa de lino y pantalones de algodón, el típico vestuario que se llevaba bajo una armadura. Kaala agradeció que no durmira con ella.

Apuntó al hombre con la espada, sostenida de una manera torpe, frente a ella. El hombre la examinó un segundo con seriedad y después rio, mostrando una desagradable sonrisa dorada, con los pocos dientes reales completamente podridos.

– ¿Vas a matarme, chiquilla? – se mofó, sin relajar completamente la posición– ¿Siquiera eres capaz de intentarlo?

– ¡Silencio! –Exclamó Kaala, temblando, pero sin saber si se debía al miedo o al peso de la espada.

– No preguntaré que hice ahora, tengo taaaantos enemigos. Pero los mejores de ellos no lograrían lo que te propones– Dijo y Kaala sabía que solo estaba ganando tiempo, sin embargo no podía moverse. – Es gracioso, normalmente no enfrento a mis enemigos en pijama.

El hombre se movió tan rápido que apenas fue visible, tomó un puñado de ceniza de incienso y lo arrojó a Kaala, que instintivamente se cubrió el rostro.
Entonces el jefe gritó y un par de soldados entraron corriendo, asombrados al ver a Kaala, que se lanzó levantando la espada y golpeó con ella la cintura del jefe, antes de que uno de los soldados la atrapara y le arrancara el arma de las manos. Sintió el golpe frío del acero en la cabeza, la sangre tibia corriendo por sus manos y el mundo se desvaneció en sombras.

Lluvia de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora