Wendine

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Gusto en conocerte viajero que huele a hembra, acompañante de jinete.

Kaala no supo qué responder a la profunda y sorprendentemente amable voz que resonaba en su cabeza, eso podría deberse al hecho de que esta no debería estar ahí en primer lugar.

Tardó un momento en reaccionar y otro más en hallar su voz de vuelta.

-El placer es mío, Wendine de las escamas brillantes, magnífica dragona- Respondió la rubia con dificultad, esperando que la bestia pudiera entenderla realmente y no quedar en ridículo.

-Oh, no al halago, harás que se lo crea y ya es lo suficiente vanidosa- dijo Omega restando importancia al asunto y situación. Envainó su verde espada, que resplandecía tras la batalla como las escamas de su dragón.

Un profundo aunque amortiguado gruñido subió por la garganta del reptil, mostrando su inconformidad.

Aún tengo asuntos que arreglar contigo.

-Supéralo, tenemos que irnos. Hay que recuperar al caballo y movernos de aquí.

Eres un necio y arrogante.

La enorme dragona dejó caer todo su peso sobre el camino, extendiendo las patas hacia adelante, dejando bien claro que no pensaba moverse.

Sus patas eran enormes, solamente sus garras bien podían medir un metro, mortíferas armas de hueso, afiladas como espadas y dentadas por dentro.

-¡Ay por favor! -Exclamó exasperado, mientras la dragona le lanzaba una fiera mirada retadora.

Kaala acarició a Rayo de sol, que al fin se había calmado un poco y se subió a la silla.

Jinete y dragón discutían mentalmente y Kaala se sentía lo suficiente excluida para estar tranquila. Ella no se habría atrevido jamás a contrariar semejante bestia y sin embargo el hombre discutía con ella como iguales.

Wendine estaba tremendamente enojada, gracias a la necedad de su jinete habían fallado su misión. El bípedo había insistido en entrar solo al pueblo y que la dragona esperara en el camino principal. Los bandidos habían llegado de otro lado y no lo previeron. Muchas personas murieron.

Las cosas para los jinetes no eran fáciles, la dragona había estado angustiada, quiso reducir a cenizas a los bandidos en cuanto los vio, pero de nuevo su jinete se lo había impedido, había luchado solo contra ellos aún con el conocimiento de la existencia de un mago en las filas enemigas y si no fuera por la ayuda de aquella caminante y por la fuerza que la misma dragona había puesto en ello, habría sido derrotado. Wendine no soportaba la idea de perder a su jinete, la otra mitad de su alma. Conocía el abismo de desesperación, frustración y tristeza en el que caían los dragones al perder a su jinete y no lo soportaría.

La dragona no se movió de ahí hasta que el hombre juró jamás volver a separarse de ella en batalla a menos que fuera necesario. Ella habría querido que jurara dejar de ser un idiota arrogante, pero sabía que era imposible.

-¿Ya estás tranquila?- insistió el jinete, haciendo ademanes para que se levantara.

Casi -dijo la dragona entrecerrando los párpados

-Bien, ahora tenemos que encontrar al caballo e irnos de aquí antes de que alguien más nos vea.- Dijo Omega, mientras la dragona sacaba su lengua bífida y saboreaba el aire en busca de posibles problemas.

-Ya lo tengo- Anunció Kaala llegando al camino, con el nervioso animal sudado amarrado a la silla de Rayo de sol.-No me ha costado tanto, corre rápido pero lo he alcanzado, después de todo es lo que hago.

Al menos es útil- dijo la dragona para oídos de su jinete- ¿por qué la has traído? No será solo culpa.

-La chica tiene espíritu, creo que podría funcionar, aunque ya es mayor- respondió el jinete para Wendine, caminando hacia el caballo como si nada pasara en su mente, comportándose normal ante la chica- Además, salvó mi vida como yo la suya, ayudó tanto como tú.

Si no hubiera estado ella ahí me habría desecho de todos en menos de lo que un águila caza un ratón de campo.

-No lo dudo- Terminó Omega con una sonrisa, alegre de reencontrarse con su dragona.

-Tenemos que movernos ya, no podemos perder más tiempo aquí- Habló con su habitual tono serio. Kaala tenía tantas cosas que quería preguntarle que no podía elegir una y prefirió guardar silencio, no paraba de mirar de reojo hacia la dragona verde, con recelo y admiración.

Kaala le tendió las riendas de su asustado caballo y el jinete lo tranquilizó de una forma en que la chica no alcanzó a comprender, el animal simplemente dejó de patear e intentar huir, pero aún resoplaba con celo.

-¿No montaras a tu dragona?- comentó la chica, aunque a la criatura no le hizo gracia que se hablara de ella como si no estuviera ahí, cosa que parecía más apta para criaturas tontas.

-Podría, pero jamás nos alcanzarías y el camino es peligroso- respondió el hombre.

Podría llevar los caballos en las garras, será pan comido- sugirió la dragona para todos.

-Caballo comido querrás decir, los matarás de un infarto- respondió el hombre montando- podrían atacarnos en cualquier momento, no, iremos por tierra Kaala, Wendine nos seguirá por aire, por si algún peligro se asoma.

Sería más rápido dejar a los caballos y volar

-No dejaré a mi caballo- aseguró la chica, era lo único que quedaba de su mundo.

Humanos- gruñó la dragona despegando de un potente salto, antes de abrir sus enormes alas, que proyectaron una sombra esmeralda sobre el terreno antes de alejarse y desaparecer entre un grupo de nubes.

Lluvia de DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora