LA ÚLTIMA ROSA DEL PORTAL

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Candice se encogió de hombros. Se sentía acorralada. Podía librarse de él, ambos lo sabían, sin embargo, permanecía estática.

―Puedes detenerme, porque, como lo has dicho, no me deseas ―dijo Terrence con voz sensual, mirándola a los ojos, hasta que sus labios se tocaron. Candice recordó esos ojos por un segundo, pero era imposible que este hombre fuera su salvador y se olvidó de eso totalmente. — ¿Verdad?

―Verdad…― Dijo Candice respondiendo en un susurro antes de cerrar los ojos, mientras Terrence le recorría los labios con la lengua, para después instarla a abrirse para él.

Terrence se deleitó en la dulzura que le ofrecía esa boca, la exploró a conciencia, y recorrió con sus manos los costados de Candice hasta alcanzar el rostro. Le acarició las mejillas, recreándose en la suavidad de esa piel, mientras su boca profundizaba el beso. Sintió cómo las piernas femeninas se enroscaban a su cintura de forma instintiva, y su seductora invasión era correspondida con la misma avidez.

Ningún beso podría compararse con el que estaba recibiendo en ese momento, pensó Candice, experimentando la urgente necesidad de llenar un vacío que, durante años, había ignorado que existía. La boca experta de Terrence saqueó la suya.

Terrence no pensaba quedarse atrás, y salió a su encuentro con la misma vehemente lujuria.

Las manos masculinas subían y bajaban a sus costados, como si estuviesen estudiando la posibilidad de ahondar en territorios más extensos, y Candy anhelaba que ocurriese. Su lado más básico solo deseaba ser tocada y llevada al éxtasis, a pesar de que su parte consciente pensaba lo contrario. Tenía los pezones duros contra la tela del sujetador de seda, y sus pechos exigían más.

Terrence había iniciado ese beso a modo de castigo para demostrarle a Candice que era una mentirosa, Pero, el castigado fue Terrence en el preciso instante en que la lengua femenina exploró la suya. Bajó las manos y agarró a Candice de las nalgas, frotándose contra ella para que sintiera su dureza; casi se corrió escuchándola emitir suaves gemidos. Estaba a punto de desgarrar la parte superior del vestido para continuar con esa exploración, pero un llamado a la puerta los detuvo en seco. El sonido fue como un rayo eléctrico. Con las respiraciones agitadas, se miraron unos segundos, como si tratasen de entender lo que acababa de ocurrir. La expresión de intensa lujuria de Terrence se transformó en frialdad, y Candice hizo una mueca arrepintiéndose de inmediato. Elevó el mentón, retándolo a decir alguna sandez. Acababa de derretirse con un jodido beso, y no era lo peor, sino que le había gustado. ¿Admitirlo? Jamás.

―Un momento ―dijo Terrence en voz alta. Le tendió la mano a Candice para ayudarla a bajar del escritorio, pero ella lo ignoró y se acomodó la ropa. Después se bajó por sí misma.

―Rey Terrence, tenemos un pequeño inconveniente ―dijo la voz preocupada de Bernard desde el otro lado de la puerta. Terrence miró al techo, y se frotó la nuca con la mano, no sin antes mirar a Candice quien tenía las mejillas sonrosadas y los labios inflamados por sus besos. La agarró de los hombros y soltó una exhalación.

―La próxima ocasión que intentes hacer acusaciones, reina Candice, asegúrate de no caer en tu propia trampa, en especial si pretendes mentir ―zanjó con indiferencia―. Atenderé a Bernard, y luego iremos juntos a la recepción. En la noche será la fiesta de gala en el salón principal. Imagino que no has traído más vestidos ―contempló a su esposa de arriba abajo en el traje de novia―, pero puedes coordinar esas minucias con la asistente que estaba designada, desde hacía semanas, para mi esposa y sus necesidades.

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