LA ÚLTIMA ROSA DEL PORTAL

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Terrence observó de reojo a Candice, mientras se servía un vaso de licor. Ella empezó a quitarse el maquillaje, remover sus accesorios, para después ir al cuarto de baño. Instantes después, ella salió envuelta en una salida de cama de algodón y que no dejaba entrever ni una sola de las curvas que Terrence conocía a la perfección. Al notar que estaba siendo seguida por la mirada azul zafiro , ella detuvo su andar al momento de acercarse a la cama que durante todas esas noches habían compartido. Quería pedir una nueva habitación, lo quería fuera, pero no podía dar a entender a nadie la situación que había tenido lugar en la bulliciosa velada.

―¿Estás esperando una invitación para dormir en el sofá o piensas pedir mantas extras para que te armes un espacio sobre la alfombra? ―le preguntó ella―. Ya te dije que no voy a compartir la cama contigo, ni siquiera para dormir. No confío en ti. Esa última frase fue como un látigo para Terrence. Se irguió, y de un solo trago acabó el líquido ambarino. Dejó el vaso con fuerza sobre el mini-bar.

―No voy a dormir aquí ―dijo de repente. Podía ir a otro hotel o buscar alguna forma de pasar el tiempo, porque estar encerrado con Candice iba a volverlo loco―. Puedes quedarte con la cama y hacer lo que mejor te plazca. Candice lo miró con los ojos entrecerrados.

―Pues, como quieras, al salir apaga la luz ―exigió metiéndose bajo las sábanas―, y mañana no olvides que nos queda una visita a un hospital local…

―Conozco mis obligaciones ―zanjó Terrence quitándose el corbatín y dejándolo a un lado. La temperatura en la ciudad había descendido rápidamente, así que fue hasta el clóset y sacó un abrigo negro, lo dobló sobre su brazo y avanzó hasta la puerta―. Mañana, después de ese evento, me marcharé unos días, es un asunto de estado, y luego volveré. ―Se estaba echando un farol. Solo necesitaba tiempo, y sentía que las paredes alrededor empezaban a cerrarse sobre él.

―Me da igual lo que hagas o cómo llegas al mismo infierno. ―Él contuvo una sonrisa, porque Candice estaba más hermosa cuando se enfadaba. Toda la situación entre ambos, fuera de sus funciones reales, iba a ser un desastre―. El avión de retorno lo utilizaré yo. No voy a retrasar mis actividades porque a ti se te antoja, ya verás tú cómo regresas. Aunque, si no regresaras sería ideal. Candice llevaba el cabello suelto, libre, y este le caía en una brillante ondulada melena debajo de los hombros. Terrence apretó el abrigo con fuerza entre los dedos, porque era la única forma de prohibirse dar unos pasos para aspirar el aroma delicioso del aroma de Candice. Iban a ser unos meses muy, muy, largos hasta que lograse reemplazar los recuerdos de Candice, si acaso alguna vez lo lograba. Debía llevar claro que estaba haciendo eso por su gente. A su país no le servía un rey que estaba a merced de sus emociones, y que era incapaz de diferenciar el deber del placer.

―Hasta pronto, Candice —dijo mirándola con una expresión indescifrable. Ella no respondió y le dio la espalda. Acomodó la cabeza en la almohada, mientras mantenía los ojos cerrados. Solo cuando Terrence apagó la luz, y cerró la puerta tras de sí, dejó que las lágrimas que había contenido todo ese tiempo, salieran y rodaran sin restricciones. La última vez que había llorado con tanto dolor fue cuando perdió a su familia. Nunca lloraba, y tan solo por eso Candice reconocía y aceptaba una triste verdad. Estaba enamorada de Terrence, y no era correspondida. Qué ingenua era al sentir que acababa de perder a alguien, cuando en realidad Terrence jamás le perteneció; y nunca le pertenecería.

Los siguientes días no habían sido especialmente agradables para la reina. En las noches, daba vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, mientras los recuerdos con Terrence se filtraban en su memoria. Era innegable lo mucho que se había habituado a tenerlo cerca, abrazándola, tocándola tan reverencialmente hasta que sus cuerpos se unían en sincronía. «Traidor». Durante años trabajó su fortaleza mental y física. Utilizó todos los escenarios posibles, siempre alentada por la venganza y la convicción de que volvería a su hogar. Entre los obstáculos de su travesía, jamás consideró enamorarse del enemigo, ni pensó que eso pudiera suceder. ¿Un cliché la circunstancia actual con Terrence? Seguro. El mundo era un cliché en sí mismo, y quien esperase lo contrario o era muy idiota o provenía de otra galaxia. Apenas regresó al palacio, lo primero que hizo Candice, fue acercarse al Ministerio de Consejo Legal, y decirles que debían expedir un documento en el que se notificaba la separación del matrimonio real. Estupefacto, y tomado por sorpresa, el ministro y sus seis asistentes principales, la miraron sin creer lo que estaban escuchando. Era una situación sin precedentes, así como toda la historia desde la llegada de Candice La lealtad que le prodigaban los empleados de palacio era incuestionable, así como el cariño que la reina se había ganado a lo largo de todo ese tiempo, que parecía poco, pero los cambios profundos que estaban gestándose ya empezaban a sentirse en la población y la impresión desde el extranjero sobre ese pequeño país que mejoraba paulatinamente. El pueblo había sido puesto de nuevo “en el mapa”.

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