LA ÚLTIMA ROSA DEL PORTAL

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Sabía que la herida en la pierna izquierda lo había hecho perder mucha sangre, y que de seguro tenía una de las costillas ―si no eran dos o tres―, rotas. Se había torcido el tobillo y le dolía jodidamente. Caminar era toda una hazaña, pero debido a la tormenta de llevaba horas bajo la pequeña cueva que él y sus hombres lograron encontrar. Todos estaban mal heridos, aunque no por eso iban a claudicar. Todavía no podían saber qué tan lejos habían caminado, pero sí eran conscientes de que su pais quedaba a miles de kilómetros. La intención inicial era encontrar un pueblo cercano o quizá una pequeña comunidad de alrededor. Nadie conocía más el lugar que aquellos que vivían en las montañas. Después, Terrence iba a contactar con el palacio para darles a conocer su ubicación. Imaginaba que Candice estaba al mando, y eso le daba la satisfacción de que no se ahorrarían esfuerzos ni estrategias para encontrarlos. Sabía que su esposa era muy recursiva, y le daba igual qué modos encontrase para dar con ellos

. ―Majestad ―dijo uno de los tres militares―, la tormenta está amainando. Creo que es momento de continuar. Las vendas que nos hicimos nos ayudarán a mantenernos en pie. Necesitamos buscar agua.

―Sí, lo sé. ―Miró a los otros tres―: Vamos. Lo haremos con cautela. Todos asintieron, y empezaron a salir de la cueva.

Candice caminó de un lado a otro en el gran salón del palacio. Reunidos alrededor de la improvisada sala de reuniones estaban los especialistas en búsqueda y rescate; todos intercambiaban pareceres sobre las mejores formas de abordar el terreno para hallar el helicóptero del rey Terrence. Necesitaban hacer cálculos para determinar, en base a la ruta del camino que poseían, en qué sitio podría haberse perdido el helicóptero: horas, altitudes, posibilidades de sobrevivir y peligros. Ella no creía tolerar más la situación. Había perdido la cuenta de las tazas de té de valeriana que consumió. Era pasada la una de la madrugada, y no recibían respuestas del líder del equipo de búsqueda. La tormenta que estaba en pleno apogeo era un impedimento para que los hombres pudieran avanzar o intentar nuevas rutas. La tormenta no solo era externa, sino que Candice podía sentir cada parte de su cuerpo temblando y su cabeza imaginando causas catastróficas, y violentas… No creía poder soportar el estar en pie si Terrence, su amado Terrence, había perecido en ese viaje. El corazón le palpitaba tan rápido, que era un milagro que no se le hubiese detenido por completo ante tanta agitación. Intentó respirar profundamente y escuchar las palabras de ánimo que Sophie le decía cada dos por tres. Sus músculos parecían funcionar de forma automática, aunque su cerebro iba a mil por hora tratando de encontrar sentido a todo lo que estaba sucediendo. El torbellino de angustia y dolor cobraba fuerza cada que pasaban los minutos sin saber de Terrence. La Casa Real de Marlow había informado los detalles de la visita del rey Terrence ocurrida muchas horas atrás. En deferencia a las circunstancias, el mismísimo rey Jacob se puso al teléfono con Candice para detallarle pormenores de la reunión por más de que fuesen un secreto diplomático. La situación era excepcional, y la llamada se estaba haciendo desde teléfonos con alta seguridad. Era gracias al rey Jacob, que Candice sabía que, quien estaba detrás de la contratación de los mercenarios, era la princesa Susana Marlow, y cretino del segundo asistente de Terrence, un desleal y ambicioso gusano, era quien había seguido las órdenes de Gael a cambio de una promesa de prestigio y dinero. ¿Cómo era posible que hubiese vendido a su propio país, y hubiese puesto en riesgo la estabilidad de una nación que lo había posicionado en el círculo de confianza de la Realeza? Se preguntaba Candice. Terrence era un jefe impecable; estricto y directo, sí, pero jamás injusto o cruel. Según el rey Jacob, no discutirían el castigo que se llevaría a cabo para la princesa Susana, porque ―a pesar de ser un tema de alcance internacional―, continuaba siendo una situación de extrema delicadeza a nivel interno en el reinado de Jacob. Sin embargo, lo que sí le aseguró Jacob a la reina Candice era que su país estaba en deuda y un equipo de búsqueda y rescate ya había sido enviado a las montañas más pelígrosas y deciertas para unirse a los esfuerzos de los escuadrones del país de Candice para encontrar al rey y su equipo. Cuando la noche dio paso a la madrugada, Candice no soportó más la incertidumbre. No había ninguna pista. Ella maldijo no haber sido más lista horas atrás, porque sí que existía personas capaz de recorrer montañas a ojos cerrados sin perderse y que eran sus amigos.

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