LA ÚLTIMA ROSA DEL PORTAL

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Después de la reunión con el presidente del banco, Una cena era la segunda actividad de mayor exposición y en la que se estaba poniendo todo el armamento diplomático de su pais. Gracias al primer contrato que se acababa de empezar a negociar, de manera oficial, con la delegación australiana interesada en el manejo del antiguo oleoducto, las puertas hacia otros países empezaban a abrirse para su pueblo en asuntos económicos, no solo eso, sino que ya no era el equipo diplomático el que intentaba estrategias de acercamiento a otras naciones, sino que paulatinamente los reyes y sus ministros ya empezaban a ser incluidos en exclusivas invitaciones para participar en foros, cenas, convenciones, inauguraciones, entre otras actividades. Entre esas actividades se encontraban en una gira para lograr ser incluidos en  los países del mundo más importantes.

―Este hotel es precioso ―murmuró Candice observando el paisaje a través de la ventana. Estaban en el Hotel Four Season. La ciudad era una estampa digna de fotografías para novelas de fantasía. Una absoluta belleza―. Creo que sería una estupenda idea si pudiésemos conseguir un tiempo para visitar la que fue propiedad de mi familia durante dos siglos. Sé que la vendieron a unos parientes lejanos, y ahora está convertida en un museo con piezas . ―Se giró para mirar a Terrence, quien parecía demasiado ocupado en otra cosa―. ¿Terrence?— dijo Candice

El rey Terrence acababa de recibir la última actualización del estado de salud del jefe de los Andrew. El tipo había salido de terapia intensiva, pero continuaba bajo arresto en el hospital, no solo hasta que se le diera el alta, sino hasta que confesara en dónde estaba escondiéndose su cómplice y sobrino. Anthony, seguía estando fugado, y equipo de inteligencia de la guardia real tenía entendido que no estaba ya en las montañas, sino que iba de una ciudad a otra, alrededor del país, utilizando diferentes medios de transporte para despistar a la policía. Terrence no iba a cesar de buscarlo hasta dar con su paradero. Los seis hombres que habían sido apresados, finalmente, confesaron cómo lograron introducir a Candice en la limusina que la llevó hasta el templo. Ese grupo fue sentenciado a cinco años de cárcel, sin derecho a apelación, bajo cargos de sublevación, insurgencia, y complicidad en el crimen de suplantación de identidad. ―¿Terrence, me escuchaste? Él apartó la mirada del teléfono, y la observó. Frunció el ceño.

―No, pero me gusta escuchar tu voz, así que puedes repetir lo que dijiste.

―Idiota ―murmuró Candice, y él soltó una carcajada. Se acercó hasta ella. Últimamente reír empezaba a ser una expresión normal entre ellos. No sabía qué estaba haciendo Candice con él, pero su influencia en su estado anímico le gustaba más de lo que podría admitir. ¿Tenía que ver el sexo? Probablemente, en especial porque era fantástico; no recordaba haber tenido una amante tan receptiva y sensual como su esposa.

Sin embargo, la plácida sensación que le provocaba la presencia de Candice iba más allá de lo físico, y aquel era un terreno inexplorado para un hombre habituado al pragmatismo y el desapego. De momento, ella era suya, y ese sentimiento de posesión parecía incrementarse cada día. A ratos, él se encontraba distraído pensando en qué nuevas sorpresas aprendería sobre ella, su cuerpo y sus necesidades sexuales. Había prometido que tendría una amante al casarse, pero sería una aberración hacerlo cuando tenía una diosa con un cuerpo impresionante, una mente ágil y una estimulante conversación a su lado. Terrence se sentía culpable por esconderle información sobre la gente de las montañas y lo que ello involucraba, pero prefería darle a conocer la situación cuando lo considerase más pertinente. Además, la perspectiva de poner en riesgo la plácida tregua que existía entre ellos le parecía una atrocidad en sí misma.

―Espera, no pude escuchar lo que decías porque estaba tratando de resolver una situación en el pueblo. No pongas esa expresión de preocupación, son solo cosas cotidianas que necesito atender ―dijo Terrence abrazándola de la cintura, y ella de forma natural elevó los brazos para rodearle el cuello―, ¿a dónde piensas ir?

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