LA ÚLTIMA ROSA DEL PORTAL

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SEGUNDA PARTE

Candice abrió los labios, y Terrence reaccionó devorando y saboreando todo el interior de su boca, y como era de esperarse, Candice se defendió de la misma manera.Terrence sabía a menta y sensualidad. Cada ocasión que sus labios se posaban en un intenso encuentro, ella parecía experimentar el despertar de partes de su cuerpo que habían permanecido adormecidas. El roce primitivo y hambriento contrastaba con la delicadeza con que Terrence estaba recorriéndole el cuerpo con las manos; apretaba su carne, y sobre el corte del vestido. Terrence introdujo la mano para acariciarle el pecho cubierto por un sujetador de seda. Ella jadeó contra la boca masculina, y movió las caderas contra la erección, porque necesitaba más.. La mandíbula de Terrence era áspera, y el cosquilleo que le provocaba era tan desequilibrante como adictivo. Lo mordisqueó e introdujo los dedos en los espesos cabellos castaños, apretó los dedos con fuerza y lo escuchó gruñir. Se paladearon mutuamente como si cada uno quisiera llegar hasta el recodo más profundo del otro. Candice se sintió cautivada y deseada como jamás en su vida. En los brazos de su enemigo sentía que era el más preciado tesoro que él jamás hubiera descubierto. Era una locura, y ella estaba inmersa como nunca lo creyó posible. Reconocer que los besos expertos y las manos de Terrence era producto de muchas amantes en su pasado no le agradó, y tan solo por ese pensamiento, Candice le mordió el labio inferior con fuerza, halándolo, hasta que sintió el sabor metálico de la sangre.

―Tu pasión es tan salvaje como la mía ―murmuró Terrence bajándole el vestido hasta que cayó en un manto de exquisita tela a los pies de Candice, le quitó el sujetador sin ceremonias, y se quedó boquiabierto por las deliciosas curvas de los pechos erguidos; los pezones eran rosados. Terrence tomó ambos senos con las manos, los acarició y frotó las puntas erectas hasta que estuvieron listas para él.

―Terrence…

―Lo sé, Candice ―susurró antes de apartarse de la suculenta boca, para atrapar un pecho con la boca, mientras su mano acariciaba el otro seno con avaricia. Estuvo varios minutos entre uno y otro, porque no creía posible poder saciarse de aquel manjar dulce. La piel de Candice era suave y tentadora. La quería toda, en ese momento, bajo su cuerpo, penetrando hasta lo más profundo de su ser. Ella tomó el rostro de Terrence para besarlo de nuevo en un beso frenético, succionó su lengua, y con movimientos elocuentes pronto tuvo a ese magnífico hombre con el torso desnudo. Recorrió la piel clara de Terrence, los abdominales firmes y siguió con las yemas de los dedos el camino que guiaba hasta el sitio que deseaba tener entre sus manos. Quería acariciarlo, probarlo, tentarlo de todas las formas posibles, porque ya no podía resistirse a Terrence. Se sentía ebria de deseo.

―¿Me deseas? ―le preguntó él apartándose para depositarla en el borde de la cama. Pero se obligó a detenerse, porque necesitaba su rendición; necesitaba escuchar la respuesta. Ella lo miró con lujuria. Sus sentidos estaban dispersos, pero su cuerpo era más sensible que nunca. Ambos jadeaban, mirándose, retándose a doblegarse ante el otro. Él le soltó el elegante peinado. Los cabellos rubios y rizados cayeron sobre el rostro, hombros y pechos desnudos de Candice; Terrence lo apartó para poder mirarla. Sonrió con picardía, mientras acariciaba tentadoramente la humedad de entre los muslos. En esos momentos el único enfoque de Terrence era la rendición de esa rebelde mujer, así que dejó de lado comentar sobre la cicatriz que tenía Candice sobre la pierna. Una cicatriz que, evidentemente, había sido obra suya . Ese tema podría tratarse más adelante. Si hubiera sido otra mujer, él estaba seguro de que en esas circunstancias habría tratado de ocultar con maquillaje o alguna extravagancia la cicatriz. Aquella era una marca de supervivencia; Candice era una guerrera.

―Me vas a hacer reconocer, ¿verdad? ―preguntó ella, acariciándole la mejilla . Terrence era gloriosamente guapo, dominante, pero en esos momentos estaba tratándola con una delicadeza que la descolocaba. Estaba segura de que podía perderse en esos ojos zafiros intensos que le recordaron al chico que le había salvado de una muerte Segura.

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