LA ÚLTIMA ROSA DEL PORTAL

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―La próxima vez que intentes buscar una amante procura hacerlo sin crear una situación incómoda para la imagen de este acuerdo matrimonial. Terrence colocó ambas manos en los hombros de Candice— Quítate de mi camino, Terrence ―pidió evitando su mirada―. Necesito ir a cabalgar para despejar la mente. Él la tomó de los hombros para que lo mirase.

―No me acosté con ninguna mujer ―dijo sin pensarlo demasiado. Dar explicaciones no era algo que hacía con nadie, así que no entendía por qué demonios estaba haciéndolo ahora como si se sintiera culpable, cuando no le debía nada a Candice.

―Qué mal ―dijo mirando sin poder dejar ver sus emociones, la respuesta de Terrence la hizo feliz, ¿Por qué? Candice No lo sabía.

―Candy... — el diminutivo de su nombre la tomo por sorpresa, y si... también le gustó, pero aún así contestó altiva.

―¿Qué? ― elevó el mentón, orgullosa. Estaba preparada para replicar cualquier palabra socarrona que Terrence pudiera decirle.

―No creo que discutir sea la mejor opción para nosotros ahora mismo ―dijo apartando las manos de los hombros, mientras las llevaba lentamente hasta acunar el rostro de Candice. Con los pulgares le acarició las mejillas. Candice tragó en seco y creyó que le faltaba el aire. Una ola de necesidades íntimas parecían venir de las palmas de esas manos fuertes, que con suavidad acariciaban su rostro , hizo que Candice se rindiese un poco más. 

―¿Qué haces? ―preguntó en un susurro que sonó casi desesperado... Si Terrence la seguía acariciando sería imposible concentrarse. Terrence tenía la certeza de que los próximos días serían infernales si la tensión sexual que existía entre ambos continuaba creciendo. Si satisfacían sus instintos básicos, entonces ambos podrían convivir sin querer fulminarse con con las miradas o lanzándose dagas verbalmente.


―Quiero hacerte una pregunta.

―Para eso no necesitas tocarme… Terrence se rió con suavidad.

―¿Me deseas como yo a ti? ―preguntó con un brillo intenso en la mirada. Candice era una de las mujeres más bellas que había tenido el placer de tener a su lado, y la primera que prefería lanzarle piedras verbales a concederle el beneficio de la duda sobre motivos, ideas o planes. En especial, la primera que conseguía que su cuerpo no reaccionase a ninguna otra mujer. ¡Lo más sorprendente! Que ella parecía por completo ajena al efecto que causaba en él.

―No sé qué clase de interrogante es este, Terrence ―replicó Candice. Ella no tenía idea de cuál era la finalidad de Terrence con esas preguntas absurdas.
C

andice tan solo podía escuchar cómo su cerebro le gritaba que se apartase de la tentación porque no sería capaz de lidiar con las consecuencias, mientras su cuerpo reaccionaba comportándose sensible y ansioso de recibir caricias en la espera de experimentar un alivio que llevaba años en el olvido.


―Una sencilla. Me gustaría que fueses honesta y la respondieras. Porque, a pesar del desprecio que muestras hacia mí, sé que me deseas tanto como yo a ti.

―Qué dices… ―susurró con la respiración agitada.

―La verdad. ―Candice murmuró algo sobre los hombres idiotas que tienen la cabeza llena de lujuria.

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