LA ÚLTIMA ROSA DEL PORTAL

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―Es decir, usaste uno de tus trucos para responder sin hacerlo en realidad ―dijo Candice riéndose―. Eres incorregible.

―Un hombre tiene que divertirse de vez en cuando, princesa ―replicó Albert―. En todo caso, antes de irse le dejé claro que yo podía tener mucha paciencia, pero si llegaba a escuchar que la actual reina no era tratada como tal, yo iría en persona a ajustar cuentas de hombre a hombre.

―¿Qué te dijo Terrence, Albert? ―Candice preguntó, porque su esposo no era el tipo de hombre que aceptaba amenazas, chantajes u órdenes. Era obstinado como una piedra.

―Solo asintió, después me entregó mi orden de libertad, y se marchó. Candice se incorporó para darle un abrazo a ese hombre que había hecho tanto por ella. La había protegido, enseñado mucho más sobre la vida, y también le entregó un regalo invaluable: la convirtió en una guerrera con corazón. En algunas batallas, los sentimientos podían ser contraproducentes, porque la mente era un arma en sí misma. Pero Candice jamás leyó en la historia de la humanidad, que la compasión hacia otros y la lealtad a un país fuesen excluyentes.

―Te visitaré en las montañas ―le dijo a Albert―. Ahora, ya debo irme. Me aseguraré de que Anthony, Archie, Stear, salgan en libertad, así como los otros cuatro que me ayudaron. Albert hizo una negación con la cabeza.

―Pon tu seguridad primero en el camino, princesa. Todo caerá por su propio peso cuando tenga que suceder. Ahora, ve a ese palacio que tienes y aprecia la posibilidad de regresar a casa con el hombre que es tu nueva familia.

Después de largas conversaciones entre los diplomáticos del pais y los diplomáticos de Jacob, se llegó un acuerdo para establecer los procedimientos sobre los sabotajes comerciales, que abarcaban más con las negociaciones, pero también para dialogar sobre el financiado por el país de la que fue la prometida de Terrence meses atrás. Al final de todo ese ir y venir de comentarios de ambas partes, Terrence y Jacob sostuvieron una conversación telefónica privada. El resultado era el que llevaba en esos momentos al rey Terrence hacia el palacio Marlow.

Terrence se dirigió al helipuerto. El viento rugía con fuerza, y se había anunciado una tormenta al final de la jornada. Lo que menos deseaba era quedarse en el país gobernado por Jacob a pasar el día. No quería estar lejos de Candice, porque ―a pesar de que la seguridad se había redoblado, y los sistemas estaban más alertas―, prefería saber que su esposa estaba a su lado, a salvo. Se sentía protector a su alrededor, y la experiencia le era ajena a su habitual forma de actuar o sentir. ¿Qué era habitual, después de todo, entre él y Candice?

―Majestad, todo listo para despegar ―dijo el segundo asistente, antes de subirse al helicóptero―. Nos recibirá una comisión especial. Aterrizaremos en el helipuerto privado del rey Jacob.

―Bien ― Terrence se acomodó en el asiento y se colocó los audífonos. Él segundo asistente lo imitó, al igual que lo hicieron los tres militares que lo acompañaban.

Se espera que exista una cena... ―empezó a decir el segundo asistente— y...

―Cancélala si la aceptaste o elimínala de la agenda si está pendiente.

―Pero…

―Yo doy las órdenes, y pienso regresar a mi palacio hoy mismo. ¿Queda claro? ―preguntó ajustándose el cinturón de seguridad. Echaba en falta poder montar a caballo más seguido. En ocasiones cuando tenía suerte, lograba despertar temprano, a regañadientes porque eso implicaba no tener un rato más a Candice entre sus brazos, y dirigirse a los establos. En los últimos cuatro días, finalmente, convenció a su esposa de quedarse con él en su lugar privado, mientras un grupo de arquitectos rediseñaban la habitación de principal que era la que Terrence ocupaba,  para transformarla en un espacio más amplio y cómodo para una pareja. Candice ―no sin debatir por supuesto―, accedió. Ella aseguró que estaba de acuerdo con mudarse de cuarto, siempre y cuando la habitación que era de ella quedase intacta por si decidía que él, alguna noche, no merecía compartir su cama. Terrence, por supuesto, se rio antes de besarla; la clase de beso que los consumía y los llevaba a pasar toda la noche explorándose. No se saciaba de Candice, y tampoco creía que una vida fuese suficiente para conseguirlo.

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