Había algo en la vastedad del cielo, diáfano y de pálido azul, que hacía que Merlía lo contemplara por horas. Las aves, con sumo regocijo, revoloteaban por el espacio limpio de nubes, de un tono idéntico al de sus ojos en la mañana. Entre los esplendores de un tibio sol, el rostro nevado de la muchacha se sonrosaba, y hallaba paz.
De pronto pareció envolverse en una atmósfera exquisita, en leves vapores de romero y de rosa, en esencia embriagadora y melosa. Cerró los ojos y un paisaje paradisíaco inundó su imaginación: una pradera esmaltada de las más frescas y celestiales flores, cultivadas en la huerta de su fantasía; perennes, de duración infinita, y de todos los colores posibles e imposibles.
Hortensias violáceas, las reinas de los jardines. Un cortejo de lantanas de maravillosa floración en rojos y amarillos. Campos de lavandas silvestres y aromáticas, cada una con su corola bilabiada, como una espiga de un tono lila azulado que coronaba el largo tallo. Nenúfares suspendidos en arroyos cristalinos esparcían amenidad y encanto, y recordaban de inmediato a cierta pintura de Monet.
Los párpados se alzaron y se encontró con la realidad: un jardín amplio con el césped perfectamente podado la rodeaba, y a unos metros la extensa piscina climatizada. Era hermoso, bellísimo, un terreno fructífero, mas sin plantas que aportaran aire puro y sin flores que brindaran color. Merlía pensó que su casa era inmensa, al igual que el predio, y capaz de albergar cientos de plantas y flores y pinturas y libros... Pero era un eterno vacío. Un frío viento la sacudió.
Volteó levemente la cabeza y contempló la reposera igual a la de ella, en la que tiempo atrás había estado su hermana. Por su mente desfilaron las palabras salidas de la boca de Vienna, el dolor surcado en su rostro y la presión en el pecho que ella, Merlía, experimentó. Pensar que por unos momentos pudo imaginarse en un campo de flores, completamente desierto y sereno... La realidad era, una vez más, verdaderamente atroz. Aún no sabía qué iba a hacer con todo eso, con esa información que por años había desconocido, y que de súbito brotó como el agua de un grifo, que comienza suave y termina enérgica y abundante. ¡Era su padre, su propio padre! Lo que le había hecho a Vienna, lo que por años le hizo, era imperdonable, totalmente irremisible. Sabía que no volvería a mirarlo a los ojos.
Una lágrima se deslizó por su tierna mejilla. Recordó entonces la copiosa lluvia que habían desprendido sus ojos en presencia de su hermana, y la culpa que había sentido por esa misma razón. Vienna, quien había sido víctima del abuso de su padre por mucho tiempo, era quien contenía a Merlía en ese incesante llanto, sin una gota de resentimiento ni reproche. La castaña se consideraba frágil, como si toda su buena intención y fortaleza se viera interrumpida por la angustia arrolladora. Sus ojos celestes se pulverizaban como los pétalos de una campanilla.
Fue de repente que sus tristes pensamientos se detuvieron, se congelaron en el tiempo, y el motivo que le atribuyó fue el de una canción que comenzó a sonar. Ni siquiera se percató del momento en el que sus dedos, obrando como si tuvieran vida propia, escribieron la palabra "Aurora" en el buscador. Algo dentro de ella sabía que necesitaba una dosis de consuelo que solo esa artista le podía brindar, y en especial, esa canción.
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Cenizas al café
Teen FictionLas mellizas Ferrari son un mito en el instituto Carpe Diem. Para la mayoría, dignas de admiración y celebración. Sin embargo, unos pocos las observan con ojos de duda, casi sintiendo que esconden un enigma. Dos muchachas, dos formas de ver el mund...