Multimedia: "Cantares" - Joan Manuel Serrat
El suave aroma se desplazaba por el aire, majestuoso, casi sabiendo lo que provocaba en quienes allí vivían. Caterina bajó los párpados y suspiró, dejándose envolver por él. Resultó imposible no cortar un triángulo de esa crostata y degustarlo en la barra de la cocina. Sus ojos contemplaban los detalles tan pensados que su madre había puesto a la hora de prepararla, las rodajas de pera y las frambuesas colocadas a la perfección. La lluvia de azúcar, cual si fuese nieve, era la terminación ideal.
Evocó, sin buscarlo, su viaje de quince años, en el que recorrió con su familia el norte de la península itálica. Se detuvo en un día, en la ciudad natal de su madre, cuando esta le quiso enseñar a realizar la tarta. No tuvo problema en recrear la situación y de pronto la imagen de la fémina se formó enfrente. Revolvía los ingredientes, vestida con sus ropas elegantes y un delantal, mientras le enseñaba a su hija qué hacer. Caterina nunca se había destacado en la cocina y tampoco era de su interés; compartir momentos como ese con la italiana era lo que realmente le concernía.
Se concentró en la conversación que habían tenido, en los gestos tan acentuados que la adulta emitía y en las historias que con emoción narraba. Escucharlas era algo que le fascinaba. Francesca habló de su padre, un conocido intelectual, y contó que desde siempre ella estuvo rodeada de libros, a diferencia de su madre, que recién tuvo acceso a la lectura cuando se casó con él y la incentivó a leer. Mencionó además cómo el hombre se encargaba de trabajar, y ella de cuidar el hogar y criar a los hijos, hasta que un día, decidió cambiar eso y tomó un empleo.
La joven Figueroa pensaba en sus abuelos Rosella y Giacomo con afecto; era consciente de que viajes como ese le daban la oportunidad de conocerlos mejor y comprender también con más profundidad los cuentos de Francesca. No faltó en ella la reflexión acerca de la situación de la mujer en esas épocas y en anteriores, en su arduo vínculo con el mundo intelectual, académico y laboral. Se le ocurrió que su abuela había estado siempre en el oikos, en el hogar, como las mujeres de la antigua Grecia, y que un día salió a la polis. Analizar el mundo desde una óptica más crítica era algo que ambos padres le habían inculcado y resultaba engorroso entonces evitar problematizar lo que veía.
Posó una de las pequeñas manos sobre el pecho y dejó salir un suspiro. Añoraba el puerto espacioso de Génova, glorioso, que revelaba un pasado de república marítima. Extrañaba presenciar las casas de vivos colores y los edificios señoriales engalanando las calles, y los románticos restaurantes y trattorias para deleitarse con la gastronomía local. Andar sin rumbo por los caruggi, esos callejones umbrosos, estrechos, con gatos curiosos y somnolientos.
Rememoraba la escena con nostalgia, con hondos deseos de regresar, y a la vez una melancolía confusa y tenue. Ciertos celos hacia esa Caterina del pasado cuya forma de acercarse a su madre era distinta y por lejos más sencilla. No quiso meditar más sobre todo eso; dio el primer bocado a la tarta y bebió un sorbo del té chai. Sus sentidos se inundaron en cardamomo, canela y clavo de olor, masa y frutas.
Minutos después se encontraba en el auto, con sus padres y hermanos, rumbo al colegio. Había transcurrido ya una semana desde el regreso a clases y el ambiente familiar había mejorado, aunque las diferencias de Caterina y Francesca subsistían.
—Te lo digo otra vez, Seba, que el hijo de Beatrice, Giovanni, es perfecto para Cate... —comentaba la de cabello azafranado, mientras se pintaba los labios frente al espejo—. ¡Caterina, al fin te sacás esos auriculares! Le estaba contando a papá lo encantador que es Giovanni cuando toca el saxofón. Le encanta el jazz, como a vos, deberías escucharlo.
La de ojos avellana se preguntaba cómo era posible que la misma persona que contaba historias extraordinarias podía, de repente, hablar de temas tan vagos y triviales. ¿Cómo sería capaz de decirle, además, que no le interesaba en absoluto el hijo de su amiga?
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Cenizas al café
Teen FictionLas mellizas Ferrari son un mito en el instituto Carpe Diem. Para la mayoría, dignas de admiración y celebración. Sin embargo, unos pocos las observan con ojos de duda, casi sintiendo que esconden un enigma. Dos muchachas, dos formas de ver el mund...