Primer día de clases - mediodía y mañana
La cantina del instituto Carpe Diem era un sitio disfrutado por todos, un espacio extenso y moderno con una amplia variedad de opciones gastronómicas. Vienna había sido la encargada de comprar el almuerzo para Merlía y para ella, que degustarían con el grupo de amistades antes de ingresar a la próxima clase. En el piso de arriba había una mesa que parecía tener sus nombres escritos en tinta invisible: nadie más la ocupaba, a nadie se le ocurría.
Mientras esperaba a que la comida fuera preparada, una llamada de su novio apareció en la pantalla del celular.
—No, Bruno, no puedo salir hoy —explicó en cierto punto, balanceándose de un lado a otro, con la mirada clavada en las sartenes y en las ollas que tenía enfrente. Le agradaba que los estudiantes y los funcionarios pudieran ver el proceso de la elaboración de lo que pronto estaría en sus platos—. Voy a ir a Coriandre con Mer, hace tiempo que tenemos ganas de volver.
Cerca de ella, también aguardando por el pedido, unos oídos escuchaban sin buscarlo la conversación telefónica. Nuria Avellaneda, en sus labores de profesora de Historia y de adscripta, conocía a las mellizas Ferrari. Si bien estas eran profundamente admiradas por sus compañeros, no por las autoridades. Nuria no había tenido un trato directo con ellas, pero sabía por Viñoni y por la directora, que eran de las que "daban trabajo", de las "problemáticas". Sobre todo Vienna, la muchacha de cabellera pintada del color del ónix y uniforme bien entallado. Aun así, intentó mantener la mente libre de prejuicios.
—Me voy a tomar un mojito pensando en vos —se oyó, el tono coqueto de la de ojos azules se hacía patente, y Nuria podía adivinar que una sonrisa se hallaba en su rostro—. Y ya nos vamos a ver, acordate que tenemos el toque del viernes. Y después, nos espera una buena noche en tu casa...
A la docente le llamó la atención que una jovencita de quince años mencionara una bebida alcohólica, por lo que supuso que el tal Coriandre era alguna clase de bar. No era ajena al hecho del consumo en la adolescencia, mas algo le removió y le hizo fruncir el ceño. Se sintió incómoda al escuchar la última parte de la conversación, como si hubiese invadido sin quererlo la intimidad de la morocha.
El cocinero le entregó su plato a la treintañera y esta se dispuso a salir, a lo mejor encontraba una mesa libre en el exterior de la cantina. Observó su reloj de muñeca y verificó que eran las doce del mediodía, aún le quedaba un tiempo antes de reintegrarse al trabajo. Ya sabía ella que Viñoni le encargaría organizar los horarios y las incontables fichas de los alumnos, y quizá luego, en algún momento libre, podría tomarse un café con su querido amigo Hernán y ponerse al día.
Cuando atravesaba el umbral y el cálido viento la saludaba, aprovechó para echarle un último vistazo a aquella que, ya sosteniendo una bandeja con dos platos, continuaba charlando por teléfono.
Vienna no tardó mucho en despedirse del varón y acercarse a la escalera. Siempre era igual: llegaba, saludaba al grupo, se sentaba en la cabecera de la mesa, con su hermana a la derecha y su buena amiga Agustina a la izquierda. Devoraban todas sus escasas porciones y conversaban de trivialidades en un ambiente efervescente y animado. Sus planes se vieron arruinados en cuanto percibió desde la pared vidriada una situación alarmante.
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Cenizas al café
Teen FictionLas mellizas Ferrari son un mito en el instituto Carpe Diem. Para la mayoría, dignas de admiración y celebración. Sin embargo, unos pocos las observan con ojos de duda, casi sintiendo que esconden un enigma. Dos muchachas, dos formas de ver el mund...