Multimedia: "La Dolores" - Gastón Ciarlo "Dino"
Hernán Figueroa contemplaba el manto cerúleo del inicio del día a través de la claraboya, vagando en recuerdos lejanos, en eternos imposibles. Celeste era el cielo matinal, un color de ojos y quizá también un hogar. De repente, un batir de alas oscuras presentó la imagen de un cuervo.
—¿Nunca más? —pronunció, observando al ave con el vidrio marcando distancia. Casi pudo escuchar su respuesta, graznando un "nunca más" como en aquel poema de Poe. Fue solo cuestión de segundos para que desapareciera de su limitado campo de visión.
Meneó la cabeza, despeinando apenas los mechones achocolatados, un tanto crecidos. Anduvo hasta la cocina. No quedaban galletas de arroz, había una nueva mancha de humedad en la pared, aún no había arreglado el reloj. Se sirvió un café, negro y sin azúcar, y lo bebió mientras leía el diario.
La casa se sentía más sola que nunca. El silencio era completo, no se oían ruidos de afuera y su gato Atlas parecía no querer maullar ese día. Tal cosa no hacía más que incrementar el sentimiento de soledad que reinaba en su pecho. Se preguntó, de golpe, cómo sería tener hijos. No era la primera vez que lo pensaba y siempre acababa en que de veras le gustaría. Pero como quien arruga un papel y lo arroja a un cesto de basura, se desprendió de la idea.
Encendió el tocadiscos con el vinilo que había escuchado por última vez y una canción familiar comenzó a sonar.
De un largo viaje sin fantasía
Por los caminos de la rutina
Estoy volviendo a encontrarte
Casi soñando quiero abrazarte
No era preciso recordarla ese día, no era preciso recordarla ningún día si lo que deseaba era olvidar, mas las señales se hallaban en cada rincón. El cuervo paseando por el cielo, la canción de Dino...
Lugar tranquilo, cardos y flores
Mi campesina y tibia Dolores
La primavera, risas y encanto
De tus caderas colgó su manto
Aguardó a que el tema llegara a su fin, recogió el morral y la matera de cuero que le había obsequiado su padre, saludó a la mascota y se largó. En tanto cerraba la puerta la vio algo despintada, a aquella casita anaranjada con balcones floridos. Se prometió encargarse de ello luego, sumándolo a la lista infinita de arreglos necesarios en su hogar. Tomó el transporte público y llegó a Carpe Diem.
—Otro día en el planeta Tierra —murmuró, entre que andaba por los pasillos y se encaminaba al salón.
La primera clase de la jornada era cuarto uno. Entró a tiempo, mas algunos de sus alumnos ya se encontraban allí, entre ellos Caterina y sus amigos. A la vez que saludaba y apoyaba sus pertenencias, escuchaba cómo Vienna les proponía ir a un bar esa noche de martes. Su ahijada les sugería, en cambio, visitar la cafetería de Francesca y garantizaba que Las Cenizas en mayo se veía más espléndida que en cualquier otro mes. Hernán en seguida pensó, sonriendo, en lo mucho que le agradaba que Ángeles y ella se hubieran trasladado a ese grupo.
Cuando solicitó a todos que se acomodaran en sus lugares, vio como de costumbre que la rubia y la pelinegra se ubicaron juntas, aunque parecía haber cierta distancia entre ellas. Se encontraban en la fila del medio, y mientras que la primera dirigía su cabeza hacia la derecha y continuaba conversando con Caterina, Merlía y los Waldorf, Vienna apuntaba al sentido contrario. Por más nuevos amigos que hubiese conseguido, y por más que Ángeles se hallara a su lado, continuaba siendo la líder de un conjunto de chicas que se situaban en la fila de la izquierda del salón.
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Cenizas al café
Teen FictionLas mellizas Ferrari son un mito en el instituto Carpe Diem. Para la mayoría, dignas de admiración y celebración. Sin embargo, unos pocos las observan con ojos de duda, casi sintiendo que esconden un enigma. Dos muchachas, dos formas de ver el mund...