capítulo 3. El Bosque Central

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Dio lo había tomado mejor que Adriel, de hecho, lo único que no le había gustado era que había dejado a su familia, pero no se preocupaba tanto, podría verla el siguiente mes. Lila y Cabra habían conversado un buen rato con él, mientras que Sally y Adriel hablaban de los bosques, al parecer, todos estos bosques, rodean el más grande, que se encuentra en el centro, y es ahí donde un pueblo se alza, con tiendas, una ciudad, mejor dicho. Ahí vivían humanos, le dijo Sally la Salamandra, sin poderes y convivían con los “extraordinarios”.  Lila y Cabra jugaron en el patio delantero, Dio estaba intentado ver qué poder tenía, consultó algunos libros del estante del salón y estuvo leyendo toda la mañana. Adriel estaba sentado en el último peldaño, viendo cómo Gellert perseguía a la niña, con su peluche. De pronto, bajó Dio y se sentó junto a Adriel.

—Hola —saludó.

—Hola, ¿Cómo están tus…? —preguntó el chico, señalando las vendas de Dio.

—Han mejorado, siempre han curado rápido, quizá ese sea mi poder, aunque no me gusta nada —dijo.

—¿no te preocupa lo que sucede? —preguntó Adriel, mostrándose confundido.

—¿Por qué? No hay nada de qué preocuparse, siempre he soñado con algo así, ¿Tú no?
—Sí, pero… no de esta manera.

Entonces, Lowell bajó por las escaleras y empujó a los dos que estaban sentados. Avanzó sin disculparse, llevaba consigo una mochila y vestía una camisa blanca y un pantalón negro, su cabello rojo se alborotaba con el viento.

—Oye, oye, oye, ¿Qué te pasa? Discúlpate —dijo Dio, levantándose y molesto.

Lowell se detuvo, se volvió hacia el chico de bufanda, se rió.

—Claro que no —dijo, volvió a caminar.

Cabra se detuvo en seco cuando vio a su amigo pasar, Lila también dejó de correr y abrazó a Bellota, su peluche de ardilla.

—¿A dónde vas, Flama? —preguntó Gellert.

—Al Bosque Central, a comprar algunas cosas —contestó sin detenerse y sin mirar a Cabra, que saltó de alegría y corrió hacia su amigo, lo cogió del brazo.

—Espera, Flama, mira, tengo un cupón de oferta para una caja de Kings&Queens, ¿Podrías comprar…? —dijo Gellert, sonriente.

—Aléjate, Gellert, no estoy de humor —contestó Lowell, fulminándolo con la mirada y se zafó del agarre de Cabra.

—Sí, ¡Ya lo noté! Pero esa actitud de perro sin cola no debe matar nuestro amor por las Kings&Queens.

—Si quieres eso, tendrás que ir a comprarlo tú, Gellert.

Cabra echó la cabeza hacia atrás y gritó.

—¡Qué aburrido el caminar!

—Tienes que ponerte en forma, ayer en la noche casi te da uno de los rugidores —dijo Lowell, molesto. De pronto, un puño impactó en el pómulo de Flama, quien se tambaleó y retrocedió, alzó la mirada con la mano en la cara. Gellert se carcajeó.

Dio estaba frente a frente con el pelirrojo, Adriel había avanzado para detener la pelea, cuando su compañero le dijo que iba a hacer que el pelirrojo se disculpara, no creyó que haría eso. Cogió el brazo de Dio.

—¡Estupendo golpe, Bufanda! —rió Gellert.

—No hagas esto, regresa a la Casa —le dijo Adriel.

—Suéltame —le ordenó Dio, molesto.

—¿Qué? Claro que no.

—¿Quién te has creído? —dijo Lowell, furioso, su cuello comenzó a mostrarse, unas manchas naranjas aparecieron y brillaron, en sus palmas también.

La Tierra de los Mil BosquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora