Capitulo 12. Los Starkweather

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Tras un golpe amortiguado por la hierba, la cabeza del rugidor rodó hasta llegar a los pies de Manuel, que jadeaba, empuñando su espada. Adriel se apoyó en sus codos, y vio a su amigo de bufanda roja, a su lado apareció Lila, abrazando a Bellota.

—Pobre Dio… —dijo, como si estuviera triste.

—¿Qué? ¿por qué? —preguntó Adriel,
confundido, luego la niña le señaló al muchacho otra vez, que tenía entre sus manos solo la empuñadura y la mitad de la hoja de su espada —. Mierda…

Adriel se levantó, se tambaleó por el dolor y cayó arrodillado, Lila se acuclilló a su lado.

—Tranquilo, Conejo, te voy a curar, ya lo hice con Flamita, ha ido con Cabra —le dijo la niña, tenía una mancha de tierra en su cachete, y su cabello rubio le caía caóticamente por los lados.

—Tengo que hablar con él —insistió Adriel en levantarse.

—No, te has hecho daño en tus piernas.
Luisa posó sus palmas sobre las rodillas del chico, sentía cómo su sangre se calentaba, el dolor iba menguando. Manuel se quedó de pie unos segundos más, después soltó su espada, la otra mitad de la hoja estaba a un par de metros de él. Entonces, de la espesura llegaron Lowell, que ayudaba a caminar a Gellert, que cojeaba, los dos se detuvieron boquiabiertos al ver la espada de Dio. El cielo fue oscureciendo.

—Lo siento mucho, Dio —dijo Adriel, que ya se había levantado.

—Cállate —dijo Manuel, como sin ganas, de pronto, luego caminó hacia la hoja de su espada, cogió la empuñadura e intentó pegarlas, pero fue en vano, recordó lo que le había dicho su abuelo y Magnus, que un espadachín solo tenían una espada.

Su respiración fue acelerándose, apretó las mandíbulas y frunció el ceño, totalmente molesto, y con los ojos brillando de rojo, Manuel se disparó hacia la cabeza del rugidor, le lanzó un puñete mientras gritaba de furia, otro golpe, una patada, y así varias veces, hasta que escuchó un crujir. Se detuvo, con los nudillos sangrando. Comenzó a llover y las llamas que había dejado el ataque de Lowell fueron extinguiéndose. Tras eso, Manuel se levantó y comenzó a caminar.

—¿A dónde vas, Dio? —preguntó Lowell.
No recibió respuesta.

—Oye, Dio, no tienes arma.

Flama soltó a Gellert, que cayó al suelo como si no tuviera piernas. Adriel se interpuso en el camino de Lowell, con los brazos extendidos a los lados.

—Déjalo, Lowell —dijo Conejo.

—Pero…

—No, déjalo irse a la Casa.

—Le puede pasar algo.

—En este momento creo que su único problema es él mismo, déjalo pensar.

Flama, Conejo, Lila y Cabra se quedaron en ese mismo lugar y tras una hora, por la negrura entre los árboles surgió una figura de cabellera negra larga, era Sally, que llevaba una sonrisa, pero cuando vio detrás del grupo el cuerpo de un rugidor, y no vio a Dio, se desesperó.

—¡Oh, Dios mío! ¡¿Dónde está Dio?! ¡¿Dónde está?! ¡Lowell! —gritó.

—Está bien, se fue a la Casa solo —explicó Flama, casi sin ganas.

—¿Qué? ¿Y por qué no lo acompañaron? —Salamandra se mostró muy confundida.

—Necesita estar solo —dijo Lila.

—¿Qué? ¿Por qué?

Adriel alzó en sus manos la empuñadura y la hoja rota de la espada. Salamandra se llevó las manos a la boca.

La Tierra de los Mil BosquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora