capítulo 17. El Venado

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El venado

Aquel que lo sepa todo sabe que realmente no hay nada
Y por la tristeza, parecer ser que Dios se ha suicidado



Graves se levantó ante los cuerpos de sus padres, con las manos llenas de sangre, jadeante, ante Gellert, que observaba horrorizado la escena, era la segunda vez que lo veía, era tan real, pero en el fondo sabía que no lo era, aún así, se acercaba a abrazar a sus padres, pero sus brazos traspasaba  los cuerpos, era el infierno, pensó, me he portado muy mal, merezco esto. Estaba llorando, sus ojos le ardían y la cabeza le comenzaba a doler y palpitar. Se levantó y corrió hacia su hermano  lleno de furia intentó embestirlo, pero lo atravesó y se fue de lleno a la oscuridad entre los árboles, y regresó al mismo lugar. Y cuando se dio cuenta, a su lado había un chico peliblanco algo más bajo, era él.

—Oh, hermanito, tranquilo —dijo Graves, que corrió y hacia el Gellert menor, le dio un abrazo y el chico se quedó quieto, observando los cuerpos de sus padres —. Nos he liberado, tranquilo, nos he liberado.

—¡Aléjense! —gritó Lowell, furioso —. ¡¿Qué han hecho?!

Sus manos se habían encendido y lanzaba bolas de fuego que solo atravesaban a Dio y a Adriel, quiénes caminaban lentamente hacia él, dejando atrás los cadáveres del resto del grupo del Cuarto Bosque.

—No somos tontos, sabemos que nos tenías miedo desde el principio —dijo Adriel, a su lado caminaba alguien, una persona que Lowell no quería ver, su madre. Su hermana no estaba por ninguna parte.

—Lo sabías, Lowell, lo sabías desde el principio —dijo Dio, su bufanda se agitaba detrás de él. Lowell jadeaba y se veía horrorizado.

—Tu madre nos lo dijo todo —contó Adriel, la mujer de niebla caminaba hacia el pelirrojo, se detuvo ante él.

—¿Quieres que te repita lo que te dije antes de que formaras el Cuarto Bosque? —preguntó la mujer pelirroja, era un poco más baja que Lowell, delgada, sonrió. y tenía unas horribles ojeras.

—¡No! ¡Cállate! ¡Cállate!

—Cuando sean cuatro en el Bosque, vivirán felices, y los tiempos oscuros…

—¡No! ¡Cállate! —gritó Lowell  intentando no escuchar, cubriéndose los oídos, pero las palabras de su madre de igual manera le llegaban.

—… los tiempos oscuros llegarán con dos chicos, el quinto y el sexto, junto a ellos la oscuridad se expandirá en los bosques —terminó la madre.

Lowell gritó con fuerza, y las llamas crecieron alrededor de él, unos muros de fuego se alzaron. Luego unos chasquidos, pero no les prestó atención. Recordó a su madre, su terrible madre, con el poder de ver en sus sueños premoniciones, había visto la muerte del padre de Lowell, y se lo había dicho cuando esté tan solo había cumplido cinco años. Hijo, tu padre morirá dentro de seis meses, quiero que te prepares. Hijo, no conseguirás nada bueno si intentas unirte el Ministerio, puede que te guste, pero lo harás terrible. Hijo, no serás muy fuerte para defender a todos tus amigos a veces. Hijo, puedes que nos reencontremos…
Los chasquidos se hicieron más audibles. Lowell alzó la mirada, con lágrimas en los ojos y vio ante él  aún catheth, con sus apéndices a centímetros de la cara del pelirrojo, el chico escupió una llamarada con todo su odio. Un terrible aullido de dolor estalló en el resplandor amarillento, la nube de fuego se desvaneció y tras ella se veía al catheth retrocede, bañado en llamas.

Adriel se levantó del suelo, temblando, había oído el aullido de dolor del catheth, pero no había sido él, por un segundo, a su alrededor vio a sus amigos, que también se percataron de ellos, se vieron unos a otros, todos asustados, algunos llorando y temblando, pero en un parpadeo volvieron a encontrarse cada uno en su propio claro en el Bosque Oscuro, o el Bosque que les hacía imaginar el catheth, que parecía haberse enfadado. La criatura se abalanzó velozmente sobre Adriel, que se transformo en niebla y se disparó por un lado, esquivando el ataque, regresó a su forma natural y rodó por la hierba, el catheth volvió a apresurarse hacia el chico, entonces, un canrear de niebla apareció de la oscuridad y embistió con fuerza a la criatura de viscosos tentáculos. El animal peludo de cuatro patas gruñó. Adriel se volvió hacia el lado, donde vio a su abuelo, de pie, con las manos en los bolsillos. Un poco más bajo que él, con el cabello oscuro y una chamarra de cuero.
—¿Cómo estás, hijo? —preguntó.
Adriel estuvo seguro de que se desmayaría, pero consiguió controlarse.
—¿abu-abuelo? —Conejo se oía confundido —. ¿Cómo es que estás aquí?
—Es solo producto de tus recuerdos, hijo, soy como recuerdas, y esta criatura me ha hecho escapar de tu mente, para poder luchar y decirte algo, para levantarte —dijo el abuelo, sonriente —. Vamos, hijo, ven aquí.
Adriel se levantó de la hierba, tembloroso y nervioso, con el miedo a atravesar a su abuelo, pero pudo abrazarle, no lo atravesó, ¿Qué ocurría?
—Han hecho daño al catheth, hijo, los malos recuerdos se vuelven buenos y hasta llegan al punto de asemejarse a los sueños, no a las pesadillas que son la especialidad de estas criaturas, sí siguen atacándolo, hijo, verá que ya no tiene más miedo que absorber de ustedes y se irá, sean valientes y enfréntenlo, vamos, usa tu valentía, sé valiente y usa la niebla para tomar la forma.
—No, creo que no puedo, tengo miedo —dijo Adriel, le temblaban las mandíbulas.
—¿Quieres a tus amigos? —preguntó el abuelo.
—Sí.
—No lo parece.
—Claro que sí les quiero, no los cambiaría por nada.
—Bueno, pues ayúdales, deja de ser el que siempre es ayudado.
Adriel tragó saliva, miró al canrear luchar contra el catheth. Extendió los brazos y usó su habilidad, pero la niebla tomó forma de rugidor, que representaba su miedo, aún lo tenía, le temblaba el cuerpo, intentó nuevamente. Entonces recordó al Bosque Central, a las personas heridas, las muertas, las que sufren, la oscuridad, a Robert Magnus, todos habían luchado por ayudar, Dio, Sally, Lila, Lowell y Gellert, incluso ahora siguen luchando contra sus pesadillas. Adriel apretó las mandíbulas, frunció el ceño y gritó con fuerza y el rugidor de niebla de su lado se desvaneció y tomó la forma de un halcón gigante, quizá de dos metros, que voló velozmente hacia el catheth y con sus zarpas comenzó a atacarlo. Adriel se sorprendió de sí mismo  mientras escuchaba a su abuelo reír a su lado. Un aullido de dolor. Volvió a ver a sus amigos, pero volvieron a desaparecer.
—¡Oh,  maldita sea, gracias! —dijo Adriel, que seguía con el brazo derecho extendido, guiando al halcón.
—No te preocupes, hijo, espero volver a verte en un sueño.
Tras eso, desapareció al igual que su canrear.

La Tierra de los Mil BosquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora