Capítulo 4. El espadachín

6 1 1
                                    

Los días que siguieron desde aquella noche en que llegaron con el canrear estuvieron llenos de cosas que aprender. Para empezar, la nueva fauna que los rodeaba, este bosque no solo era hogar de diversas plantas exóticas, sino de unas criaturas igual de extrañas, el canrear era una de ellas, ayudan a escalar montañas y atravesar los bosques a gran velocidad. En el cuarto día de la estancia en el Cuarto Bosque, los azotó una tormenta, y un ave tan grande como un oso sobrevoló los árboles, con unas alas blancas, un plumaje azul y un pico negro, era rodeada de electricidad y su canto era bellísimo. Aves de Tormenta les llamaban. Cabra y Lila se encargaban de cocinar, Flama se encerraba en su cuarto o hacía misiones. Adriel y Dio practicaban con Sally la Salamandra, les daba consejos de cómo desarrollar sus poderes, a canalizar energía en sus palmas, en sentir los alrededores, respirar profundamente y concentrarse. Pero nada aún, en una ocasión, Cabra se ofreció a entrenar con Dio, los dos pelearon, uno usando su poder de viento y el otro la espada sin filo, había sido divertido verlos, sobretodo porque Cabra esquivaba los ataques de Dio con eficacia y una velocidad impresionante. Dio consiguió dar un barrido con el pie, Gellert lo esquivó con un salto, iba a dar una patada, cuando Bufanda dio vuelta y golpeó en el estómago con la punta de la espada,  tras una larga carcajada, Cabra le estrechó la mano a Dio y se fue a beber una kings&Queens, Lila también tomaba, aunque no mucho, Sally no le dejaba porque según ella, luego tendría pesadillas. Transcurrieron varios días. Volvieron a ir al Bosque Central y esta vez fueron a la biblioteca, cada uno se trajo un libro, Adriel uno sobre la habilidad de niebla, Dio sobre tácticas de espada avanzadas.
—Sally, ¿Puedo hablar contigo? —dijo Flama, desde el vestíbulo.
La chica se levantó de su asiento, suspirando, Flama se levantó también del comedor. Estaban almorzando. Adriel y Dio intercambiaban miradas de confusión.
—Solos… Cabra —indicó Lowell, saliendo de la Casa.
—Sigan almorzando, no se detengan por mí —dijo Sally, saliendo tras Flama.
—Estoy comenzando a hartarme de Lowell, es obvio que habla mal a nuestras espaldas —dijo Dio. Adriel siguió comiendo las papas fritas.
—Tranquilo, Bufanda, ya habrá momento para que le partas su cara, pero hazme un favor, antes de que lo hagas, llámame —sonrió Gellert, inclinándose sobre la mesa y estallando de risa, siempre que lo hacía, Lila también reía.
La relación de Lila y bellota, su peluche, era extraña realmente, una vez, Adriel la vio diciéndole a Bellota que pronto lo llevaría al bosque con las demás ardillas. Fue aterrador y tierno a la vez. Mientras tanto, Dio terminó primero y se disparó al dormitorio que compartía con Adriel. Una noche, se oyó un gritó de gloria, era Dio, Lowell le gritó: ¡Has silencio! La mañana siguiente, Bufanda impresionó a todos con una vaina que él mismo había hecho para su espada con cuero negro que había encontrado esparcido por la casa.
—Es genial, Dio, para eso querías el cuero —dijo Sally, a quien el había preguntado si podía usar el material para algo.
Llevaba la vaina en un cinturón al lado, con la espada enfundada, Dio se veía feliz. Adriel había leído un par de cosas sobre los Starkweather, la gran mayoría vivían en el Trigésimo Bosque, muy lejos del cuarto, en donde él estaba, aprendió un poco más sobre los seres de niebla, que solo pueden ser vistos por los que tienen la habilidad, no tienen forma definida, son la niebla que rodea a todos y que sólo algunos pueden ver, no pueden hablar pero entienden lo que uno les dice y son capaces de sentir, así que sería mejor que se llevará bien con ellos, una de las pocas criaturas que pueden verlos y devorarlos son los rugidores.
Los días siguieron, Dio quería luchar con cualquiera en toda hora, Adriel aceptaba, siempre perdía, y mientras más días pasaban, con más facilidad, Bufanda estaba mejorando mucho con la espada, Cabra volvió a pelear con él y recibió tres golpes fuertes, Sally solo dos. Flama llamaba cada cierto tiempo a Salamandra para hablar con ella a escondidas.

—¿Qué te dice? —preguntó Adriel, fastidiado.

—Cosas malas de ustedes, pero no hagan caso
—contestó. Dio había escuchado eso y entrenó con mayor constancia.

La Tierra de los Mil BosquesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora