Bufanda

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El desconcierto reflejado en los lagrimales del pequeño William duró, quizás, más de lo que debería. Si de por sí el color lechoso de su piel dejaba resaltar escandaloso el enrojecimiento en la respingada nariz a causa de una gripe, los constantes estornudos anunciaban su llegada al colegio atrayendo miradas y pequeñas risas de sus compañeros, especialmente porque esa mañana se había negado a ponerse el suéter que con tanta insistencia su madre le ordenaba y es que nadie iba a decirle qué hacer. Era su enfermedad y él solo podía lidiar con ella.

Por ello ahora se encontraba con los ojos bien abiertos frente al prefecto de su clase que le ofrecía una tersa bufanda color azul marino; George Washington, siempre estoico de expresión, mantenía el brazo extendido casi imponiéndole al de azules ojos la prenda que por obvias circunstancias necesitaba. William ni siquiera tuvo que preguntar, ciertamente intimidado por los marrones ojos dudando si tomar aquel trozo de tela que parecía hecho a mano.

—Si no la usas interrumpirás las clases con tus estornudos.— explicó el moreno sin bajar la guardia —Por favor, úsala. Si empeoras no podrás venir a la escuela.

Dicho esto el joven de cabellos rubios por fin tomó la tela, y echándosela al rededor del cuello una calidez inmediata le calmó los temblores. No pudo evitar suspirar de alivio llenando así sus fosas nasales de la desconocida fragancia que de pronto se tatuó en su mente como un bello recuerdo que no dejaría ir en un largo tiempo.

—Me parece insensato que no te abrigues estando así de enfermó.— reprendió entonces aquel tipo que siempre utilizaba palabras innecesariamente rimbombantes (un ejemplo de adjetivo que había aprendido de tanto escucharle hablar) —No te preocupes, me la puedes devolver mañana.

Un inaudible agradecimiento se escurrió aún sorprendido de entre los delgados labios mientras el moreno se alejaba hacia el salón de clases. William se había quedado estático, de pie a la mitad del patio hasta que la campana que anunciaba el inicio de la jornada lo obligó a correr a su aula, sonriendo con entusiasmo. No fue capaz de despegarse de la bufanda hasta llegar a casa.

———

Los ojos marrones observaban curiosos por sobre las gafas de lectura, George solo había despegado la vista de su libro tras un carraspeo familiar, encontrando frente a su rostro una bufanda color vino que claramente no era suya, y que aún así le era ofrecida.

—¿Y esto?

—Ayer lavé tu bufanda para no contagiarte, pero no se secó.— explicaba el rubio por lo bajo, haciendo lo posible por no trabarse al hablar. —Así que te presto una mía, parece que en la tarde hará frío.— la pequeña mentira tras esa verdad es que el joven William no estaba listo para devolver la prenda, y en una compensación que ni él mismo entendía entregaba ese trozo de tela suyo que el día anterior se había negado a llevar a la escuela.

—Gracias.— el objeto fue aceptado, y el momento que duró el contacto entre las temblorosas manos de ambos niños fue suficiente para acelerarles el pecho. Sin decir más, el rubio se alejó del pupitre ajeno con las piernas temblando, dejando solo a George quien no fue capaz de despegar la vista de aquel individuo al que siempre había guardado un inexplicable cariño.

Discretamente, antes de guardar la nueva prenda en su mochila, no pudo evitar olfatear un poco el aroma que le hizo sonreír ampliamente. No, por más descortés que fuera, estaba convencido de que jamás devolvería esa bufada.

𝙲_𝚂𝙺𝟾_𝚉

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⏰ Última actualización: Jul 14, 2021 ⏰

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𝙬𝙖𝙨𝙝𝙠𝙞𝙣𝙜 ┊ 𝙤𝙣𝙚 𝙨𝙝𝙤𝙩𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora