Erótico

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El eco de pasos apresurados sobre el amaderado suelo se mezcla melodiosamente con las aceleradas respiraciones, se saben ambos tan ansiosos de llevar el contacto de sus pieles más allá de el firme sostener de sus manos que solo dejan fluir su andar por el largo y conocido pasillo hacia la alcoba del rubio. Y como un cálido saludo, el rechinar de la puerta cerrándose a sus espaldas les acelera el pecho. Sin perder tiempo alguno, ya se ven devorando con gula los labios ajenos, toscos dedos enredándose gentilmente en los lacios cabellos que sueltan el dulce olor a lujuria. Caen de espaldas en el colchón, el miedo disipado entre la humedad de sus lenguas recorriéndose, una contra otra, bajando a la piel de la mejilla, del cuello, la clavícula. La ropa estorba y no parecen dispuestos a ahogarse un segundo más en la prisión de tela que les impide amarse, que les impide poseerse el uno al otro, eternos enemigos que se admiran desde las sombras.

El deslizar de las blancas telas mantiene susurrante el pecaminoso eco húmedo creado por un par de labios enemigos, ocultándose en la bruma y pudiendo librar la más ardua batalla que noche tras noche luchan sin tregua, siendo al final nadie el ganador, pues no hay peor condena que el amor a un adversario. Consumido por los hambrientos labios, viejos maestros suyos que a la fecha le igualan en ferocidad, resuenan imparables besos, ni el dolor en sus mandíbulas que implora detener el intercambio de salivas es suficiente para al menos aplacar la gula que destella en sus desafiantes miradas, repercutiendo en el danzar de los dígitos sobre una ajena piel, sea rugosa o suave, oscura o nívea, siempre pegajosa en un dulce sudor que les ayuda a resbalar entre uno y otro.

El crujir de un colchón, único testigo del pecaminoso acto, resuena tan suavemente como si no quisiera detener el erótico ritual que se lleva a cabo sobre las sábanas, ahora tan revueltas como las sonoras respiraciones que han inundado el ambiente. Roces fugaces guiando un cuerpo sobre el otro, la fricción entre pieles capaz de encender la llama en pares de pupilas nuevamente contrastando sin mezclarse. Una suave caricia sobre la morena mejilla del general hubiese pasado desapercibida de no ser por el repentino contacto de unos gruesos labios sobre la pálida palma. El fornido cuerpo se encuentra de pronto acorralando el ajeno, mientras recorre delicado las delgadas piernas que coquetas se han enredado en sus caderas. No hay forma de despegar sus vistas, conectadas como opuestos imanes buscando sin descanso el momento de ahogarse en el relucir de las estrellas.

Una mirada casi suplicante le hace saber de antemano que su amante está listo para fundirse en la erótica danza que les golpea deliciosamente hacia el éxtasis. Su firme diestra desciende por el delicado torso debajo de él hasta sentir entre sus dedos la cálida humedad que se esmera en atrapar causando dulces respingos que le impulsan a no detener el constante vaivén de su muñeca. Húmedos labios contra la blanquecina piel del pecho dejan ardientes marcas que no se han de quitar ni aunque el fuego intente borrarlas, le distraen del expandir en sus entrañas dejando entrar gentilmente al intruso que en calmo gruñido se adueña de cada jadeo osando escapar desde los entreabiertos labios. Sin más  las cálidas paredes reciben en tenues espasmos el estremecimiento de un cuerpo gozoso y tras unos momentos de tregua el contacto se limita a caricias, al menos hasta que el agudo dolor desaparece de las níveas caderas cediendo lugar al ciego placer que le impulsa a moverse por su cuenta. Comienza entonces la danza, el constante sonido causado por el ir y venir de una firme pelvis hace crujir el lecho funcionando como pauta a la melódica sinfonía que escapa ahogada de los delgados labios ocultos contra la piel del moreno hombro. 

Se devoran sin miedo a terminar con nada, pues al tenerse ambos se saben poseedores del universo entero; cada estrella en sus lunares, cada raíz en las venas que se marcan sobre sus ansiosos falos. Se poseen el uno al otro, con el paso del tiempo, buen amigo de los amantes sin prisa, han perdido el miedo de enterrar las uñas en la carne que exige una lujuria inhumana. El éxtasis se asoma ya ansioso tras un último apretar de la blanca sábana enredada entre los níveos dedos que en un reflejo se aferran a la trabajada espalda, igualmente sintiendo el contraer de los liberados músculos. La batalla ha terminado, sí, más no la guerra. 

El pesado cuerpo del general cae rendido haciendo saltar un poco el colchón, aún no se han soltado de las manos e intentando regular la recién recuperada respiración una sonora risa crea el dulce eco de los delgados labios dando así a Washington una razón para sonreír, triunfal aunque aquello solo sea un descanso de esa lucha, satisfecho hasta la médula por un némesis al que se prohíbe amar. Se puede sentir entonces el movimiento de uno de ambos cuerpos incorporándose, seguramente con las piernas temblando. El marcado acento británico entonces rompe el nítido silencio.

—Tendré que matarte...— profiere el poseedor de bellos hilos platinados en un susurro calmo, recargado sobre su antebrazo mientras traza bajo sus yemas el camino de una cicatriz que no recordaba haber pintado sobre el fornido pecho.

—Lo harás.— replica el moreno a la par de enredar sus toscos dedos entre las finas hebras. Sus miradas chocan, y no han de admitirlo nunca pero el corazón les da un vuelco. —El día que mis labios ya no perciban ni en sueños el rozar con la nieve que cubre tu cuerpo. Ese día al menos, habré muerto.

Y una vez más, se atreve con descaro a tirar suavemente del iluminado cabello, recibiendo por respuesta un febril jadeo que se ha mezclado con los rayos de luna escurriéndose por la ventana. 



𝙲_𝚂𝙺𝟾_𝚉


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no. ;D 

𝙬𝙖𝙨𝙝𝙠𝙞𝙣𝙜 ┊ 𝙤𝙣𝙚 𝙨𝙝𝙤𝙩𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora