Hospital

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De alguna forma, la inexplicable calidez de las frías paredes acolchonadas que le protegían del exterior le recordaban al vientre de su madre. No había preocupación alguna; le servían la comida, le bañaban, le preguntaban siempre cosas que procuraba responder con elegancia, ¡era el centro de atención! él era el único y legítimo Rey de aquellos blancos muros, era soberano de las tierras vecinas de donde oía constantes gritos, ah, tan sublime música para sus trastornados oídos.

Pero sobre todo, en esa solitaria habitación donde constantemente se perdía en su propia existencia, a veces venía a visitarle el más magnánimo ángel de los paraísos, era casi un dios de tez morena y pobladas cejas que le susurraba al oído dulces palabras de amor. Nunca había podido tocar la preciosa piel de la atractiva deidad, pues algo le sostenía los brazos.

Cada vez que le veía entrar no podía evitar admirar ojos, la muy abierta mirada del soberano clavada en la infinita profundidad de esos ojos oscuros como el infierno, como su hogar. La sonrisa era inevitable, tan absorto en los apetecibles labios que habría arrancado a mordidas de haber podido, tan enamorado de los musculosos brazos que anhelaba arañar, pero antes de siquiera pensar en acercar su rostro, se quedaba inevitablemente dormido. Solo cuando despertaba con un horrendo dolor en el cráneo, gritaba de pena, implorando una nueva venida de su ángel para poder admirarlo cada vez más cerca.

El amor es tan ciego que no eres capaz de notar el picar de una aguja dejando pasar el ardiente líquido por tus venas, no puedes notar que tus dormidos brazos atados a tu pecho se encuentran, tiesos e inservibles como un par de maderas marchitas, no ves que el centellar que juras fruto de un amor ferviente sobre las profundas pupilas es más bien un terror que nace en el enfermero que se encarga de dormirte para poder extirpar cada recuerdo de tu retorcido cerebro. Y lo sabes, todo lo sabes pero a la vez lo ignoras.

Pobre del día que tus labios se posen sobre otros, pues terminarías sin la cordura que aún lucha por anidarse en tus neuronas. Tú estás muerto, y tus demonios lo saben. Es por ello que asignaron al único hombre capaz de mantenerte cuerdo por última vez antes de tu definitivo final, eres víctima de la tortura llamada amor, y sometido a voluntad te encuentras, pues bien sabe el soplo de sensatez que habita en tu pecho que si has de morir feliz, has de morir en lo brazos del virginiano sin nombre.

Pero como cualquier sueño, la fantasía ha de morir agujerada por la filosa realidad que arranca de un mordisco la tenue esperanza que a penas relucía bajo el manto de las humedecidas pestañas rubias, pues de la noche a la mañana el rey es arrastrado a un calabozo que desconoce por un par de brazos que jamás se habría permitido mirar; le ha llegado la hora, pero entre tantos extraños vestidos de blanco no divisa el sublime rostro de su ángel guardián.

El pasillo le parece tan oscuro, estrecho y asfixiante que el aire escapa de sus pulmones entre suplicantes gritos que desgarran el eco húmedo. Hay un formado grupo de monstros blancos esperándole, rodeando un trono de helado metal donde es depositado sin delicadeza alguna. Le han amarrado las muñecas con lazos de cuero que le impiden regresar a su refugio, ¿Dónde está y por qué siente las expectantes miradas como si no fuese más que un macabro espectáculo? Acorralado por fenómenos y cadenciosas máquinas de verdosos reflejos que le repugnan.

“Washington, el suero.” escucha como un eco, pero no entiende, entonces de entre los blanquecinos seres surge aquel que resplandece más que cualquier estrella. La oscura piel reluce en artístico contraste bajo los blancos ropajes, y aunque un bozal le cubre mitad del adorable rostro, es fácil reconocerle por la familiaridad en la mirada oscura. Entonces el soberano cae en cuenta de que, esta vez, podría tocarlo.

Forcejea más fuerte, gritando, implorando en su demencia una oportunidad de sentir el dulce calor de contacto enamoradizo una vez más, piensa que los infernales brazos que le detienen a cumplir su cometido le soltarán en cualquier momento, pero eso no sucede, algo que no esperaba le detiene de golpe.

—Estarás bien.— un par de palabras tan simples de una voz que había escuchado mucho tiempo atrás y aquel simple susurro tan cálido basta para detener el forcejeo. El soberano fija la dilatada vista en las siguientes acciones; una aguja sostenida por las firmes manos le atraviesa el brazo sobresaltando su cuerpo, pero no duele, ya nada duele al haber escuchado por fin a su ángel.

Los párpados le pesan, y sonríe más ampliamente de lo que jamás en su vida había hecho. Ve el cuerpo alejarse lentamente, y solo entonces sabe que su vida se ha realizado totalmente, no tiene nada que hacer en ese plano ensombrecido que se disipa a cada respiración suya. Una vez más se está quedando dormido tras la visita de su guardián, solo que esta por fin será la última.

—Es una lástima...— piensa en voz alta, pero de sus labios no sale ningún sonido. —Habría deseado haber visto tus labios al escucharte hablar.

Y en un parpadeo, la locura ha desaparecido por completo. El rey se ha ido.


𝙲_𝚂𝙺𝟾_𝚉




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Notas; No sé qué decir aquí. Solo que me gusta ver sufrir al Rey haciéndole creer que Wash lo ama cuando no es así. Una disculpa.

𝙬𝙖𝙨𝙝𝙠𝙞𝙣𝙜 ┊ 𝙤𝙣𝙚 𝙨𝙝𝙤𝙩𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora