Carlos

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Carlos salió rápidamente de casa y atravesó el camino de piedra del jardín hasta llegar a su coche. Abrió la puerta y se introdujo en él a toda velocidad. Eran más de las diez de la noche y había quedado con Leonardo, su chico, pero ya llegaba una hora tarde. Le había prometido llegar pronto para celebrar su aniversario juntos en un buen restaurante, pero de nuevo había salido tarde del trabajo. No lo podía evitar. Era incapaz de salir del trabajo dejando algo inacabado. Era demasiado perfeccionista y responsable, al menos con su empleo, luego en las relaciones personales era bastante desastre. Arrancó el coche y se dirigió a la casa de su chico. Aceleró un poco, colocó el teléfono móvil en el manos libres y pulsó el botón de llamada. Sonaron varios tonos, pero Leonardo no respondió. Seguro que estaba muy enfadado, y no le culpaba, Carlos era impuntual por naturaleza y ya había discutido con su chico muchas veces por ese motivo. Siguió conduciendo. Giró a la derecha en un cruce y continuó hasta detenerse en un semáforo. Una joven cruzaba el paso de peatones con su móvil en la mano, chateando y sin apartar la vista del aparato. En eso se había convertido la sociedad actual, pensó Carlos, en esclavos de un aparato electrónico. A su lado se detuvo un vehículo. Conducía una mujer de unos treinta años. Detrás iban sentados dos niños, seguramente sus hijos. En cuanto vieron que Carlos les miraba, se giraron hacia su coche, observándole por la ventanilla. Carlos les saludó con la mano, pero los niños comenzaron a reírse a carcajadas señalando a su coche. ¿Se estaban riendo de el? Que mal educados, pensó. El semáforo cambió de color y ambos vehículos arrancaron. Carlos observó cómo los niños se alejaban señalándole y sin parar de reír. Los niños de ahora cada vez eran más mal educados. Se introdujo en un túnel. Se miró en el espejo retrovisor para ver si los niños se reían de él por alguna razón en especial, pero lo que vio reflejado en este le dejó totalmente paralizado. Había alguien sentado en el asiento de atrás. Alguien que llevaba puesto un disfraz de payaso, la cara pintada de blanco y una enorme sonrisa dibujada alrededor de sus labios. Entonces cayó en que los niños no le señalaban a él, sino al payaso que se encontraba en su asiento trasero. Este levantó uno de sus brazos. En la mano sostenía un enorme hacha, cuyo filo relucía con la luz de los focos que iluminaban el interior del túnel. Carlos no pudo reaccionar. Vio como el hacha se aproximaba a su cuello sin poder hacer nada para evitarlo. Sintió como el hacha le cortaba el cuello hasta casi separarle el cuerpo y la cabeza. La sangre comenzó a salir de aquel enorme y profundo corte. Carlos dio un volantazo y el vehículo se estampó contra la pared del túnel. Lo último que Carlos vio antes de morir fue la terrible sonrisa dibujada en el rostro del payaso, y como éste desabrochaba el cinturón de seguridad del asiento de atrás y salía tranquilamente del vehículo. Después todo empezó a oscurecerse a su alrededor mientras el payaso se alejaba atravesando ese maldito túnel que se había convertido en su tumba.

Continuará...

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