21. CONFESIONES.

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Para todo el mundo Aaron solo era una persona más pero, para mí, él era mi mundo.

Por eso al morir él, todo en mí murió.

Los doctores tuvieron que inyectarme un tranquilizarme para que dejara de llorar y gritar. Aranza me miraba preocupada al igual que toda mi familia. Derek me miraba dolido, le dolía que llorara por otro hombre, le dolía saber que había estado embarazada de otro hombre.

En los tres días más que estuve en el hospital, Derek, trato de hablar conmigo y pedirme explicaciones, pero yo no hice más que ignorarlo.



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Cuando me dieron de alta en el hospital, convencí a Aranza de que fuera por mí antes de que llegara Derek y la obligué a llevarme al cementerio.

Llegamos en pleno entierro.

No conocía a nadie de las personas que estaban ahí, excepto a Johana y su familia, quienes me miraron confundidos. Johana me miró furiosa, sin duda ella sabía o se hacía una idea de por qué su ex marido iba conmigo en el momento del accidente. Johana trató de correrme del lugar, pero una chica la puso en su lugar y me dejó quedarme.

Aquella chica era la hermana de Aaron. Verla a ella es como ver a Aaron, solo que en versión femenina y más joven, tienen los mismos ojos color miel. Se presentó como Julieta. Me dijo que Aaron le había hablado de mí desde que nos conocimos. También me dijo que lamentaba que nos conociéramos en esas circunstancias y que le habría encantado verme de la mano de su hermano.

Julieta y yo lloramos juntas, sin embargo le reclamé por sepultar a Aaron en Texas, cuando el debería estar en México junto con sus padres. Por alguna extraña razón, Julieta, sonrió y me dijo que hace una semana Aaron había hablado con ella y le había dicho que no me volvería a dejar nunca más, que él quería estar donde yo estuviera. Entonces me di cuenta que la parcela en donde habían sepultado a Aaron estaba justo al lado de la parcela de mi familia, donde un día yo también estaría sepultada.

Aún después de muerto, Aaron seguía haciendo todo para estar conmigo. Y yo solo podía pensar en revivirlo para matarlo con mis propias manos por dejarme de nuevo.



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Después del funeral, me despedí de Julieta y a regañadientes acepté que Aranza me llevara a casa. Cuando llegué, Derek me esperaba en la sala de estar. Su enfado se podía sentir a kilómetros. Sabía que ya no podía ignorarlo más, que tendría que enfrentarlo, que tendría que confesar.

― ¿Desde cuando? ―preguntó cuándo estuve frente a él―. ¿Desde el viaje a Tequila?

Derek de verdad no tenía ni la menor idea.

―No― dije y él abrió los ojos como platos―. Desde que yo tenía 19 años y trabajé "The Grill".

― ¿Qué? ―la estupefacción en su rostro era demasiada―. Pero él estaba casado...

―Sí. Yo lo sabía y no me importó. De hecho, yo fui quien propuso la relación.

―Pero, Bárbara, él era un hombre casado.

―Sí, lo sé. Se suponía que solo sería un pasatiempo, una aventura de verano. Pero entre más tiempo pasaba con él, más me encaprichaba yo. Jugué con fuego y me quemé..., me enamoré. Y él también se enamoró de mí. Incluso estuvo a punto de divorciarse de su esposa para estar conmigo.

―Pero no lo hizo, ¿cierto?

―No. No lo hizo― admití―. Johana le dijo que estaba embarazada. Él siempre fue un hombre responsable y comprendió que no podía abandonar a su hijo. Y me dejó.

Por unos breves intentes, que me parecieron eternos, Derek permaneció en silencio. Pensando.

― ¿Por eso estabas tan deprimida? ―preguntó, dándose cuenta de todo―. ¿Por él?

―Sí. Después de salir de aquella depresión lo perdoné y traté de olvidarlo, pero no lo conseguí. Nunca dejé de amarlo.

― ¿Entonces por qué te casaste conmigo?

―A pesar de lo que puedas pensar, yo te quiero mucho, Derek. Siempre estuviste conmigo para sostener mi mano. Me ayudaste de maneras que ni siquiera te imaginas. Creí que casarme contigo era lo correcto.

―Y ¿Por qué volviste con Aaron? ―quiso saber.

―Porque lo amo― le dije encogiéndome de hombros a modo de disculpa.

―Bárbara, yo te amo a ti.

―Lo sé, y me duele. No quiero que me ames, no lo merezco. Yo amo a Aaron, siempre será así.

―Pero Aaron está muerto ahora.

―Eso no significa que mis sentimientos por él también murieron. Y te agradecería que no repitieras que murió. Y mucho menos, te atrevas a pronunciar su nombre―le dije, de pronto, muy molesta―. No necesito que me recuerden que ya no está, lo sé muy bien.

―Está bien― aceptó a regañadientes―. El día del accidente, ¿a dónde iban?

―Veníamos para acá.

― ¿Cómo?

―Veníamos a decirte la verdad sobre nosotros. Y después de eso, yo te iba a pedir el divorcio.

― ¿Estás hablando en serio?

―Por supuesto. Y de hecho..., aun lo quiero.

Derek soltó una risa seca y sin humor.

―Perdóname, Bárbara. Pero estás loca si crees que te daré el divorcio.

―Pero no te amo, Derek― le recordé.

― ¡Pues yo a ti sí! ―me gritó―. Y no te voy a dejar ir.

Cansada de aquella conversación, di media vuelta dispuesta a irme a mi habitación, pero antes volví a mirar a Derek y lo amenacé.

―Si no me das el divorcio, atente a las consecuencias.

Diario de una Amante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora