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El suelo comenzó a temblar, y algunas de las personas que paseaban por allí comenzaron a correr despavoridas en distintas direcciones. Trafalgar salió de la tienda en la que se encontraba, dejando a Penguin en el interior, cargado con todo lo que tenían que comprar, y se asomó al exterior, dirigiendo la mirada hacia el lugar del que parecía provenir la explosión. Todas aquellas calles, ligeramente inclinadas, conducían hacia la plaza que coronaba el pueblo costero en su zona más alta, y hacia allí se dirigían todas aquellas personas. El capitán de la banda de piratas enfocó la mirada hacia el pequeño objeto que ondeaba por encima de todos los edificios, una bandera blanca con el símbolo de la Marina dibujado en ella.

-Tenemos que irnos –dijo cuando sintió a Penguin a su lado.

Pero el pelirrojo no dijo nada. Simplemente se colocó las bolsas sobre los brazos, asegurándose de mantenerlas en una postura adecuada para no perderlas por el camino. Trafalgar cargó con todo lo que habían comprado en las tiendas anteriores, y ambos comenzaron a correr calle abajo, en dirección contraria a todos los demás.

Tuvieron que esquivar a toda la gente que corría hacia la plaza, alertados por el ruido y el alboroto. Aquello ya se había vuelto una rutina para ellos. La banda sabía que, algo después de que ellos llegaran a una isla, una explosión sacudía el lugar, y tenían que salir todos corriendo, para reunirse en el submarino, con la joven peliazul, que nadie sabía a lo que se dedicaba cuando se separaba de ellos.

Todos menos Trafalgar. Él sabía que tenía que conseguir todo lo que quisiera antes de Juvia obrase su magia, y tuvieran que salir todos de allí escopetados. Pero lo que más le preocupaba a él, y lo que se negaba a aceptar, era que la chica dejara de volver en alguna ocasión al submarino.

Antes de alcanzar el muelle, Penguin y Trafalgar se encontraron con Shachi, que se había separado de ellos para conseguir otros materiales que necesitaban recopilar antes de que la chica les obligara a salir de allí.
Los tres juntos se dirigieron al submarino, donde les esperaba el resto de la banda, preparando todo para salir de allí cuanto antes, ya que ellos también habían notado el revuelo del pueblo.

Shachi y Trafalgar subieron a la nave, cargando con todo lo que habían comprado mientras Penguin se quedaba abajo, observando las calles de la isla, esperando que la joven peliazul apareciera en cualquier momento.

-¡Penguin! ¡Sube ya! –le instó Trafalgar.

-¡Pero capitán! Juvia...

Trafalgar fue a replicar, pero algo en su interior le obligó a permanecer callado.

-Esperaremos unos minutos más –dijo después de un rato-. No podemos arriesgarnos a que nos atrapen los marines.

Penguin miró a su capitán agradecido, y luego ayudó a Shachi a subir al submarino todo lo que había traído. Pero luego no subió, sino que se quedó en el muelle, al lado del submarino, esperando ver aparecer a Juvia corriendo por alguna de aquellas concurridas calles.

Pero los minutos pasaban, y la chica no aparecía. Además, el bullicio de la ciudad se acentuaba cada vez más, y aquello estaba poniendo nervioso al capitán de la banda.

-¡Sube Penguin! Nos vamos –dijo entonces Trafalgar.

-¡Pero capitán!

-¡Nos vamos! –insistió mientras se daba la vuelta, dándole la espalda al miembro de su tripulación.

Penguin dirigió una última vez la mirada a las calles de la isla, pero la chica no apareció. El muchacho pelirrojo suspiró, se llevó una mano a la nuca, revolviéndose el pelo que le asomaba por debajo del gorro, y se giró para subir a la nave, que ya empezaba a separarse del puerto. El chico, al subir a la cubierta, miró a su capitán de reojo, le pasó, mientras volvía a suspirar, y entraba al interior de la nave, con todos sus compañeros, cargando con todo el material que habían conseguido reunir en la isla.

Traff's lil headacheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora