Capitulo 30: Más que el paraíso

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Pensé que terminaría corriéndose en la ducha, pero él tenía en mente otra cosa mucho más intensa. Aún estábamos húmedos cuando me llevó en brazos hasta la habitación. Me acostó al pie de la cama de modo que mi cabeza estaba en el suelo y la espalda apoyada del pie de la cama quedando mis piernas abiertas y mi sexo expuesto a su exquisita disposición. Aquella posición me resultaba un poco penosa, pues no me sentía orgullosa de mi cuerpo y mucho menos de estar con las piernas abiertas de la manera en las que las tenía. En cambio él se veía más que excitado, lo único que quería era meterla y presentía que lo haría de manera brutal y arrolladora. Mi espalda se encontraba a noventa grados contra la cama. Sus dedos se frotaban en mi clítoris mientras sonreía victorioso al verme quebrada en suspiros.

—Ábrete para mi, pequeña.

Mis dedos abrieron mi carne exponiendo mi feminidad completamente ante sus ojos y de solo sentir como aquella polla hinchada y gruesa empotró mi orificio los ojos rápidamente se me pusieron en blanco. Él jugaba con mis pezones mientras sus caderas entraban y salían de mi sofocando mis gemidos. Había sobrepasado la línea entre el dolor y el placer. Su polla había sacado una lágrima de mis ojos y un chorro como si de un grifo se tratase salió de mi vagina. Dando un respingo chillé de dolor al mismo tiempo que él lo hizo de placer corriéndose dentro de mi. No podía dejar de tiritar. Estaba empapada, todas mis piernas estaban mojadas y cayendo totalmente al suelo sentía una roca en mi pecho en lugar de un corazón. Tocó mi piel y no pude evitar brincar al sentirlo. Besó mi frente y susurrando al oído.

— Te amo Alicia.

Levanté la mirada y tiritando respondí.

— No más de lo que te amo yo.

Entre orgasmos y ebriedad había terminado dormida hasta la mañana siguiente. Desperté y a mi lado estaba él durmiendo desnudo y esa vista era suculenta. Tenía unas nalgas fornidas y firmes que sólo daban ganas de azotarlas con fuerza. Se veía hermoso dormido y más cuando su silueta estaba desnuda. Cuidando de no despertarlo agarré mi móvil y salí al balcón a ver qué era lo que me esperaba una vez saliera de aquel sueño. Extrañamente Ryan no me había escrito ni llamado. Lancé con todas mis fuerzas el móvil al lago que había a unos metros del balcón y sólo quería paz por un solo día. Me sentía feliz, dichosa y por primera vez sentía que podía satisfacer a un hombre genuinamente. Agarré el móvil que Alessandro me había dado y preocupada por Aitana le marqué. Su voz se notaba solloza aunque intentó rápido esconderlo.

— ¿Quien habla?

— Soy tu mamá. Llamo de este número porque ya no tengo mi otro móvil. No se lo des a Ryan por favor. Quiero saber cómo estás.

— Estoy bien.

— No me mientas, has estado llorando.

— A ver, son cosas que no te importan. Son mías, sin importancia. ¿Acaso te he preguntado porque no llegaste a dormir?

Suspiré algo dolida

— Pues no porque ya sabes la respuesta. Se que esta mal pero no se como evitarlo.

La voz se escuchaba estertorosa y algo solloza. Aunque intentó escucharse normal no lo había logrado en lo absoluto. Suspiró y buscando darme ánimos en la locura que estaba viviendo respondió.

— Hay cosas que "están mal" para los demás pero son las únicas que hacen bien en ciertas circunstancias.

— ¿Qué quieres decir?

— Por primera vez deja de ser tan gilipollas y haz lo que quieres, no lo que debes.

Sonreí tenue. Si me dejaba llevar por lo que quería, deseaba irme y nunca volver. Pero habían muchas cosas alrededor que dificultaban mi relación con Alessandro. Tenía claro que aunque dejara a Ryan, él no estaría tranquilo hasta hacernos daño, sobre todo a Alessandro. Mirando hacia el jardín con algo de melancolía contesté.

La teoría del silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora