— Te dije que no subieras
Brinque del susto y detrás de mí tenía a Aitana mirándome con indigno y también con algo de recelo. Le pedí que se fuera y me dejara en paz pero negándose se acercó y mirando la quemadura del cigarrillo se quedó observándome detenidamente. Sequé mis lágrimas y buscando la fuerza de donde no la tenía volví a pedirle que se fuera pero otra vez se negó.
— Te miro y aún no entiendo.
— No tienes que entender nada.
— Lo que hiciste, es algo abominable y sabes creo que por eso que ocurrió es que aguantas todo lo que Ryan te hace.
— Eso fue un accidente del que Ryan no se cansa de responsabilizarme. Cree que es el único que perdió, yo también perdí. Más que él, mucho más.
— No te soporto, pero siempre pensé que eras inteligente. No todos pueden ser presidente de una empresa como la tuya, pero creo que me he equivocado. Lo que tienes allá fuera es solo una máscara que en cualquier momento puede romperse.
Sin mirarla a los ojos y buscando retener las lágrimas dentro de mi interior respondí con un nudo en la garganta.
— No es tu problema lo que dejo o no de aguantar. Ahora vete, déjame sola. No te he pedido que vengas a consolarme y mucho menos a dar consejos.
— Si tuvieras esos mismos cojones con Ryan, otro sería el cuento.
— ¡Que te largues!
— Como quieras
Caí sentada en el suelo y en aquel baño desolada y frustrada estaba dispuesta a dar todo lo que tenía con tal de ser otra persona, de poder aunque sea por un día, conocer algo distinto a lo que era mi vida. Esa noche no dormí, estuve leyendo durante toda la madrugada y el mensaje de Alessandro seguía dándome vueltas por la cabeza. Nadie se preocupaba por mí y menos un extraño. El sueño me había comenzado a pegar fuerte en la mañana ya cuando estaba en la empresa. Llevaba la tercera taza de café y aún así no lograba despertar del todo. Sandra entró con unas carpetas al despacho y suspirando algo cansada comentó.
— Aquí están los estados financieros que me pediste. En un rato iré a la agencia de bienes raíces. Hay un cliente interesado en adquirir una propiedad en La Zagaleta. Tengo que ir a atenderlo.
Ceñuda y sorprendida repliqué.
— ¿Segura? Esa zona es muy exclusiva, ¿quién es el cliente?
— No ha querido dar nombre. Lo conoceré una vez esté allá. Por cierto te ha llegado este documento, creo que tienes que firmarlo. Es acerca del seguro del coche.
— ¿Que coche?
— El Porsche que la odiosa de Valeria echó a perder.
— Vale, eso no es importante ahora. Ya hasta se me olvidó que tengo ese coche.
Tocaron la puerta y seguido entró mi asistente con un arreglo de rosas blancas y rojas. Me quedé estupefacta. Nunca habían llegado flores a presidencia y menos para mi.
— Licenciada, han dejado estas flores para usted.
— Saque eso de aquí, debe ser un error.
— No, no lo es. La tarjeta tiene su nombre.
— Vale, gracias déjalas ahí encima — Intervino Sandra.
La mujer salió de la oficina y yo me sentía enojada con esa broma de mal gusto. En cambio Sandra estaba que brincaba en un pie si la dejaban. Agarró la tarjeta y rápidamente la leyó.
ESTÁS LEYENDO
La teoría del silencio
Roman d'amourLlevar una vida modelo, idónea y envidiable ante la sociedad era la parte fácil de la tarea. Tener un esposo y una familia prácticamente perfecta, un apellido e imagen la cual cuidar era lo primordial. Lo difícil era llevar dos vidas totalmente dist...