Prologo

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Allí estaba, sentada en una interminable mesa, con docenas de personas que ante la sociedad eran importantes, pero para mi eran la escoria de la sociedad detrás de vestidos de diseñador y corbatas de cientos de euros. Pero allí estaba yo, entre medio de todas esas personas sin saber si al final yo era igual que ellos. Me sentía adornada, con un vestido tan entallado que apenas podía respirar, mis pechos desbordándose del escote y una tiara de diamantes reposando sobre mi cabeza demostraba estatus. Era un maniquí en aquel momento, un maniquí del título de Ryan Cariddi, un accesorio más y no podía salir de allí y correr para no volver. Escuchaba los tenedores golpeando los platos, carnes caras, vinos de miles de dólares y una frívola e hipócrita conversación donde lo único que importaba era mantener la fachada y máscaras unos contra otros. Mi mirada estaba perdida, pero creo que no sólo mi mirada, yo estaba perdida. Solo pensaba una y otra vez en aquella noche, en la que perdí lo más valioso de mi vida y la culpa seguía arrastrándola encadenada a mis hombros. Ryan se levantó y haciendo un brindis declaró que volvería a ser primer ministro de Inglaterra nuevamente. Tuve que forzar una sonrisa, aunque por dentro estaba llorando a mares, el poder era lo que lo hacía ser quien era conmigo y yo..., solo tenía que aguantarlo porque así es, porque no hay otra opción. Hay vidas perfectas, vidas normales y otras que no tienen sentido. La mía no lo tenía, respiraba, vivía sin saber porqué lo hacía. Había encontrado en el silencio la forma más fácil de aislarme del mundo, de no sufrir, de sentir el menor dolor posible. Me había funcionado por años, me ayudaba a recibir menos golpes o que esos mismos no dolieran tanto. Ayudaba a que cada vez que recibía un insulto o un desprecio de Aitana, fuera menos doloroso. Pero el silencio también pasaba factura, más cuando apareció de cara a mi vida, el amor y también la desgracia. No sabía porque reía, hablaba sin saber el porqué. Miraba a mi alrededor y no veía más que dolor. No quería seguir con mi vida pero tampoco tenía opción por dejarla atrás. Ahí estaba frente a cientos de personas pretendiendo ser quien no era, nadie se daba cuenta, pero me estaba apagando, poco a poco hasta que en algún momento quedaría totalmente helada. El silencio era la mejor arma que tenía en defensa, se había convertido en mi aliado. El silencio me alejaba en ocasiones del dolor. Me ayudaba a soportar, a tolerar, me ayudaba a encontrar mi lugar al lado de un hombre como Ryan y una hija como Aitana. Había encontrado en el silencio, paz y estabilidad. Con el silencio, estaba por estar, pasaba desapercibido en un mundo donde lo frívolo y superficial reinaba. Estaba acostumbrada al ruido, al insulto, al desprecio, tanto que lo hice parte de mi vida. No recordaba el amor, en cambio recordaba los golpes que se iban acumulando con el pasar de los años. Pensé encontrar amor en Ryan a pesar de las circunstancias, pero solo encontré un infierno del que jamás podría escapar. Había creado mi propia teoría, y con el pasar de los años se iba convirtiendo cada vez en una realidad más que una teoría. De pronto había llegado aquel hombre, uno que me elevó, me hizo conocer el cielo. Curó mis heridas, sano mi corazón haciéndome creer en el amor para ser el mismo quien lo rompiera nuevamente sin piedad alguna. Desde aquel entonces, mi vida era, vivir por morir.

La teoría del silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora