Literalmente sentía que en cualquier momento me iba a desvanecer. Los medicamentos no me ayudaban mucho y el dolor era insoportable. Respiraba y era más doloroso cada vez. Intentaba no caminar cojeando y mantener la postura pero apenas lo lograba. Cuide de maquíllame lo suficiente para que los golpes fueran casi o nada visibles y solo rogaba que hubiera funcionado. Llegué al restaurante y al sentarme en la mesa frente al marquesito esta vez fui yo quien inició la conversación.
— Buenas tardes su excelencia, no dispongo de mucho tiempo así que solo tomaré una copa de vino.
— A mi no me va a apresurar señora Cariddi. No acostumbro a tomar mis negocios a prisa.
— Tómese el tiempo que necesite.
Mientras ojeaba el contrato levantó la mirada y mirándome con cierta curiosidad preguntó si me encontraba bien. Asentí con la cabeza y serio dijo.
— ¿Porque trae lentes de sol dentro del restaurante?
— Porque si su excelencia. No tengo porque darle explicaciones. Quiere firmar eso de una vez.
— Y el labio roto...
Resoplando contesté
— Me he caído por las escaleras es todo.
— Es usted pésima mintiendo.
Me sentía horrible. No había un solo respiro que no me doliera. Las lágrimas se escabulleron solas. No soportaba las punzadas en los costados y el dolor en la cabeza era infernal. Sin poder seguir allí más dije con la voz estertorosa.
— Tengo que irme. De verdad necesito irme.
Me puse en pie y al hacerlo el dolor me doblegó y casi tumbado la mesa caí sobre Alessandro. Quería levantarme pero apenas podía moverme sin dolor. Me disculpé más de una vez y el después de quedarse algo confundido me ayudó a ponerme en pie con algo de preocupación.
— Debe ir a un hospital. Usted no se ve bien.
— Estoy bien, no tengo que ir a ningún hospital y usted no tiene porque preocuparse.
Ese hombre era tan insoportable como terco. Con esa prepotencia predeterminada, me miró casi amenazante y se negó a dejarme ir sin que según él estuviera bien. No entendía cuál era su preocupación, a mi me caía horrible y creo que el sentimiento era mutuo.
— De verdad, no tiene que molestarse.
— Señora Cariddi no me haga enojar y deje que la lleve a un hospital.
— Se lo agradezco pero no puedo ir a un hospital. Sería fatal. Mejor..., mejor lléveme a mi casa. ¡No! A mi casa no, mejor lléveme a un hotel..., si a un hotel.
— Usted es súper rara. Mejor cierre la boca y déjeme a mí.
Salimos del restaurante y yo moría del miedo de ser reconocida por alguien y luego fueran a decirle a Ryan cosas que no eran ciertas. Me quedé estupefacta al ver el coche que tenía, un hermoso Lamborghini negro que hacía juego perfectamente con el traje y camisa negra que siempre llevaba puesto. Era curioso que no había visto otro color en su vestimenta. Sentía que no estaba bien subir al coche de un cliente y menos de un hombre y mucho menos de Alessandro Franceschini. Estaba tensa, inmóvil y el dolor se me agudizó aún más. No sabía a dónde me llevaría y eso me tenía aún peor. Lo miraba de reojo y estaba más serio que nunca, pero ese olor..., ese rostro y finura que tenía emboban a cualquiera.
— ¿Me va a decir que fue lo que le ocurrió?
— Ya le dije, me caí por las escaleras.
— Inventense algo mejor, esos golpes no son de una caída de escalera.
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La teoría del silencio
RomanceLlevar una vida modelo, idónea y envidiable ante la sociedad era la parte fácil de la tarea. Tener un esposo y una familia prácticamente perfecta, un apellido e imagen la cual cuidar era lo primordial. Lo difícil era llevar dos vidas totalmente dist...