одиннадцать

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Sus manos temblaban, su corazón parecía salirse de su pecho, los recuerdos se estampaban contra su mente cual olas en un peñasco, esa marea le hizo desestabilizarse emocionalmente, sus lágrimas empezaron a derramarse sin remedio alguno y su visión...

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Sus manos temblaban, su corazón parecía salirse de su pecho, los recuerdos se estampaban contra su mente cual olas en un peñasco, esa marea le hizo desestabilizarse emocionalmente, sus lágrimas empezaron a derramarse sin remedio alguno y su visión se tornó borrosa.

–¿Gustabo? ¿Qué pasó?– Conway al verle temblar de esa manera después de salir del hospital, preocupado, lo tomo entre sus brazos y fue ahí cuando sintió al rubio quebrarse y aferrarse a su cuerpo desesperado.

–É-él... Y-y-yo...– No podía pronunciar ninguna palabra coherente, los sollozos le interrumpían con brutalidad.

–Shhh, shhh. Aquí estoy, no me iré, aquí estoy. Tranquilo hijo, tranquilo.– Trato de tranquilizarlo con caricias en su espalda y con cuidado lo fue dirigiendo hacia el patrulla en el que había llegado cuando una llamada cargada de pánico por parte de su hijo llegó a su celular.

–Vamos a casa.– Fue lo único que Gustabo pudo decir alto y claro, incluso parecía seguro al decir esas palabras pero su mirada demostraba lo contrario, tristeza, terror, pánico y perdición era lo que sus pupilas le permitían observar a Jack. No le gustaba ver a su hijo así.

–Vamos a casa.– Repitió las palabras contrarias con inquietud mientras miraba aquellas vacías orbes que el joven rubio poseía. Ahí se permitió detallar el aspecto débil y excesivamente delgado que su hijo cargaba, los moretones en sus brazos, rostro e incluso cuello. ¿Qué había vivido en esa misión de mierda?

Lo que el hombre trajeado desconocía era que esos golpes fueron ocasionados por la rutina que había adquirido en su viaje: Beber, embriagarse, drogarse hasta perder la conciencia pero siendo capaz de sentir cada golpe que su cuerpo recibía e ir a bares de mala muerte en los que se liaba a puñetazos con grupos de hasta diez personas creando un auto-castigo que duró casi un año.

–Descansa, pequeño.– Escuchó a lo lejos las palabras de su parte. Estaba tan sumergido en su sufrimiento que no notó cuando llegaron al lugar al que había empezado a nombrar como "Hogar". Solo se enteró de la película en el momento que sintió la suavidad de la cama tocar su cuerpo y abrazarlo en un cómodo calor.

–Gustabo, no me gusta verte así. Descansa por hoy y mañana si quieres hablar con alguien me tienes aquí ¿Vale? Da igual si estoy haciendo cualquier gilipolles, tu solo llámame.– Beso la frente de su hijo por última vez y con sus  pulgares removió las lágrimas secas que su cachorro tenía sobre sus mejillas.

–Papá ¿Merezco vivir?– Preguntó casi en un susurro que de no ser por el hecho de que Conway estaba muy cerca del joven no habría escuchado aquel murmullo.

–¿Qué estás diciendo?– Él más que nadie conocía como procedían los cuestionamientos de un suicida y está era una de las preguntas que más de una vez hacían las personas que después de meses se quitaban la vida.

–Eso... ¿Merezco vivir? ¿Vale la pena que aún no me haya tirado por la baranda de un puente? ¿Vale la pena que aún no me haya pegado un puto tiro en la cabeza? Lo único que hago es joderle a existencia a las personas, lo único que consigo causar en las personas es odio.– Su padre se lanzó a abrazarlo, con fuerza, tratando de demostrarle el apoyo que había por su parte.

→You broke me first | VolkaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora