Capítulo 25

223 25 0
                                    

Devuelta a mi trabajo decido ponerme al día con los avances del proyecto. Al rato salgo a la azotea en busca de aire, mucho, siempre lo necesito después de varias horas de descontrol laboral.

Estando nuevamente en mi oficina mi jefe entra con cara de pocos amigos.

─Señor Watson ─profiero ─. Tome asiento ─insto.

─No hace falta. Necesito que pases tu carta de renuncia ─pide seriamente.

«No» ─me digo mentalmente. Pero luego sopeso sus palabras y, no consigo entrar en razón. «¿Por qué le daría mi renuncia?»

─ ¿Qué hice mal? ─logro decir en mi defensa.

─ ¡Es una broma muchacho! ¡felicitaciones! Te has ganado el ascenso ─informa al compás de las sonoras palmas e irreverentes carcajadas.

Me encuentro entusiasmado, en mi corto tiempo dentro de la empresa, no esperé alcanzar tal mérito.

Un whisky para brindar, típica enseñanza de Thompson llevando al abismo con el alcohol.
Tenía una nueva motivación, algo que pondría mi cabeza en orden las ultimas horas antes de recibir más noticias escabrosas de Hellen. ¿Con qué me iba a salir esa jovencita ahora? Sí, espero un sin fin de cosas de su parte, pero nada que haga temblar mi estructura.
Pasada la mañana llegaba la tarde con su insoportable temperatura. Independientemente de cómo estuviera la temporada, yo me encontraba animado, positivo y con muchos planes en mente. Horas antes de terminar mi jornada laboral, recibo la primera llamada de mi madre, que de no ser por su insistencia, seguro descolgaría al quinto vibrato. «Hellen» fue su contesta a mi pregunta sobre, ¿qué pasaba?

─La pobre mujer anda con los pelos de punta, no sabemos nada de Hellen ─comenta mi madre con aquella aflicción.

─Madre, mi jefe difícilmente me soltará, me ha pedido que brindemos por mi nuevo logro. ¿Sabes qué significa eso?

─Noél, no me gusta para nada tu contesta, mira bien lo que vas a hacer jovencito, Cynthia te necesita y punto ─¿jovencito yo? Vaya que eso de ser un hombre con treinta años no le basta a mi madre para tratarme como tal.

─Los problemas de la familia Henderson no son mi lío, además, para cuando vaya Alondra habrá llegado y querrá desaparecerme ─objeto, simulando prudencia. ¿Desde cuándo Alondra se ha vuelto un impedimento para que yo esté donde quiero?

─Si no estás aquí a eso de las siete, olvidaré que eres mi hijo, Cynthia es mi amiga y me pidió que te avisara de la situación, lástima que te importe un reverendo pepino lo que pasa.

─Me importa, Hellen significa mucho para mí, pero hoy es un día donde todo me ha salido bien, no quiero dañarme el rato con alguna sorpresa ─ «Alondra» sigo pensando que si tengo que arreglar las cosas con ella será de forma que terminemos en buenos términos, en otra situación y con los ánimos más calmados.
Alondra podía sacar lo más feo de mí cuando quisiera, y es justo lo que no quiero. No ahora que intento remediar mis errores.

─Te he dado la dirección del hospital, no demores ─recalca de tal manera que sólo puedo empuñar mi manos y evitar proferir algo.

─Estaré ahí ─digo finalmente en un tono descontento.

─ ¿Listo para celebrar? ─irrumpe mi jefe con aquella emoción que contagia. Con cara de vergüenza bajo mi cabeza y chasqueo los dedos en el escritorio de roble fino. ¿Qué le voy a decir al señor Watson? Que mi madre me había tratado como un puberto y me había ordenado asistir a un hospital para hacerle compañía a mi exsuegra. Venga, la poca dignidad que tengo no la iba a perder recitando ese cuento.

Una semana en Chicago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora