Capítulo 24

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Mis horarios programados entre una y otra actividad se cruzaron, complicaron mi día, y cómo no, el viaje de regreso a casa.
Por la mañana me encargué de comprar el tiquete de ida a Chicago, puesto que el señor Watson ha insistido en que haga presencia en las reuniones próximas a la contratación de una firma de ingenieros para la ejecución del proyecto.

Mi madre no se ha reportado a lo largo de mi estadía en París, seguramente es prisionera del orgullo. Y ni hablar de Andana, lo único que me mantiene en contacto con ella es el trabajo; su padre me ha contactado para pedirme algunos favores, y sinceramente, con todo esto que me pasa he caído en estrés y depresión. Por fuera soy el hombre activo y "feliz", pero por dentro, muy adentro de mí, soy la persona más infeliz.

Me tomé la molestia de limpiar la habitación en donde me hospedaba con Bongo, después de todo no quería dejarle ese reguero de pelos y juguetes a Rachel, caso contrario estaría cabreada y al borde de la furia. En ese mismo sentido alisté maletas y preparé gastos previos y posteriores al vuelo.

─ ¿Cuándo volveré a verte? 

─No lo sé ─asevero ─, pero de algo sí estoy consciente y es que no perderemos comunicación, a pesar de todo eres muy especial para mí.

─Pues... obvio no perderemos comunicación, soy tu novia, Noél, ¿dónde encaja la idea de no vernos? ─replica divertida y muy segura.

Me limito a observarla, sólo a vislumbrar sus ojos claros llamar con furia una tempestad de llanto. Entonces se vuelve insegura al notar mis manos rozar sus mejillas en señal de paz, porque eso es lo que busco al despedirme de ella. Paz.
No quiero que sufra, pero es inevitable, en esta vida lo inevitable es tendencia, como por ejemplo: el desamor.

─ Seguiremos intentándolo, ¿cierto? ─insiste casi suplicando escuchar un: sí ─. Noél, si me pides esperar yo lo puedo cumplir, para mí no es un reto. Yo hago lo que sea con tal de seguir a tu lado ─apresura sus palabras e incontrolables caricias a mi rostro en busca de captar toda mi atención ─. No necesitas de ella, lo sabes. Yo lo sé y por eso estoy para ti.

─No Rachel, no se trata de ella o de lo que sea o no conveniente para mí; en este caso eres tú la que importa. Mírate, siempre te lo he pedido, que divises la maravilla de mujer que eres.

─Sin ti no soy nada ─asevera al tiempo que guardo la maleta en el baúl del taxi.

─Sin mí eras la mujer más arriesgada y segura de todas, ahora no. Conmigo te falta esa jodida personalidad arrolladora que te caracterizaba. Necesitas un hombre de verdad, uno que te haga sentir completa, segura, amada, valorada, respetada y sobre todo, mujer. Yo... Yo no tengo ni guardo todos esos requisitos ─explico compasivo con la escena de lágrimas que ella protagoniza.

─ ¡Eso no importa! ─exclama presa del llanto ─. ¿Ya qué? Me acostumbré a ti.

─Eso es exactamente lo que quiero que entiendas, la costumbre no es amor, es todo menos eso. La puedes llamar apego e incluso monotonía, pero nunca amor. Si sientes que dependes emocionalmente de mí, estas mal ─argumento con calma ─. No soy fuente de emociones. No soy Dios. No soy el amor de tu vida. ¿sabes que soy? Pues esto es lo que soy, un aburrido pasatiempo que haz vuelto irremplazable. Por eso sientes que soy indispensable, porque eso mismo hace la costumbre, que sientas tuyo aquello que no lo es.

─Podemos cambiar el panorama ─súplica.

─No, así no conseguimos nada ─respondo al tiempo que subo al vehículo ─. Te llamaré cuando haya llegado a Chicago. No olvides lo que te dije. Mírate y resalta tus atributos.

─Si te vas me muero ─espeta hecha un mar de lágrimas.

Mi corazón se congoja a tal punto que me permite soltar una que otra lágrima.

Una semana en Chicago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora